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La sucesión y los contrapesos

El gobernador eligió a Manuel Calvo como su vice, en una movida para instalarle a Llaryora una alternativa. Schiaretti quiere una renovación generacional pero diseñada y ejecutada por él mismo.  Por Marcos Jure

En 2015, cuando Juan Schiaretti llegó por segunda vez a la gobernación, el hoy desaparecido frente Unión por Córdoba se quedó con 34 legisladores, dos menos que los necesarios para obtener el quórum propio. Con el correr de los meses y a fuerza de legisladores que abandonaban la oposición para cobijarse en el siempre tentador oficialismo, consiguió superar los 36 y no depender ya de nadie.

Hoy, en el schiarettismo se imaginan que el 2019 deparará otro escenario. Más favorable. Con un Cambiemos fracturado y peleándose entre sí hasta por el color de los zapatos, los estrategas de Hacemos por Córdoba, el nuevo sello ideado por el oficialismo, creen que pueden conseguir hasta 45 legisladores el 12 de mayo. 

Schiaretti no sólo quiere ganar. Pretende gobernar con la comodidad de una Legislatura abiertamente en sintonía. Por eso, envió a la mayoría de sus ministros a pelear las bancas departamentales y a cosechar la mayor cantidad posible de votos. En esa misma línea debe interpretarse la decisión de poner a Natalia De la Sota, hija del fallecido exgobernador, como cabeza de lista y que cumplirá un papel relevante en los actos en que se la presentará y se rememorará la figura de su padre. 

Y en el sur, donde De la Sota supo construir una fortaleza electoral inexpugnable, será su expareja, Adriana Nazario, quien deberá salir personalmente a recolectar los votos para el proyecto schiarettista. La empresaria y exministra siempre les rehuyó a las confrontaciones electorales cuando el exgobernador estaba vivo; ahora no tiene otra alternativa que pelear por sí misma si pretende ocupar espacios de poder o conservar los que hoy posee.

Ayer,  Hacemos por Córdoba hizo la presentación oficial de su lista de unidad. Y ostentó su abroquelamiento, su armado libre de fisuras, en contraposición con la explosión que se vivió en el bando contrario.

Es verdad que Schiaretti logró mantener de su lado a quienes quiso porque en política, y en especial en el peronismo, si existe un elemento disciplinador y persuasivo es el poder o la perspectiva de quedar privado de él. Sin embargo, la paz final no estuvo exenta de capítulos previos tensos, que incluso quedaron plasmados en la lista definitiva que competirá por la gobernación y la Legislatura.

En Argentina, casi nadie suele definir su voto por el vice. Además, con un Cambiemos dividido y con un Schiaretti con alta imagen positiva, el compañero de fórmula podría haber sido, como se especuló largamente, una persona de extrema confianza, uno de los funcionarios que vienen acompañándolo lealmente desde hace décadas. Sin embargo, finalmente se inclinó por Manuel Calvo, secretario de Comunicación y Conectividad, de 41 años, y quien si bien se incorporó a la estructura de poder y comanda un área relevante en la estrategia del gobierno, no es uno de los íntimos.

Su candidatura dispara varios significados. Primero, Schiaretti parece intentar despejar así cualquier especulación de un salto al escenario nacional. En las semanas previas, se decía que podía optar por Carlos Gutiérrez o Carlos Massei, dos dirigentes de extrema confianza, por si podía ensayar una candidatura presidencial.

Pero, además, Calvo le agrega a la fórmula otra generación. En los afiches, el secretario de Comunicación aporta una imagen de juventud que apunta a atacar los cuestionamientos por la falta de renovación y el agotamiento de 20 años en el poder.

El secretario, oriundo de Las Varillas, cultiva un perfil centrado en lo técnico -es contador al igual que Schiaretti- aunque no prescinde de las lecturas políticas. En el juego de equilibrios que suelen ser los armados electorales, Calvo ha sido seleccionado principalmente para hacer de contrapeso de otro dirigente del departamento San Justo: Martín Llaryora.

Los chispazos más intensos en las negociaciones por las listas se produjeron precisamente con el actual diputado y exintendente de San Francisco. El schiarettismo mantiene con él una relación ambivalente: lo necesita porque mide en las encuestas pero, a la vez, le desconfía. Y lo cuestiona.

Le reprochan haber iniciado una negociación por su cuenta con Olga Riutort para llevarla como compañera de fórmula, una movida que terminó siendo vetada por el schiarettismo. Los argumentos del rechazo no se centraron en que la exmujer de De la Sota no le cae simpática ni mucho menos al matrimonio Schiaretti sino en que su incorporación al nuevo frente electoral, que hizo que el oficialismo virara al menos en los papeles de la centroderecha a la centroizquierda, implicaba desbaratar en parte esa estrategia.

A Llaryora le critican haber ensayado un armado propio sin haber ganado nada todavía. Por supuesto que le reconocen su derecho a obtener primero la intendencia de Córdoba como una antesala a la gobernación, pero no le admiten que se salga del libreto antes de tiempo. En parte, la elección de Calvo es un mensaje para que no se desbande.

La figura del vicegobernador puede ser decorativa. Pero también puede no serlo. Todo depende de las porciones de poder, en términos de espacios y presupuesto, que se muestre dispuesto a cederle el gobernador. Schiaretti le instaló a Llaryora un par generacional para ir creando alternativas para dentro de cuatro años y no dejarle al exintendente de San Francisco el camino absolutamente despejado. Si amagó con rebelarse ahora que depende del gobernador, qué haría dentro de cuatro años si llega como la única alternativa posible para extender la hegemonía peronista. Por eso, le van alimentando opciones.

La pretensión de Schiaretti es que el peronismo cordobés vaya reinventándose -en parte porque no le queda otra- pero quiere ser él quien digite y estructure ese proceso de regeneración. 

En el schiarettismo circula un concepto para la sucesión: el trasvasamiento generacional ordenado. El propio gobernador asume que desde el 13 de mayo, si es que gana, se desatará una batalla interna por el poder provincial y lo que intenta es que no se desmadre ni escape a su control. 

Ya sin De la Sota, al gobernador se le facilitó la tarea de configurar las listas de acuerdo a su gusto y medida. Además, fue desatando algunos nudos. Le despejó, por ejemplo, el camino a Martín Gill, al sacar de la pelea por la intendencia de Villa María a Eduardo Accastello y enviarlo a pelear por la banca departamental. En Río Cuarto, expuso a Nazario a la pelea por un lugar en la Legislatura pero, a la vez, relegó al llamosismo, al que le reservó un deslucido lugar 25 en la lista sábana. Demasiado poco para el grupo del intendente de la ciudad de mayor peso que hoy gobierna el peronismo. En el Palacio había desazón. En el Panal la explicación rondaba en torno al tiempo: que no es el momento de Llamosas para pelear en el esquema provincial sino que debe dedicar todos sus esfuerzos a conservar, dentro de un año, la intendencia de la ciudad.

Schiaretti no lo dice ni lo dirá pero da por descontado el triunfo. A la vez, espera tener un papel central en el escenario nacional no como candidato sino como armador principal de la campaña de Roberto Lavagna. En el Panal dicen que la candidatura del exministro  de Economía “avanza como un tren”, principalmente porque los factores de poder económico del país han dado por concluido el ciclo de Mauricio Macri, de quien no esperan ya ni respuestas ni soluciones.



Marcos Jure.  Redacción Puntal