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El poder como convicción principal

Por Marcos Jure

“Humm... qué rico mate. Dulcecito, como a mí me gusta”. José Manuel de la Sota charlaba en el garaje de una vecina riocuartense. Era gobernador y estaba en campaña no para ganar una elección sino para que Néstor Kirchner no lo arrasase. El entonces presidente, enormemente poderoso, había iniciado una ofensiva contra el cordobés en una de las tantas idas y vueltas que tuvo la relación entre los dos.

De la Sota estaba en inferioridad de condiciones para dar esa pelea. Como arma, eligió la que manejaba con más destreza: la política. Salió barrio por barrio, se reunió con vecinos, comió facturas, los besó y los abrazó a todos. 

Defendió su territorio.

Hay que decir que el mate que él elogió con tanto entusiasmo en esa casita riocuartense era intomable. Un jarabe al que parecía costarle subir por la bombilla. A De la Sota no le importaba. Alguna vez contó que amaba fumar pero que había dejado de hacerlo después de que una vecina le dijo que le quedaba feo si quería ser presidente.

Suele ocurrir que asociamos una persona a una cualidad dominante, a un adjetivo. Podría decirse que De la Sota era un tipo tenaz. Pero no de una tenacidad relacionada con la porfía sin sentido sino asociada al objetivo fundamental que guió su vida: la pretensión de poder.

Esa fue su principal convicción.

Incluso cuando lo tenía, cuando había alcanzado un puesto gubernamental relevante, ansiaba llegar incluso más arriba y trabajaba para conseguirlo. Así, cada una de las tres veces que fue gobernador de Córdoba lo entendió como un escalón que lo ponía más cerca de llegar a la Presidencia.

Esa pretensión de poder tenía como derivación que cada paso, cada pensamiento expresado, cada frase quedaran supeditados a ese fin que lo obsesionaba. Por eso, si bien estaba claro que no era un político progresista sino más bien lo contrario, el componente ideológico nunca era el que se imponía. Si tenía que cambiar de discurso para adaptarse a las tendencias y a los vaivenes de la opinión pública, lo hacía. Si tenía que asociarse con quienes se había enfrentado obstinadamente porque entendía que ese armado lo ponía más cerca de ganar una elección, no tenía inconvenientes en enterrar esa enemistad y reconvertirla en sociedad política.

En los últimos meses, a pesar de que lo negó con insistencia, se había reunido con representantes del kirchnerismo, e incluso se habló de un encuentro con la propia Cristina Fernández, con quien se había peleado crudamente. Él pensó y avanzó en esa alianza que parecía inimaginable. Lo hizo porque entendió que la única posibilidad que tenía de llegar a la presidencia era acordando con quien posee dos condiciones, una de fortaleza, otra de debilidad. La expresidenta todavía mantiene un 30 por ciento de intención de voto, un caudal que no alcanza ninguno de los demás postulantes peronistas, pero, como contracara, difícilmente pueda perforar ese techo. 

Había ideado, cuentan sus allegados, una alianza de centroizquierda para contraponerse a Mauricio Macri y a una gestión “que gobierna para los ricos”.

¿Podía ser él, a los 68 años, y con una trayectoria que nunca lo había instalado a la izquierda del arco político, quien encabezara la lista de ese nuevo armado? Éstaba convencido de que sí, de que era capaz de deconstruirse a sí mismo y reconfigurarse.

Quienes no alcanzan a comprender la pasión de la política, suelen reprochar que una persona de 68 años no se resigne a retirarse y siga pretendiendo puestos de mando en vez de darles lugar a las generaciones más jóvenes. Pero la jubilación no es una opción para esas figuras: la política los consume, los alimenta; sin ella se sienten retirados no de la actividad sino de la vida. Sólo hay que ver a esos expresidentes norteamericanos que no pueden volver a ejercer cargos públicos y que parecen viejitos sin iniciativa, vacíos y dedicados sólo a cuidar su jardín de flores. 

Hasta el último momento, De la Sota se mostró como un político capaz de usar todos los métodos existentes para alcanzar el poder. Ni siquiera su tienda, pretensiosamente llamada El Hombre, era sólo una tienda: la pergeñó como un instrumento publicitario que debía mostrarlo en otra faceta, la de alguien que se arriesga, que invierte, que demuestra iniciativa.

Esa movida empresaria estaba basada en un convencimiento: De la Sota había llegado a la conclusión de que la mayoría de la gente ya no se identifica con partidos políticos ni con posturas ideológicas sino con grupos de pertenencia. Están quienes se centran en la defensa de los animales, quienes corren maratones o en bicicleta. Y allí se construyen transversalidades. Por eso, de vez en cuando, aparecía indignado por las carreras de galgos o abrazado cariñosamente a algunos de sus perros.   

Nadie le creyó cuando dijo que estaba retirado de la política y enteramente dedicado a su marca de ropa. Es más, los oficialistas y los opositores, se inquietaban cuando desaparecía durante algún tiempo de la escena pública. “¿En qué andará el Gallego?”, se preguntaban.

Su ámbito natural eran las campañas: usaba una mezcla potente de recursos económicos casi ilimitados, carisma personal y marketing publicitario. Ni siquiera cuando le tocó perder contra Eduardo Angeloz, entonces imbatible en la provincia, recibió una paliza humillante. 

En campaña se expresaba acabadamente. Por eso, puede decirse que fue mejor político que gobernante. Sus medidas efectistas pero costosas tenían un fuerte impacto en las cuentas; una herencia con la que después debió lidiar Juan Schiaretti. Tampoco encontró jamás una fórmula eficiente para que Córdoba tuviera una policía confiable y efectiva; es más, la imagen de la fuerza no hizo más que deteriorarse, envuelta en escándalos inverosímiles protagonizados por la cúpula.

Ahora, después de casi 20 años, el peronismo se encuentra en una situación inédita. Perdió al protagonista central de su llegada al poder en una provincia que le había sido esquiva. Ya no mostrará esa dualidad que lo caracterizó hasta ahora. Habrá un referente único: el gobernador Schiaretti, quien no tendrá más el contrapeso permanente que significaba De la Sota. De ahora en más, la estrategia, tanto nacional como provincial, será enteramente suya.