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Esperanza “Mamy” Correa: historia de una pasión educativa

Hizo el secundario en el Rivadavia de Sobral donde se recibió de profesora. En el 73 se radicó en Buenos Aires y trabajó en el Ministerio con Alfonsín. Vive frente al Colegio Normal Roque Sáenz Peña en el que dio clases 25 años

En mayo del 2013 visité a “Mamy” Correa en Buenos Aires. Fue por una entrevista que formaría parte de un libro en memoria de Antonio Sobral y que nunca apareció. Quienes me la encargaron me pidieron la exclusividad. O, por lo menos, que no la publicara durante un “tiempo prudencial”, de mínimo cinco años. Como ese tiempo acaba de expirar hace una semana, he decidido que valía la pena que viera la luz. Las razones son muchas. En primer lugar, “Mamy” fue una de las docentes más cercanas al “doctor”; y su testimonio arroja una luz invalorable sobre su figura. En segundo lugar (y acaso debiera ser el primero) toda la entrevista da cuenta de un modo de concebir la educación que se está perdiendo día a día en el país. Y en tiempo de crisis y de olvido educacional (la primera no existiría sin el segundo) quizás sea más que oportuno ejercitar aquel “santo oficio de la memoria”.

Publico esta nota tal como la concebí por aquel entonces.

 En el Rivadavia, una tarde del 54’

En la biblioteca de “Mamy”, además de libros, hay una foto de Alfonsín y otra de Sobral. Y ambas conviven con las de su propia familia. Con la de su padre saliendo de la escuela Agustín Álvarez donde daba clases, o su madre, una maestra del Bianco, posando junto a sus tres hermanos. Como si “Raúl” y “el doctor” (como los nombrará invariablemente a largo del reportaje) fuesen parte indisoluble de su árbol genealógico. Y acaso así sea. Ya no en el sentido sanguíneo pero sí en el mundo de las ideas, que también es un modo de configuración del ADN. Porque estos hombres se volvieron ineludibles en su vida. 

Sobral la formó en la “época dorada” del Rivadavia; en aquel humanismo intelectual y el amor inclaudicable por la educación. Alfonsín, por su parte, la llevó a trabajar en su Ministerio de Educación en el 83’, haciéndola partícipe de una democracia soñada o, para decirlo con sus palabras, “de un modelo educativo como nunca se volvió a vivir en el país desde entonces”. 

Pero quizás la foto más emblemática de toda su biblioteca sea aquella en blanco y negro donde una jovencísima “Mamy” recibe de manos de Sobral el título de profesora de Pedagogía y Filosofía. Allí, pareciera que “el doctor” le entregara una posta; el fuego sagrado que la mujer mantendría vivo durante más de medio siglo.

-Entraste al Rivadavia en el 54’ con el colegio intervenido. ¿Cómo fue esa primera experiencia política y educativa de tu vida?

-Fue muy dura porque mis padres, que eran maestros, me habían educado en la libertad de las ideas. Y de hecho fui yo la que eligió el colegio, no ellos. Pero en ese tiempo, Perón lo había sacado a Sobral de su propia escuela, acusándolo de izquierdista. Luego, con la llegada de la Revolución Libertadora, el interventor “Tata” Márquez le devolvió el colegio a Sobral. Eso fue en el 56’, un verdadero renacer. 

El Rivadavia de Sobral y el Rivadavia de Perón

-¿Cuáles eran las diferencias entre el Rivadavia de Sobral y el del último año del peronismo?

-Hubo muchas diferencias, porque el doctor era un pedagogo hecho y derecho. Y a pesar de haber sido legislador por el Partido Radical y hombre de la política, para él primaba la educación por sobre cualquier tipo de militancia. Y no fue así cuando él no estuvo. Porque el gobierno armó la Unión de Estudiantes para los secundarios (UES). Y la finalidad de la UES era politizar y adoctrinar. Me acuerdo que apenas entré, me quisieron afiliar de prepo. Pero yo les dije que no, que yo sólo venía al colegio a estudiar, y no a hacer política. Y me lo respetaron.

-¿Y por qué “elegiste” el Rivadavia con sólo 12 años?

-Porque le vi una muy buena perspectiva educativa y laboral; ya que junto con el secundario te recibías de maestra. Pero aprendí muchísimas otras cosas allí. Al punto que, al terminar el bachiller me inscribí en Derecho, en Córdoba. Y cuando se lo dije a Sobral, se levantó del escritorio y le dijo a Sofía Rochero, que era su secretaria de toda la vida: “Por favor, Sofía, anótemela a esta chica en el profesorado porque estoy seguro que va a dejar de estudiar en Córdoba, después se va a casar y no va a saber qué hacer. Además, ella no es para el Derecho”. Y así fue como me anoté en “Pedagogía y Filosofía”, de prepo (risas).

-¿Y cómo te fue en esa carrera que el Sobral eligió por vos?

-¡Me fue bárbaro! Al final el doctor tuvo razón, porque lo mío era la Educación y no el Derecho. Terminé la carrera en el 62’ pero había empezado a trabajar en el colegio desde el 59’.

-De hecho, fuiste la primera Consejera de Curso de la ciudad, ¿no?

-Sí, así fue. Esa había sido una figura que inventó el doctor junto a la de Director de Curso. Los demás colegios tenían sólamente preceptor. Pero esto era algo muy distinto. Porque los preceptores tenían una función administrativa, mientras que el Consejero y Director de Curso trascendían el colegio. Y además de monitorear el curso, tenías que hacer varias visitas domiciliarias por mes, es decir que establecías una relación inmediata con la familia del alumno y tenías a cargo las horas de “Orientación”. A esas horas las había pensado el doctor para enseñarles a los chicos a estudiar. Y, según me dijeron, todavía se siguen dictando en el colegio.

