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"El fútbol no es para cualquiera"

Marcos Berterame sostiene que "el porteño es más frío, está más preparado, es su ámbito. El pibe del interior tiene más técnica"

La pandemia afecta a todos, pero Marcos Berterame grafica a la perfección la forma de vida del deportista de elite. “No nos cambió en la mayoría de las cosas. Elegimos volver a la ciudad, porque el colegio en Buenos Aires cerró y al igual que los entrenamientos son vía Zoom. Estamos acostumbrados al encierro, porque en Buenos Aires la inseguridad está al orden del día, y sólo salíamos para llevar a los chicos al colegio y a entrenar. Es más, de noche no salíamos nunca, nos rebuscábamos para comprar comida o cocinar en el departamento”.

Recordó que “la forma de vida de un deportista obliga a un sacrificio, y el fútbol no es para cualquiera. La carrera es corta y hay que cuidarse. En Villa María puede salir y Thiago y mis hijas visitan a sus amigos, pero entrena por Zoom todos los días de las 9 a las 11, y a la tarde iba al gimnasio. Además está el colegio, que aunque le pasan los trabajos, también mensualmente tiene contactos vía Zoom”.

Aclaró que “no es lo mismo el entrenamiento virtual que el presencial. Tampoco la motivación es igual, pero con esta pandemia muchos pibes futbolistas van a dejar”.

Sostuvo que “los que fueron a la pensión e hicieron pretemporada y ahora se tuvieron que volver, no es fácil. El desarraigo es duro para todos, cuesta. Ir 3 meses, sufrir, y ahora tener que volver a ir, no es nada fácil. La pensión en Argentinos no va a volver a abrir hasta 2021. El que quiera ir, tendrá que pagarse un lugar. Es todo duro”.

Apuntó que “volvimos a la casa de mi hermana, y un amigo nos prestó una quinta. Germán y Gonzalo nos ayudaron mucho, son mis hermanos por parte de padre, al igual que Gastón, que jugaba muy bien al fútbol, pero le gustó más la noche y se cuidó menos”.

Indicó que “somos primos de José, Fabián y Ariel. En realidad mi papá es primo hermano de ellos. Los 3 jugaban muy bien, y me tocó jugar con ‘Cuisa’ y ‘Ari’. Eran finos para jugar, y sabían meter los codos (sonríe). Un día casi me matan. Se protegían bien”.

Remarca que “mis hermanos la pelearon en San Lorenzo. Tuvieron otras chances como ir a Boca, pero los dos firmaron contrato. En el caso de Germán jugó muy bien en la Selección Juvenil, y le salió una venta al Atlético San Luis de México después de pasar por Patronato. Allí venderán ahora a Batallini, que estuvo a punto de ir a Boca. Y Gonzalo fue campeón con la reserva, fue a Gimnasia de Mendoza, volvió, y ahora salió un préstamo a San Martín de San Juan, con varios chicos de San Lorenzo”.

El fútbol no es igual en todos lados

Marcos Berterame afirmó que “el porteño está más preparado para el fútbol. Es su ámbito, y para el pibe del interior, es más difícil lo mental, que lo físico o lo técnico”.

Estimó que “en Buenos Aires son más fríos en cuanto a que priorizan su vida siempre. En el interior son más amigos del compañero y apegados a los padres. A Thiago le costó, pero Cañuelas es similar a acá. El entrenamiento es parecido, jugaron amistosos con Boca y no hubo tantas diferencias, pero cuando jugás por los puntos, la diferencia es grande”.

Acotó que “el trabajo físico es más exigente, el ritmo es superior, y el roce se siente. Pero insisto en que un chico que juega bien en el interior, también se destaca allá. La diferencia es lo mental, desde la preparación, el cuidado, la vida en la pensión y el desarraigo”.

Indicó que “el acomodo existe en el fútbol. Como padre te pasa que nadie te dio el manual, y tenés que aprender a ser padre en el día a día. Pero el padre de un jugador sufre más. Vos te das cuenta de que lo ves mal algún partido y no hay una respuesta. Ves que tuvo miedo, que no hizo lo habitual. Eso en los clubes profesionales saben que es normal, que hay un proceso que todo chico tiene que superar, y puede llevar un partido o un año”.

Acotó que “mil veces dije: ‘Esto no es para el Thiago’. Hasta ese punto llegué como papá, pero el tiempo me hizo ver y aprender que el pibe está aprendiendo”.

Comentó que “una vez, acá, no se movía. Le grité y se largó a llorar. Me dije: ‘Hice lo que nunca iba a hacer’. Por eso digo: el pibe debe aprender y el padre también. Los chicos tienen temores, tienen dudas, se van a equivocar, van a estar bien y mal. Siento que ni me escucha, pero ayuda mucho que la familia acompañe ese proceso”.