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Una cuestión capital

Alberto Fernández anunció que Río Cuarto sería una de las capitales alternas del país si es presidente. La dimensión electoral, simbólica y gubernamental de la apropiación de De la Sota.  Por Marcos Jure

A José Manuel de la Sota le dio resultado. Desde 1999, cuando convirtió a Río Cuarto en la capital alterna de Córdoba, el sur se transformó en un bastión fundamental de su esquema de poder. Ese voto leal, que tuvo como excepción más notoria la derrota municipal de 2012 a pesar de que De la Sota se instaló en la ciudad para arrebatarle al radicalismo la intendencia, le permitió en algunas elecciones compensar reveses pronunciados en Córdoba capital, casi siempre esquiva, y alzarse con el triunfo final.

Alberto Fernández, que parece decidido a no dormirse en los laureles del 11 de agosto, se apropió en los últimos días de la figura y del símbolo. En Mendoza sentó a la hija política de De la Sota, Natalia, y anunció su programa de gabinete federal y capitales alternativas, y detalló que concretará exactamente la misma idea de llevar el equipo de gobierno a reunirse una vez por mes en las ciudades designadas en el interior. Y entre ellas, está Río Cuarto.

El anuncio puede tener dos dimensiones: una electoral, de corto plazo; y otra estratégica, de mayor alcance. En la primera, Alberto Fernández mostró que no está dispuesto a repetir su única derrota provincial, la cordobesa, por 18 puntos en las Paso, sino que tratará, abrazado al recuerdo de De la Sota, de descontar lo más posible. Y haber seleccionado a Río Cuarto no es casual bajo ningún punto de vista. No sólo por la carga simbólica de repetir la misma capital que eligió De la Sota sino porque en esta ciudad, a diferencia de Córdoba, el macrismo no le propinó una paliza al Frente de Todos sino que ganó por algo menos de 11 puntos, una diferencia para nada indescontable, menos aún después del envión de las Primarias.

La segunda dimensión del anuncio es de más largo plazo y, en ese punto, aparecen obligados tanto el eventual gobierno de Fernández como la ciudad misma. En 20 años, un tiempo histórico acotado, Río Cuarto accedió a ser considerada capital alterna, primero de una provincia como Córdoba y, ahora, del país. La primera premisa pasa por el hecho de que Fernández le dé contenido a ese rótulo y que incluya una descentralización real y no sólo un desembarco esporádico, lo que ya de por sí implicaría una mejora con respecto a la situación actual.

Pero la posible designación también interpela a la ciudad. En dos décadas, la importancia de Río Cuarto ha sido marcada desde afuera, por gobernantes o candidatos, pero esa condición no parece ser autoasumida. Más allá de la denominación que arrastra de ser el Imperio del Sur, la ciudad viene transitando su camino sin tener del todo conciencia de sí. Sus gobiernos aparecen más dedicados a lo cotidiano que a diseñar y ejecutar un posicionamiento y desarrollo a largo plazo, y hasta las instituciones y sus dirigentes exteriorizan una visión endógena, de cabotaje, encapsulada.

Desde afuera, a Río Cuarto le dicen que es un distrito de primer orden pero la ciudad marcha como si no se lo creyera del todo.

La jugada de Alberto Fernández posee un componente estratégico, electoral y, como un desprendimiento, otro territorial. Porque su mensaje es que, abrazado a De la Sota, disputará un conglomerado que Schiaretti y Macri consideran como propio y que no se conformará con sus votos originales sino que irá también por los de ellos.

Ese aspecto, el territorial, también pesa en la postura que Schiaretti ha sostenido hasta el momento y que sorprende a más de uno. El gobernador explica su neutralidad argumentando que Córdoba es antikirchnerista -tanto es así que fue la única provincia que le dio un triunfo a Macri- y que si apoyara de manera explícita a Fernández perdería caudal político él mismo y no redundaría en demasiados beneficios para Fernández. De todos modos, como también debe empezar a acomodarse al nuevo escenario político, en los últimos días envió algunas señales. La principal fue la presencia de tres ministros del gabinete (Ricardo Sosa, Osvaldo Giordano y Sergio Busso) en el almuerzo de la Fundación Mediterránea en el que disertó el candidato del Frente de Todos y la asistencia además de intendentes férreamente schiarettistas, como Juan Manuel Llamosas. 

“Nadie te lo va a decir, pero si estuvo Llamosas es porque hubo una directiva del gobierno provincial”, detallaron en el Palacio.

El juego del schiarettismo es resbaladizo. Envía a ministros e intendentes pero después niega el contenido político del gesto. ¿Cómo se entiende un apoyo velado que después, en las declaraciones públicas, se rechaza como tal, como hizo por ejemplo Carlos Gutiérrez?

El peronismo cordobés, tanto con De la Sota como con Schiaretti, siempre fue celoso del territorio. Lo resguardó durante los años de Néstor y Cristina y está haciendo exactamente lo mismo en la actualidad. Schiaretti desconfía de todo lo que huela a kirchnerismo y de su manera de ejercer el poder. Sabe -y así lo ha hecho explícito Alberto- que vendrán a disputarle su feudo y a arrebatarle funcionarios -como pasó con Carlos Caserio- pero prefiere esa tensión, aunque mengüe su capital, a entregarse lisa y llanamente. Los gobernadores que se alinearon con las anteriores gestiones kirchneristas se supeditaron de manera directa al poder central; Schiaretti demuestra no estar dispuesto a dar ese paso y pretende conservar Córdoba para sí y su proyecto.

Eso en el plano político, que deberá complementarse con el gubernamental. Schiaretti se piensa más como un aliado eventual, una categoría que le permitiría negociar casi permanentemente, que como un socio estable. 

En la gestión, necesitará de Fernández, así como Fernández podría requerir -aunque menos de lo que se pensaba originalmente- del acompañamiento más que nada legislativo de un gobernador de peso como Schiaretti. 

Córdoba cuenta con el 95% de su deuda colocada en dólares y la renegociación “a la uruguaya” que anunció Fernández puede mejorar sus propios vencimientos. Y no sólo a nivel provincial. En la Municipalidad de Río Cuarto, por ejemplo, ya juzgan que la deuda de 15 millones de dólares tomada en noviembre de 2017 y que deberá comenzar a devolverse este año es “impagable” porque se multiplicó por cuatro. La viabilidad de cumplir con ese compromiso vendría de la mano del acuerdo que el país cierre con sus acreedores y del efecto cascada que podría producirse en los pasivos provinciales y municipales.  

 La primera aspiración de Córdoba y Río Cuarto es que un estiramiento de los vencimientos nacionales alivie los propios y los libere de una situación cada vez más apremiante.