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El desconcierto de abajo y de arriba

Macri se quedó sin respuesta y sin puntos de apoyo. No domina el terreno en el que supuestamente era experto. El campo parece resignado a la vuelta de la retenciones pero la Provincia cuestiona. Por Marcos Jure

En la cola del Top empezó a circular el rumor. Fue el viernes, cuando comenzaba a hacerse de noche. Primero, un empleado corrió a contarle algo a un supervisor. Después, el cajero les relató a los clientes qué los tenía tan inquietos. “Parece que están saqueando un súper en Alberdi. Yo me voy a mi casa”, dijo.

Al final, por supuesto, la versión era falsa. No había ningún saqueo; ni en Alberdi ni en otro sector de la ciudad. Sin embargo, esos minutos en los que se expandió el boca a boca reflejó un estado de situación: lo que en otro contexto hubiese sido inverosímil, el viernes, día hábil final de una semana irreal en la que el dólar se desbocó y el poder adquisitivo fue víctima de una implosión, provocó temor. Porque pasó a ser creíble, perfectamente posible. Tal vez, la memoria de otros desastres similares aún está fresca en la mayoría.

“Qué feo está todo”, le decía una mujer de unos 60 años a otra, a la que no conocía pero con la que compartía la preocupación.

El dólar había cerrado casi a 38 pesos y redondeado un aumento del 35,5% en sólo un mes. Parece que hubiera pasado una eternidad, pero en abril, cuando el descalabro empezó a mostrar sus primeros síntomas, el valor era de 20,88.

Las crisis suelen generar desconcierto en la gente. Porque introducen un alto componente de imprevisibilidad, de incertidumbre y porque la sensación que impera es la de no tener idea de dónde se está parado: quienes viven de un sueldo ya no saben si llegarán a fin de mes; quienes tienen ahorros se desesperan por encontrar formas de protegerlos.

Pero ese desconcierto se acrecienta porque la impresión dominante actual es que al gobierno nacional lo aqueja el mismo mal. Inexpertos en la práctica política, se suponía que si algo tenían claro los Ceos del macrismo era cómo funciona su endiosado mercado, cuáles son su lógica y su esencia. Pero no. Ejecutan una acción y los resultados que obtienen son diametralmente opuestos a los esperados. El ideólogo del mensaje de un minuto y medio que dio Mauricio Macri, en el que anunció un acuerdo con el FMI que todavía no existía y que disparó la cotización del dólar, fue Luis Caputo, presidente del Central y supuesto as de las finanzas.

El Gobierno tambalea porque su base de sustentación, el poder económico y financiero, le dio la espalda. Y porque, además, no le cree una palabra.

Algunos efectos que está provocando la crisis no son necesariamente contrarios a la ideología del macrismo. Que caiga el salario en dólares de los trabajadores argentinos es, según esa estructura de pensamiento, un dato positivo a la hora de salir a buscar inversiones. Pero en política es suicida; más aún con el vértigo que adquirieron la devaluación y el deterioro del poder adquisitivo.  

Es decir, a la pérdida de socios estratégicos se agrega la erosión de la calidad de vida de la mayoría de la gente y, por lo tanto, la caída en los índices de imagen positiva.

Con un poder cada vez más menguado, el Gobierno no encuentra salida. Ni económica ni política. Porque no sólo rifó su credibilidad ante el poder económico; también ha incumplido sus compromisos electorales: devaluó criminalmente, hizo crecer la pobreza con contundencia y combatió con alcohol el fuego de la inflación.

Ahora, atado al FMI, se ve obligado a generar un ajuste sobre el ajuste, a agregar 100.000 millones de pesos a los 300.000 que ya iba a recortar. Y, perdido por perdido, ya es un secreto a voces que se encamina a quebrantar otra vez su propio discurso y no sólo detendrá la baja de retenciones a la soja sino que, además, reimplantará las del trigo y el maíz.

Para Macri es un paso que no sólo implica una contradicción discursiva sino un ataque a sus convicciones más firmes. Él, que está convencido de que el Estado debe achicarse, perder recursos, para transferirlos al sector privado, se ve empujado a hacer lo contrario si es que quiere sobrevivir. 

Ayer, en la Rural, la vuelta de las retenciones se olía en el aire. Públicamente, los representantes de las entidades repudian esa opción, pero por lo bajo están resignados. El único que exteriorizó la voluntad de aceptar las retenciones, aunque con condiciones, fue Javier Rotondo, presidente de la Rural de Río Cuarto.

Sin perder esa concepción de mesianismo que domina a las entidades agropecuarias, que hace aparecer al campo como el único sector que trabaja y se esfuerza, Rotondo expuso que están dispuestos a “hacer un aporte” siempre y cuando sea parejo, equitativo, y comprenda también a otros sectores que, hasta ahora, se han salvado y ven multiplicar sus ganancias. 

Ese “esfuerzo” se hará sobre la base no de ingresos a la baja, como sí ocurre con los trabajadores, sino al alza, producto de la fuerte devaluación. No implicará una pérdida sino que las ganancias sean algo menores de las que obtendrán por la mejora en el tipo de cambio. Una vuelta de las retenciones en ese contexto, y con un país incendiado, es perfectamente lógica.

Aunque no le parece razonable ni recomendable al gobierno de Córdoba, que ayer, desde el palco, y representado por el ministro Sergio Busso, expuso su desacuerdo ante el posible retorno de los derechos de exportación. “Son un mal impuesto”, señaló el ministro de Agricultura de Córdoba, quien a esa altura ya corría por derecha a los representantes del campo y al mismísimo Macri.

¿Cuál es la alternativa entonces si no son los sectores beneficiados con la devaluación? ¿Otra reforma jubilatoria como la aprobada en diciembre del año pasado?

El ministro expuso como argumento que la Nación debería retirar los subsidios que todavía benefician a la Capital Federal y a la provincia de Buenos Aires, que abaratan el costo de vida de sus habitantes pero que implican un sobrecosto para el Estado de 50.000 millones de pesos. Sin embargo, esa eliminación ya está prevista en el ajuste original; la discusión ahora son los 100.000 millones que se agregan.

Como estrategia política, Busso intentó, en un contexto que la Provincia debe haber entendido como propicio, recuperar una alianza con los  productores, que persistió durante 15 años y que caducó cuando asumió Macri, con quien el campo se sintió más identificado.

El ministro consiguió aplausos, pero no tantos. Tal vez, en plena crisis, todavía no sea tiempo de ensayar seducciones.