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Ucacha: Javier Lovay, otro vecino que abraza el diaconado permanente

En los últimos tiempos se incrementaron las ceremonias para consagración de laicos a esta tarea en la Iglesia. “Dios me llamó primero a tener una familia, ahora me invita a servirlo”, dijo

El trillizo Javier Lovay tiene 46 años, comparte su vida con su esposa Natalia y sus dos hijas, María Selene y María Anael. Hace algún tiempo comenzó su formación y el próximo sábado, en Ucacha, en una ceremonia presidida por el obispo Adolfo Uriona en iglesia Nuestra Señora del Rosario, recibirá el diaconado permanente.

En los últimos tiempos la incorporación de vecinos a la tarea pastoral se ha incrementado. Un periodista en Alcira Gigena, un exfutbolista en General Deheza fueron los casos registrados últimamente. 

Para la Iglesia ésta es una acción que procura hacer de la institución un espacio más laico, tal como lo pregona el  papa Francisco.

Lovay  será el primer vecino de Ucacha que obtendrá ese ministerio. Está a cargo de Cáritas Parroquial, trabaja diseñando software  para empresas y es una persona querida y respetada en su comunidad.

Comenzó este camino hacia el diaconado en el 2010, interrumpido por dos años por cuestiones laborales y porque estaba terminando su propia casa. Dice que  sintió el llamado un viernes santo, en un Vía Crucis, el 10 de abril de 2009. “Recuerdo exactamente la fecha cuando Dios tocó mi corazón, fue en ese momento, a través de ese grupo de vecinos y de lo que estaban representando. Fue un cambio de negro a blanco, de 180 grados. El lunes mismo fui a la iglesia a contarle al cura lo que me había pasado y a manifestarle mis deseos de colaborar, de servir”.  

 Lovay sabe que esta nueva etapa será un cambio muy profundo para él y los suyos. “Se aproxima la fecha y es en los días previos cuando uno se enfrenta a semejante paso, trascendente para la vida de mi familia y mía. Creo que llega lo de repensar, de revisar todo este proceso de formación y lo transitado todos estos años”. 

  El diaconado es uno de los tres grados del sacramento del orden.  Y constituye a quien lo recibe como ministro sagrado de la Iglesia Católica. “Como diácono voy a poder administrar bautismos, matrimonios, exequias y bendiciones de personas, objetos, de eventos, lugares. Y por supuesto, acompañar pastoralmente al sacerdote, a nuestro párroco”, precisó.

-Todo el proceso de formación, con sus distintas etapas, conlleva mucha dedicación y aprendizaje. ¿También para la familia?

 -Sí, todos nos vamos preparando. A ellos no les toca propiamente la formación pero sí el acompañamiento familiar y desde el ámbito espiritual. De hecho, mi esposa tiene anualmente su retiro espiritual junto a las distintas esposas de los futuros diáconos. Nosotros también tenemos nuestro ejercicio anual espiritual, muy necesario para todos aquellos que deseamos servir a Jesús en este ministerio ya que experimentamos un tiempo de cercanía, privacidad e intimidad con Dios.

Consultado si esta vida espiritual que elige como diácono hace que además la gente se acerque más, en la búsqueda de apoyo, sostuvo: “Sí, mucho. A todos nos pasa que en el ritmo frenético de nuestras vidas, por el trabajo, las preocupaciones, ya no caminamos sino que vamos al galope. Y hay mucha gente que nos necesita, apenas camina porque está herida, por pérdidas o por cuestiones de salud. Yo estoy trabajando en Cáritas y también lo vemos desde lo material,  cada vez hay más necesidades de alimentos, medicamentos, de contención en los niños”.

 Finalmente, Javier anticipa que vivirá plenamente y con felicidad todo lo que se viene: “Estaba en ese entonces el padre Ariel (Príncipi) cuando me acerqué a la iglesia y fue quien me nombró ministro de la comunión. Desde entonces empecé a visitar al Hospital Municipal, a distintas familias. Hoy afortunadamente somos muchos los ministros que visitamos a muchas personas. Después el padre me autorizó a hacer la celebración de la palabra, responsos. Responsos he celebrado muchos y es el ámbito pastoral donde mejor me siento y más disfruto. Creo que esa tarea, la de acompañar en el mundo del dolor, es un desafío. También supongo disfrutaré el bautismo. Uno de mis primeros responsos fue el de mi propia abuela, y para mí fue un regalo de Dios poder despedirla. Además de una tarea, de un trabajo, estaba yo en los dos lados porque era un ser querido”.



Gustavo Perusia.  Redacción Puntal