La cifra, que supera los 92 millones de pesos, es apenas una parte del trasfondo emocional, legal y humano que implicó esta causa. Según la resolución, el monto corresponde tanto a daño moral (40 millones) como patrimonial (más de 51 millones), por pérdida de chances pasadas. Fue presentada en 2015, cuando Natalia, frustrada por la falta de acuerdo en la instancia de mediación, decidió iniciar la demanda formal.
La historia de su origen había sido marcada por el silencio. Su madre, Liliana Beatriz Echevarría, conoció a La Mona cuando tenía apenas 18 años durante unas vacaciones en Córdoba. Según consta en el expediente judicial, mantuvieron un romance clandestino: él estaba casado, y cuando supo del embarazo, eligió la negación. La joven regresó a Buenos Aires, sola, y allí dio a luz a Natalia.
“Me enteré de quién era mi padre a los ocho años. Me lo dijo mi abuela”, recuerda Natalia, quien hoy lleva con orgullo el apellido Jiménez Rufino, el que obtuvo oficialmente en 2021 luego de un análisis de ADN que confirmó el vínculo biológico. A pesar de ese reconocimiento legal, el lazo afectivo nunca existió. “Nunca hubo una relación. Sólo pagó algunas cuotas del colegio cuando era chica”, dijo en diálogo con Puntal.
La mujer de 42 años abrió su corazón en una entrevista íntima, profunda y sin estridencias con Puntal. “Me da mucha tranquilidad. No quería ir más al juzgado, quería cerrar esta etapa porque fue muy dolorosa y extensa”, confesó.
Natalia es madre de dos hijos, de 10 y 13 años. “Les fui contando de a poco, según lo que podían entender a su edad. Cada uno lo procesó a su manera. Uno quiso cambiarse el apellido, el otro no quiere saber nada todavía”, relata con ternura. Y rememora un episodio que la marcó: “Mi hija tenía 6 años cuando me dijo que quería llevar un dibujito para él. Le expliqué que no se podía. Me miró y me dijo: ‘Tus padres no te valoran’. Imaginate lo que siento.”
Pese a todo, Natalia describe su infancia como feliz. “Tuve una niñez muy linda, con un papá y una mamá que me criaron con amor. No tenía vacíos. Las preguntas aparecieron cuando fui madre, a los 35. Ahí sí sentí la necesidad de saber más.”
A lo largo de la causa, se presentaron pruebas que mostraban contactos esporádicos entre ella y Jiménez: fotos, cartas y hasta material audiovisual.
Cuando le preguntamos qué le diría hoy a esa niña que fue, Natalia se quiebra. “Esa pregunta es muy fuerte porque soy simplemente una mujer, y acá hubo poder, y yo lo enfrenté sola. Me estoy empezando a sentir orgullosa, pero me cuesta. En el camino lastimé a gente para llegar hasta acá, y eso no me lo perdono, aunque sé que no fue mi culpa.”
En la actualidad, Natalia no tiene ningún tipo de relación ni diálogo con su padre biológico. “No le diría simplemente ‘te perdiste una hija’. Le preguntaría por qué. Por qué no me diste la cara antes, por qué tuvimos que llegar hasta acá, a un juicio.”
Tampoco tuvo contacto con los otros hijos de Jiménez, aunque aclara que su intención nunca fue generar conflictos familiares. “Solo les diría que no vine a quitarles nada. Vine a dar amor. A ampliar la familia. Pero nunca tuve oportunidad de acercarme a ellos.”
Sobre su madre, asegura que también fue una víctima del silencio. “Ella siempre se mantuvo al margen. Está negada, nunca quiso hablar, ni salir en la tele. Pero ahora estamos mejor. Estamos sanando. Y yo respeto su silencio.”
Juan Carlos “La Mona” Jiménez, nacido en 1951, es sin dudas una de las figuras más emblemáticas de la música popular argentina. Con más de 100 discos, 12 Premios Gardel y miles de presentaciones en todo el país, es un ídolo indiscutido. Pero en esta historia, el artista queda en un lugar incómodo: el del padre ausente que eligió la negación durante décadas, pese a las pruebas, las súplicas y los lazos invisibles.
Hoy, en Wikipedia ya figura oficialmente que La Mona tiene cuatro hijos: Carlos (Carli), Lorena, Natalia Jiménez Delseri y Natalia Jiménez Rufino Echevarría. Para Natalia, que luchó 10 años por ese lugar, ese pequeño detalle no es menor. “Yo siempre dije la verdad. Si la jueza falló a mi favor, es porque no mentí. Y eso me da dignidad.”
Aunque los abogados de La Mona ya anunciaron que apelarán el fallo, los representantes legales de Natalia creen que será difícil revertir la sentencia. Aun si el juicio continúa, para ella esta victoria marca el final de una etapa. “Estoy más tranquila. Pretendo eso a partir de ahora. Tranquilidad.”
La historia de Natalia Jiménez Rufino es la historia de muchas mujeres que han debido levantar la voz contra estructuras de poder, incluso cuando ese poder viene con nombre de ídolo. Es la historia de una hija que buscó un nombre, una verdad, una identidad. Y la encontró. “Hoy no tengo diálogo con él. Ni una palabra. Pero no me mueve el rencor. Me mueve la verdad. Siempre fue así, desde que me cambié el apellido”, concluye