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Freezer, rosca y municipalización

La elección no está instalada. El PJ pretende demorar la campaña lo más posible. La Provincia acordó con la Nación que sea un proceso puramente local. El panorama en la oposición.  Por Marcos Jure

Como si no existiera. Públicamente, el gobierno de Juan Manuel Llamosas ni siquiera habla de la elección del 29 de marzo. Los movimientos se dan por lo bajo. En la superficie, la única anomalía es que los funcionarios siguen trabajando en pleno enero. Pero no se muestran en campaña, sino en gestión.

En lo más caliente del verano, Llamosas metió la elección en un freezer. Con los números a favor, la estrategia es clásica: que los días pasen y que la campaña sea lo más corta posible. Que la gente siga inmersa en sus vacaciones, después en la vuelta de los chicos a clases y que le dedique algo de atención a la cuestión electoral lo más cerca posible de la fecha de votación.

En el oficialismo señalan que la disputa se disparará cuando el intendente oficialice que será candidato; por ahora, no dice nada. Sólo que tiene ganas de seguir y que le queda mucho por hacer. Intenta administrar el tiempo.

Su acción de campaña es por ahora pura rosca. En las últimas semanas se ha dedicado personalmente a reunirse con los distintos sectores del peronismo, que no son pocos, para tratar de incorporarlos. Con la mayoría no discute de espacios de poder específicamente sino de criterios y posicionamientos. Por el momento no le ha ido mal; siempre hay más herramientas para acordar cuando se dispone del poder. “Están todos adentro; algunos acuerdos irán siendo presentados públicamente en las próximas semanas. También vamos a incorporar a sectores independientes”, indican en el Palacio. Y aseguran que el socialismo, que fue socio de la UCR en cuatro elecciones consecutivas, integrará el armado oficialista. 

Uno de los elementos nuevos de esta campaña estará en la postura que asuma Llamosas con respecto al gobierno de Alberto Fernández. Alineado férreamente con Juan Schiaretti, el intendente ha quedado en medio de ese escenario tenso y distante que caracteriza a la relación actual entre la administración nacional y la provincial.

Parte de ese dilema parece haber quedado resuelto en la reunión que la semana pasada mantuvieron Schiaretti y el ministro del Interior, Wado De Pedro. Al cordobés todavía no lo recibe Fernández, indigestado aún por su prescindencia durante la campaña nacional y por el resultado en Córdoba, pero al menos hubo indicios de acercamiento. En esas dos horas de charla se consideró también Río Cuarto, la primera intendencia de peso que se pondrá en juego.

La decisión que surgió, relatan en el llamosismo, es que la elección y el armado se municipalicen por completo, que se apueste a la imagen positiva de Llamosas y que no se introduzcan elementos externos. Schiaretti participará pero su presencia será dosificada; en el oficialismo argumentan que las injerencias exteriores no suelen ser efectivas en la ciudad.

La campaña se centrará entonces en lo local; una cuestión aparte será la lectura del resultado: si ante una hipotética victoria, Schiaretti la utiliza esa noche para reforzar la opción cordobesa, o si la convierte en un gesto de buena voluntad hacia el gobierno nacional.

En el Palacio Municipal sostienen que el panorama les es favorable, que sus encuestas marcan por ahora una distancia que oscila entre los 18 y los 20 puntos y explican esa situación no sólo a partir de sus fortalezas sino también de la dispersión en la oposición.

En las últimas horas, el radicalismo hizo circular la versión de que está prácticamente cerrado el acuerdo con el Pro y el Frente Cívico, o lo que queda de él sin el alonsismo. Es verdad que hubo acercamientos y que la negociación con el macrismo podría concluir mañana mismo. El cambio fundamental se produjo a partir de que el radicalismo, específicamente el rinsismo, puso a disposición el número 4 de la lista de concejales además del 7 y mejoró así la oferta inicial que relegaba a los socios a los riesgosos lugares 7 y 8.

En el Frente Cívico aún no están tan convencidos. Señalan que hasta el 29 -fecha límite para el cierre de listas- puede pasar cualquier cosa y que mantienen las conversaciones con otros partidos; entre ellos la agrupación que formaron Miguel Besso y Eduardo Scoppa.

El radicalismo apuesta a la polarización, a convertir la elección en un mano a mano con Llamosas. Sin embargo, enfrenta más de una dificultad. La primera es un dato que surge tanto en las encuestas oficialistas como en las opositoras: Pablo Carrizo sigue rondando los 10 puntos de intención de voto a pesar de la imputación que pesa en su contra por un episodio de violencia de género contra su expareja. 

La pérdida de adhesiones que normalmente esa situación debería haber provocado no se registra aún en este caso, lo que convierte al exconcejal en una eventual tercera fuerza de hasta dos concejales. Y dispersa el voto opositor.

A eso hay que sumar que Besso y Scoppa han ratificado que seguirán con su armado; en la UCR se especulaba con que el expresidente del Consejo Económico y Social finalmente desistiría si no lograba un acuerdo con el juecismo y el Pro. Sin embargo, en RxI afirman que continúan y que se han inclinado por una conformación política junto con sectores y referentes sociales.

El radicalismo viene de protagonizar un desastre a nivel provincial a partir de la fractura que se produjo en 2019. Si logra contener al Frente Cívico y al macrismo y reeditar Cambiemos o Juntos por el Cambio al menos evitará una imagen de aislamiento absoluto. Si suma en el plano político-electoral, es decir si le agrega votos o no, aún está por verse.

En el oficialismo aseguran que en sus encuestas midieron el efecto potencial de un acuerdo entre la UCR, el Pro y el Frente Cívico y que el efecto es neutro, que Gabriel Abrile mantiene su caudal de votos. En la UCR señalan que incorporarían entre 2 y 3 puntos.

Pero más allá del impacto de esa posible sociedad, el principal partido opositor acarrea otras limitaciones. Una es de instalación. De doble instalación, mejor dicho. Porque debe tratar de imponer en los riocuartenses la elección misma. Paralelamente, tiene que instalar al candidato, que todavía requiere un plus en su nivel de conocimiento. Y no tiene demasiado tiempo para lograrlo. 

En un período tan corto de campaña, la instalación de un candidato puede conseguirse, siguiendo ejemplos no demasiado lejanos en Río  Cuarto, por dos vías:  o con el acompañamiento permanente de una figura política de alto vuelo o con un financiamiento desproporcionado.

José Manuel de la Sota usó esos dos recursos en 2012, cuando Miguel Minardi fue el candidato del peronismo. El entonces gobernador se asentó en Río Cuarto y se puso la campaña al hombro; y el despliegue de recursos económicos alcanzó niveles nunca vistos para una campaña municipal.

Abrile aparece ahora desguarnecido en los dos planos: en los padrinazgos y en el financiamiento. Son elementos que se incorporan a su desventaja. 

En su comando de campaña se aferran a una esperanza: dicen que la gestión de Llamosas es vulnerable, que no ha cumplido con las expectativas y que, quien dice, por ahí dan el batacazo.

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