Un colegio de avanzada para todos los tiempos

-¿Cómo definirías el espíritu del Rivadavia?

-La escuela del doctor estaba considerada como una escuela levantista y luchadora; acaso porque sus autoridades y profesores eran librepensadores. Había gente de partidos políticos diferentes y con ideas muy distintas. A los profesores del Rivadavia, nadie les decía lo que tenían que pensar. Y los profesores tampoco se lo decían a sus alumnos. Creo que ahí residía el gran secreto de su pedagogía.

-¿Y cuál era la idea de escuela que tenía Sobral?

-Fijate que él no hablaba de escuela sino de “comunidad educativa”, algo que trascendía el aula. Porque el doctor tenía una gran visión de la política educativa en la escuela y de formación humanista dentro y fuera de ella. Él quería que las personas que se educaban en su colegio fueran autónomas y responsables. Y por cierto, creía en el diálogo. Si eras alumno, jamás te trataba como un inferior sino como un ciudadano.

-¿Tenés algún ejemplo?

- Sí, claro. Me acuerdo que una vez con Bernardino Calvo, de quien fui compañera de curso y amiga, le hicimos un “piquete” a Sobral (risas). Era porque teníamos clases los sábados y sabíamos que el colegio no tenía derecho a hacernos ir a la escuela el fin de semana. Como “Dino” y yo éramos los principales “instigadores” y nos negábamos a entrar, él nos hizo pasar a su despacho.

-¿Y qué pasó?

-Pasó que tras una hora de charla, llegamos a un acuerdo: nosotros seguiríamos viniendo los sábados pero en  julio, en lugar de una semana de vacaciones, él nos daría dos. Cuando terminó la charla, nos dio la mano. Fue una gran lección de civismo.

-¿Y ya existía ese espíritu cívico en la escuela?

-¡Claro! Imaginate que en el 57’ Sobral invitó a todos los candidatos a presidente para que charlaran con sus alumnos de cuarto y quinto año. Lo trajo a Frondizi, a Alsogaray, a todos. Cuando yo me fui a Buenos Aires, a esos políticos ya los conocía de Villa María y gracias a  mi profesor.

-¿El Rivadavia era un colegio de avanzada para la época?

-No sólo para la época sino para todos los tiempos. Para que te des una idea, la gente de la Unesco que venía a la Argentina, viajaba especialmente a Villa María para ver la escuela de Sobral. 

-¿Sobral era conciente de su importancia?

-Sí, porque él no concebía la “comunidad educativa” aislada de la sociedad. Y eso era absolutamente novedoso. De hecho, él siempre hacía actividades sociocomunitarias. El barrio La Calera, que por ese entonces era uno de los más pobres de la ciudad, estaba siempre en su agenda. Además de políticos, traía músicos y escritores de primer nivel; sociólogos y artistas, historietistas y pensadores. Y todo para que charlen con los chicos. 

Últimas palabras del doctor

-¿Y Sobral profesor?


-Sobral daba una materia que se llamaba Historia de la Cultura. Y a partir de esa materia nos transmitía un conocimiento grandísimo en todas las áreas. Tenía una concepción de la educación como un derecho para el alumno, algo para nada clientelista. Y fue un educador hasta al borde de la muerte.

-¿Cómo es eso?

-Me acuerdo que en febrero del 71’, cuando estaba agonizando en Córdoba, lo fuimos a visitar con mi hermano Alberto. Y él, muriéndose, nos dijo: “Mamy, acordate que tenés que ocuparte del ingreso de los chicos y de la bienvenida a primer año. Y vos, Alberto, tenés que hacer una fiesta de la tradición perfecta”. Fue lo último que nos dijo. Se murió pocos días después. Ni aún así, muriéndose, dejaba de pensar en sus chicos y en su escuela. Perdón por las lágrimas. 

La asesora de gabinete de Adolfo Stubrin, Raúl Alfonsín y la soñada democracia

-Contame, “Mamy”, algo de tu paso por el Ministerio de Educación de la Nación.

-Los últimos años con Raúl fueron bastante difíciles. Los milicos aún estaban con toda la fuerza e incluso tuvimos que soportar el levantamiento Carapintada. Pero a pesar de todo, intentamos ser siempre democráticos. Allí estuve como asesora de gabinete de Adolfo Stubrin, que era viceministro de Educación. La otra asesora era Caty Nosiglia. Me acuerdo que Raúl nos llamaba y nos decía “programen para cinco meses” y a la semana siguiente te decía “no, programen para dos”; porque todo el tiempo le hacían temblar el gobierno y nunca se sabía cuánto más iba a durar. Cuando Menem ganó las elecciones, decía que estaba listo para asumir. Y así no se podía trabajar. 

-¿Y qué hiciste tras la asunción de Menem?

-Tras la caída de Raúl, seguí militando como soldado raso de la educación. Cuando Menem asumió, nos echaron a todos los radicales del Ministerio y entonces me reintegré al colegio Normal Sáenz Peña, el de acá al frente. Ahí fui profesora de nivel superior durante 25 años. 

-¿Se parece al Rivadavia?

-Es un colegio igual que el Rivadavia; con jardín, primario, secundario y profesorado. Y también respeta el libre pensamiento. Sólo una cosa no era como el Rivadavia: no era mixto. Pero hicimos una resolución y aceptamos varones y mujeres en un mismo curso. Ahora por suerte sí lo es y yo vivo al frente. En Villa María, si pudiera, también viviría al frente del Rivadavia. ¿En dónde más, si no?



Iván Wielikosielek. Redacción Puntal Villa María

 

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