Opinión | Mauricio-Macri |

El inconmovible

El Presidente hilvanó un discurso cargado de slogans y voluntarismo, en el que no mostró empatía con quienes están sufriendo la crisis. En su diagnóstico no hubo autocrítica.Una visita con más tono de campaña que de gestión.  Por Marcos Jure.

La pregunta apuntaba a encontrar su costado sensible, a sondear la posibilidad de una empatía con la gente que lo votó pero que ahora está decepcionada porque la plata no le alcanza.

Mauricio Macri no se inmutó. Es más, apeló a una salida que pretendió ser risueña. Tocándose el pelo para mostrar cómo había quedado, dijo: “Recién visité a un peluquero de Coronel Baigorria, que me hizo un retoque, un emprolijamiento. Y comentamos que no está fácil la cosa. Todos lo sabemos, pero también sabemos que vamos en la dirección correcta”.

En una conferencia en la que hubo una decena de preguntas, varias persiguieron la misma intención: buscar una respuesta humana, fuera de libreto, que sonara sincera. Qué piensa un Presidente cuando la inflación no cede, hay cada vez más pobres y familias que podían cubrir sus necesidades ahora están imposibilitadas de hacerlo porque se quedaron sin trabajo o sus ingresos perdieron por goleada contra los precios.

Pero Macri fue inconmovible. Repitió como un mantra siempre la misma concepción: que en algún momento el país saldrá de la crisis y que habrá crecimiento y desarrollo porque Argentina se convertirá en un proveedor mundial e ingresarán dólares y habrá estabilidad.

Sin embargo, no asentó ninguna de sus aseveraciones en datos, sólo en la fe y en el voluntarismo. Tal vez porque la información pura y dura no hace más que contradecir esa visión edulcorada de una realidad que es amarga. Ayer mismo, mientras Macri hablaba de un futuro promisorio, el presente mostraba que la venta de autos nuevos se derrumbó el 38,5 por ciento y que la expectativa de creación de empleo en el sector privado está en el nivel más bajo de los últimos nueve años. Mientras decía que la inflación está cediendo, las petroleras comenzaban a aplicar un nuevo aumento a pesar de que el dólar ha bajado desde los 41 pesos a los 36,77.

La declaración que expuso más notoriamente el desapego con respecto a las angustias que padece actualmente la gente se produjo cuando una periodista le requirió que concretamente le diera un mensaje a quienes no pueden comprar lo básico para sus familias. Macri la miró. No se le movió un músculo de la cara. Recomendó: “Que estén tranquilos”.  Y repitió el libreto de los tiempos mejores por venir y de que el país avanza sobre bases sólidas.

No hubo en el Presidente ni una sombra de comprensión ni un asomo de entendimiento de que si algo no puede sentir quien vive en carne propia la estrechez económica es tranquilidad. Porque su presente está vinculado a lo contrario, a la incertidumbre o, lo que es peor aún, a la certidumbre de que sus ingresos, si es que los tiene, no le alcanzarán.

El discurso del jefe de Estado y por lo tanto su diagnóstico de la coyuntura aparecen en varios puntos disociados de la realidad. Porque repite como un slogan que él más que nadie sabe de la angustia de los trabajadores, pero no transmite sinceridad ni con los gestos ni con las palabras.

Además, esa disociación se observa también cuando abandona el plano eminentemente humano. Macri insistió, tal como lo hizo en las últimas horas, con que la presión fiscal del país es la más alta de la región, que es un corset que termina asfixiando el crecimiento, el desarrollo y la posibilidad de atraer inversiones. 

El Presidente lo dijo como si en esa situación él no hubiese tenido ninguna participación ni injerencia. Su gobierno viene de incrementar la presión fiscal, de enviar un presupuesto que incorpora cambios en Bienes Personales para recaudar más, que reinstala las retenciones a las exportaciones a pesar de haberlas defenestrado y que no revierte el hecho de que cada vez más trabajadores pagan Ganancias a pesar de la promesa electoral de que esa anomalía se erradicaría. 

Entre las frases que parecen habitar un plano paralelo al de la realidad se pueden inscribir que el mundo ahora confía en Argentina o que el país está más sólido que hace unos meses ante las turbulencias. 

Macri también repudió los 70 años de déficit que acarrea el Estado nacional, sin entrar a considerar que en sólo un par de años su propia gestión acumuló una deuda externa de más de 100 mil millones de dólares.

En ningún tramo de su discurso ni de su conferencia de prensa ensayó una autocrítica ni asumió algún mínimo error. Cada calamidad de la economía actual se debió, según dijo, a los gobiernos anteriores o a elementos internacionales que afectaron “al mundo emergente”. Así, en general, no a Argentina específicamente.

La visita presidencial de Macri no dejó un saldo favorable en términos de gestión. Sólo una reunión de gabinete conjunta con los ministros del gobernador Juan Schiaretti, de la que salió un vago anuncio de plan de lucha contra el narcotráfico en el que no se enumeraron acciones concretas ni se detallaron asignaciones de recursos.

La permanencia de Macri y parte de su equipo se asemejó, pese a la crisis, más a un acto de campaña que a uno de gobierno. Sus horas en la ciudad fueron una sucesión de actos preelectorales, en un distrito con características especiales. “Vine 16 veces y no me resulta difícil volver porque esta es mi provincia”, dijo en Argentina Exporta ante la mirada de Schiaretti.

El Presidente reivindica este territorio como propio. Y, en política, lo que se posee nunca se quiere perder. Menos cuando ese capital político está cargado además del capital simbólico que se desprende del carácter fundacional de una provincia en la que el triunfo de Macri alcanzó su mayor dimensión.



Marcos Jure

Redacción Puntal