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Gerardo Caletti: El testimonio del moldense que sobrevivió a la dictadura

El 11 de mayo de 1976 cayó preso, tras ser detenido cuando se encontraba en Río Cuarto. "Mi único delito era ser peronista", dice a Puntal. Estuvo varios meses como desaparecido y detenido NN. Sufrió torturas, vejámenes y humillaciones. Aquí, su historia

Gerardo Caletti es uno de los pocos sobrevivientes de uno de los capítulos más oscuros en la historia de Argentina. Oriundo de Coronel Moldes, ciudad en la que aún vive, fue víctima de la dictadura y sufrió los peores vejámenes. En una extensa nota cuenta lo vivido desde aquel 11 de mayo de 1976, cuando fue levantado por un comando militar. Por varios meses estuvo desaparecido y su familia desconoció su paradero.

Luego vinieron 3 largos años de torturas, vejámenes, humillaciones y continuos traslados a cárceles y centros de detención clandestinos en distintos puntos del país.

En el marco del Día de la Memoria, Verdad y Justicia, y en diálogo con Puntal, Caletti brindó su testimonio.

“Por alrededor de 9 meses estuve como desaparecido. Después nos pasaron a disposición del Poder Ejecutivo”, comenzó relatando este hombre que ahora, con 72 años, asegura que a pesar de lo vivido reafirma sus convicciones e ideas que defendió desde muy joven.

Tenía 26 años cuando fue detenido.

“Yo militaba en la Juventud Peronista de las regionales. En ese tiempo la Regional 3 era Córdoba y después en 1975 empezamos a formar el partido Auténtico. Esa era mi militancia. Cuando se da el golpe militar, en realidad golpe cívico, militar y eclesiástico, porque hay que tenerlo bien en claro, ya que hubo cómplices en todos estos sectores. No hay que generalizar pero hubo curas, obispos cómplices y también civiles”, relató.

Los rumores de que la Policía o comandos militares podrían ir por él a Coronel Moldes corrían. “Pero la rebeldía de la juventud”, reflexiona, hizo que decidiera no irse de su pueblo natal.

“Yo respondía que por qué me iba a esconder si no tenía nada que ocultar”, sentencia. “Yo respondía que por qué me iba a esconder si no tenía nada que ocultar”, sentencia.

El 1° de mayo del 76 una brigada militar llegó a la casa donde vivía con sus padres. Él no estaba. “Revolvieron todo, pobres mis viejitos. Los interrogaron, no les pegaron, pero sí los empujaron, los humillaron y dieron vuelta todo”, mencionó.

Eran policías de la Departamental Río Cuarto y efectivos de la Guarnición de Holmberg.

Pero no pasaron muchos días más y el 11 de mayo de ese año fue interceptado en Río Cuarto y lo detuvieron.

Torturas y traslados a ciegas

Gerardo recuerda fechas, cantidad de días, con exactitud. “Estuve unos 20 días en la comisaría de la calle Belgrano, del centro de Río Cuarto (hoy Departamental). De ahí me trasladan a la cárcel”.

Durante ese tiempo fue considerado como un NN y su familia nada sabía de él. Luego algún dato que se filtró permitió a los padres saber dónde estaba Gerardo, pero sin más información sobre las condiciones o las causas de la detención.

“Estuvimos hasta los primeros días de diciembre del 76. Pasamos las penurias más terribles y humillaciones, vejámenes. Lo que se sabe de aquella época. Prefiero no ahondar demasiado, no quiero revivir eso”, dice con un dejo de angustia.

Por este tiempo eran unos 150 los detenidos. De Coronel Moldes también fue detenido José Mariano Torregiani, otro militante peronista.

“Una madrugada de los primeros días de diciembre nos levantan y nos cargan en los camiones del Ejército y nos llevan. Nosotros ni sabíamos cuál era nuestro destino”.

Vendados, encapuchados y con las manos atadas, fueron subidos a los camiones. “Me acuerdo que nos ataron las manos con alambre de fardo y todavía tengo la cicatriz en una de mis manos”, continuó.

Pero asume que esto fue lo mínimo que soportó. Y asume que por su buen estado físico pudo resistir los constantes ataques, golpes y torturas.

“Nos llevan a la Penitenciaría San Martín, en pleno centro de Córdoba, que creo que no está más. Ahí estuvimos cinco días y realmente pasamos un calvario”.

Y, tal los testimonios de todos quienes fueron víctimas de la dictadura, las torturas eran permanentes y pocos llegaban a soportarlas.

