Opinión | jorge-f_-legarda |

Descartando sospechosos hasta desenmascarar al gran culpable

Jorge F. Legarda

Digan lo que quieran, pero la culpa no es del rugby, que al contrario del fútbol, que es un juego de caballeros jugado por bestias, es un juego de bestias jugado por caballeros, una diferencia que por ahí se te pasa por alto si se te vienen veinte monos al humo con la intención de patearte la cabeza pero que importa sobremanera a gente con nombre, posición y “valores”. Esos que se exaltan en memorables bienvenidas a los aspirantes a ser parte de la cofradía, en los terceros tiempos plenos de camaradería y fair play, en la solidaridad dentro de la cancha para proteger al compañero que está en el piso, pero también fuera de la cancha para vengar al compañero al que le ensuciaron la camisa con vino. Ese espíritu de cuerpo reflejado en el scrum o en los mauls, pero también en el compartir por las redes sociales imágenes de cómo nos cepillamos a nuestras novias y admiradoras, incluidas las hermanas de nuestros compañeros. Como para demostrar que nuestro apego a la tradición del deporte no nos ata a anacrónicos códigos machistas de otras épocas en que los caballeros tenían ese extraño condicionante llamado vergüenza, felizmente erradicado del bravo nuevo mundo de Whatsapp y Facebook e Instagram. No, ¿cómo va a ser del rugby la culpa?



Tampoco puede ser, la culpa, de los padres, qué va. Qué pueden haber hecho mal los padres, muchos de ellos, seguramente, con antecedentes en el rugby, que como ha quedado dicho no tiene la culpa. Habrán comentado en familia, entre risotadas, las hazañas de otros tiempos, los bardos con una banda de cagones de otro club que jugaban a otra cosa, las inocentes gastadas entre catorce a un flaquito que, cuando no era un negro de mierda, medio quebraba la muñeca, el debut y despedida de algún chabón que no se bancó las exigencias del bautismo, pero siempre dejando implícito que los chicos no debían hacer lo mismo y mucho menos permitir que los agarraran con pruebas de que lo hicieron; los habrán hecho zafar de algún problemita en el colegio recordándoles a los profesores quién paga las cuotas de la matrícula, o de algún kilombo con la cana mediante una generosa donación a la cooperadora policial, para que aprendan que cualquier cosa siempre pueden contar con la familia. Les habrán pagado unas vacaciones a condición de que veraneen todos juntos, para estar más tranquilos sabiendo cómo los chicos, todos buenos chicos, de familias conocidas del club, se cuidan el uno al otro. No, si a los padres tampoco se les puede reprochar nada.



¿Podrá ser culpa de la joda, de la noche, del conjunto de bares y pubs y discos colocado a disposición de los jóvenes para que su diversión esté asociada a consumos supuestamente poco saludables y una euforia pasada de vueltas? Un argumento tan subversivo como pavo, propio de nostálgicos de una decadencia hippoide y psicobolche, de fogatas al aire libre con algún barbudo rascando en la guitarra criolla “Rasguña las piedras”, un quemo y un bajón. No se puede acusar a quienes juegan un papel fundamental en la socialización de nuestros jóvenes, en su convencimiento de que es divertido amontonarse en ambientes cerrados, arrullados por sonidos ensordecedores, maltratados por los esbirros de aquellos a quienes entregan su dinero y descargando su furia con el que los mire feo. Y gastando, porque de esa manera movilizan la economía, generan puestos de trabajo y estimulan la inversión productiva, en medio de una temporada que ha “explotado”, entre otras cosas, gracias a la activa industria del entretenimiento, a la que, como queda demostrado, no se le puede de ninguna manera echar la culpa.



¿La política, entonces? Siempre lista para el cachetazo, es cierto, pero en este caso de ninguna manera corresponde. Fíjense que la Municipalidad de Gesell se tomó apenas tres días y una movilización de amargos que nunca faltan para declarar el duelo, y ahí nomás, sobre el pucho, vino la clausura del boliche involucrado: o sea, una sensibilidad a las demandas populares a toda prueba, una capacidad de reacción asombrosa, casi casi equiparable a la de Jimena Baron, que apenas si tardó un poquito menos de tiempo que los políticos en darse cuenta que seguir como si nada quedaba medio feo. Cómo va a ser culpa de la política, si la política está profundamente comprometida con la búsqueda de soluciones desde hace más de treinta años, trate nomás de contar a cuántos políticos ha escuchado elaborando diagnósticos, formulando propuestas y puntualizando claramente qué es lo que han hecho mal los otros políticos para que los jóvenes dejen de considerar que el mejor reciclaje que se les puede hacer a las botellas de vidrio después de bajarlas es rompérselas en la cabeza a otros jóvenes que los ofendieron, o si no los ofendió nadie a la bartola, no vamos a andar desaprovechando material apto para su reutilización. La política nunca se ha desentendido del tema, salvo cuando no pasa nada que la obligue a recordar que viene trabajando en esto desde siempre.



Pero igual le buscan el lado político al asunto, ¿eh?. Nuestro querido colega Eduardo Feinman fue el que destacó que el aspirante a Puma que según parece anotó el kick decisivo es hijo de una funcionaria de la Municipalidad de Zárate, que casualmente es una intendencia K, sin aclarar si su indignación se debía al asesinato o a la evidencia de infiltración populista en un universo cuyos valores comparte. Pero otro colega que compite con Eduardo en materia de objetividad y rigor periodístico, Gustavo Sylvestre, denunció una “campañita” de los medios hegemónicos contra Gesell, adjudicada a que también tiene un gobierno peroncho, a diferencia de Mar del Plata y Pinamar, de las que no se habla tanto. Y uno que ingenuamente pensaba que la mayor dedicación a Gesell se debía a que ahí había un muerto, menos mal que lo tenemos a Gustavo para explicarnos que en realidad forma parte del “Lawfare”. Ya sé, aportes periodísticos como estos son los que tientan a algunos a afirmar que la culpa es del periodismo. Sin embargo, a nosotros no nos pidan que escupamos para arriba, que no nos amasijaremos en la disputa por la guinda ni saldremos a romper lo que por error dejamos sano antes, pero un poco de espíritu de cuerpo tenemos.



Si la culpa tampoco es del alcohol porque los tipos no estaban dados vuelta (iba a decir que estaban lúcidos, pero el chiste es demasiado obvio), ¿qué nos queda?. La variante “algo habrá hecho” siempre está a mano, pero ha ido perdiendo popularidad con el auge de la corrección política, ya no queda bien responsabilizar al muerto por tener el mal gusto de morirse sin tomar en cuenta el mal trago que su muerte significa para los que lo mataron. El rugbier que dio su versión en un audio lo tiene claro al manifestarse dolido por haber “destruido a una familia”, aunque eso no significa que se vaya a entregar porque hacerlo no forma parte de los “valores” a los que adscribe. Pero la parte más esclarecida del discurso es otra: “Salimos a divertirnos y nos jugó una mala pasada la vida”. ¡Ahora sí hemos desentrañado el misterio, hemos encontrado al culpable! No fue el rugby, ni el entorno familiar, ni la sociedad, ni la industria de la noche, ni la policía, ni la política, ni el periodismo (bueno, el periodismo un poco sí) ni el alcohol. ¡Fue la vida! Es así, cuando te toca te toca, cuando la suerte te viene cambiada te vas a comer un garrón aunque seas un buen chico, sano, deportista, amigo de los amigos y con un montón de valores.

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