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Se arregla la deuda, ¿pero sigue el déficit?

Cerrado el importante capítulo de los bonistas comienza el debate con el FMI, aunque se descuenta que habrá acuerdo así como también una dura discusión. Ahora viene el programa para no repetir condiciones que nos llevaron a endeudarnos o emitir

El contraste entre flujo y stock quedó expuesto en la última semana cuando la Argentina finalmente, comenzó a cerrar los frentes con los bonistas y a caminar los primeros pasos hacia un entendimiento con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que posiblemente sea duro, pero no tan incierto como el capítulo que acaba de terminar. Nadie imagina que la discusión con el organismo internacional puede terminar en conflicto. Puede ser duro y largo, pero finalmente las expectativas apuntan a que haya un acuerdo y el país pueda resolver el problema de la deuda externa. ¿Cómo es ese arreglo? Bueno, nada desaparece, todo se transforma. No es que nos sacamos el problema de encima para siempre, sino que lo pateamos para adelante y quitamos una carga importante de intereses del camino. Pero la deuda sigue estando y volverá a aparecer en el horizonte en unos años, aunque se espera que para entonces la Argentina pueda tener ordenadas sus cuentas para hacerle frente al menos a una parte de los compromisos y rolear el resto, como ocurre en casi todos los países del mundo. En definitiva, se va tomando nueva deuda para pagar la vieja, muchas veces incluso en mejores condiciones.

Ahora, la cuestión empieza a ser qué pasa de acá para adelante con las cuentas de la Argentina, porque el corte en materia de deuda se hace hacia atrás, pero en adelante los balances deberían comenzar a equilibrarse para no seguir con un déficit que nos ponga otra vez ante la diyuntiva de emisión o deuda. Allí estaríamos otra vez empujando la bola de nieve.

El manejo del déficit tiene algunas opciones previas para eliminarlo y pasan básicamente por aumentar ingresos o reducir gastos. La primera opción tiene a su vez dos caminos: subir impuestos o agrandar la torta y hacer crecer la economía. Muchas veces estos últimos aparecen como caminos contrapuestos y dependen de las urgencias. Cuando un gobierno necesita inmediatamente robustecer sus arcas echa mano a la cuestión tributaria, aunque sacrifique el crecimiento por esa vía a corto o mediano plazo. Siempre es más sano ampliar la torta para tratar de sacarle más porciones y no caer en el debate de las migas, por el que hay un especial atractivo en el país. La otra tentación nacional pasa por cazar dentro del zoológico. Es la metáfora que en las aulas de economía se refiere a aplicarles más impuestos a los que ya pagan y no tomarse el trabajo de ir a buscar a los que evaden, un grupo generalmente conformado por los que por esa vía intentan sobrevivir y los que deliberadamente caminan por fuera del radar. Cuando la carga tributaria se hace tan grande, muchos se van a la franja del medio, dejan de pagar y pasan al gris de la subsistencia. Hoy en la Argentina hay más de un tercio de la economía en la informalidad. Por lo cual hay una porción cada vez menor que tributa y con eso se debe sostener todo el gasto del Estado. La profundización de esa tendencia se hace inviable porque ya Laffer, quien pasó a la fama por su curva en forma de campana, explicó que la presión tributaria tiene un límite a partir del cual todo incremento impositivo significará menor recaudación. Y hay muchas experiencias en el mundo en este sentido, aunque cada país tiene su propia curva por la realidad que viven sus habitantes, que son quienes construyen la economía con sus comportamientos. Del mismo modo hay que decir también que no toda baja en la carga tributaria significará mayor recaudación; eso dependerá del lado de la curva en la que esté ubicado en ese momento el país. No todas las reglas dan el mismo resultado siempre.

La presión tributaria no sólo debe medirse por el margen de rentabilidad que afecta a las distintas ramas de actividad, sino por las prestaciones que el Estado brinda en materia de educación, justicia, seguridad, asistencia social, entre otros. Entre todo debería existir cierto equilibrio.

Lo cierto es que la pandemia obligó a la Argentina -y a todos los países- a dejar en segundo plano la salud de sus cuentas para atender la urgencia de la asistencia a grandes grupos de la población que no tenían garantizado un plato de comida por la imposibilidad de trabajar. Claro que aquí había un agravante de una situación preexistente de extrema gravedad. La herencia de la herencia de la herencia. La pendiente que venía transitando la economía nacional encontró un acelerador con la cuarentena que agravó lo que había.

Pero al menos hubo una buena noticia que fue el acuerdo con los bonistas, que es una condición necesaria para pensar en una salida. Sin eso, no había escapatoria. Sólo con eso, no alcanzará.

Por eso es imperioso ordenar rápido las cuentas, aún en pospandemia, para no perder el tren. Al superávit comercial generado por la pandemia, la Argentina lo tiene que fortalecer con más exportaciones que traccionen la economía hacia adentro y que le permita comenzar a importar los bienes de capital necesarios para tener un sistema de producción más competitivo. Pero al mismo tiempo, es necesario - y el presidente Alberto Fernández lo reiteró la semana pasada- recuperar el superávit fiscal para erradicar el dilema que tiene encerrada a la Argentina: más carga tributaria, emisión o endeudamiento. Acabamos de pasar otra vez por esa misma esquina.

Gonzalo Dal Bianco. Redacción Puntal