“También una madrugada nos vuelven a vendar, a encapuchar, a atar las manos y nos cargan en un camión y nos llevan”.

Caletti mencionó que en este nuevo traslado fueron varias las horas de viaje hasta que los bajan en un lugar incierto. “Nos hacen sentar. Ahí me doy cuenta de que estábamos arriba de unas vías. Era la Aerotransportada de la Fuerza Aérea”.

Permanecieron en el rayo del sol de diciembre por varias horas hasta que el ruido de un avión Hércules los puso en alerta.

Todos quienes habían sido trasladados encapuchados fueron subidos al avión y atados con cadena al piso de esta. “Éramos como 200, en ese tiempo los aviones eran como jaula para animales. Y nos llevaron como preso político a la Unidad Penal 9 de La Plata”.

Durante todos estos traslados no hubo contactos con familiares. Solo, y tal lo dicho, algún dato que podía llegar a estos por terceros que filtraban información.

La visita de los padres

Estando en La Plata y después de un tiempo, sus papás pudieron tomar contacto con él. Ya cuando fue considerado un “preso político”.

Andrés Caletti y Lidia Villegas eran sus progenitores, a quienes siempre vuelve en su recuerdo y siente el dolor de saber por todo lo que tuvieron que pasar.

“Una vez por mes mi pobre viejo, un jubilado ferroviario humilde, me iba a visitar. Ya habían transcurrido unos 10 meses de la detención”.

Recuerda al detalle cómo era el centro de detención. “Tiene 16 pabellones, de los cuales el 13, 14, 15 y 16 se repiten, es decir, son dobles. Éramos más de 2.000 ahí”.

“Muchas veces sacaron compañeros de ahí que nunca más vimos, que son parte de esos 30.000 detenidos desaparecidos”, enfatizó.

Los continuos interrogatorios

“En cada lugar a donde llegábamos era pasar por un calvario”, continúa compartiendo de su historia.

“Me acuerdo de que me preguntaban reiteradamente con quién me juntaba en Río Cuarto, a quién conocía, por qué fuiste a este lugar, a otro. Y mi respuesta siempre fue la misma. Gracias a Dios estaba bien físicamente porque me gustaba el deporte y aguanté. Otros chicos que salían no toleraban y no los volvíamos a ver”.

Caletti recalca: “Yo siempre decía lo mismo. Todo el delito que he cometido en mi vida es ser peronista, nada más. Busquen y pongan lo que quieran”. Caletti recalca: “Yo siempre decía lo mismo. Todo el delito que he cometido en mi vida es ser peronista, nada más. Busquen y pongan lo que quieran”.

En el mismo lugar se encontraba otro moldense, Torregiani, pero los contactos con este eran casi imposibles de mantener. “Salvo algunas veces que pedíamos ir a hablar con el capellán de la cárcel, un poco para desahogarnos. Pero apenas que nos veíamos. Y hablar con el cura era peor que con los servicios de inteligencia”, refirió.

Cuando el país vibraba al ritmo del Mundial 78, Gerardo seguía preso. Y cuenta una anécdota: “No nos dejaban que gritáramos por Argentina. Para los militares nosotros éramos comunistas, polacos, o lo que se te ocurriera”.

El barcito frente a la cárcel

Finalmente, en el 79 Gerardo Caletti es convocado por las autoridades de la cárcel, quienes le comunicaron que quedaría libre.

“Yo no tenía los documentos ni plata. Y les pido al menos los documentos. Y la respuesta que me dieron fue ‘Mirá, es simple: o te vas así o te guardamos de nuevo’”.

Sabía Gerardo que ello implicaba todo un riesgo. “Muchos que se fueron solos a las cuadras los volvían a agarrar, los subían a los Falcon y nunca más se supo de ellos”. Sabía Gerardo que ello implicaba todo un riesgo. “Muchos que se fueron solos a las cuadras los volvían a agarrar, los subían a los Falcon y nunca más se supo de ellos”.

Pero, enfrente de la Unidad, un bar servía de refugio y contención.

Allí había siempre gente ligada a los derechos humanos y hasta Madres de Plaza de Mayo que tenían la esperanza de dar con sus hijos. El dato se filtraba a los detenidos por familiares de presos de Buenos Aires que podían ingresar todos los jueves. “Mis pobres viejitos apenas iban cuando podían”.

Tras quedar en libertad y sin nada más que lo puesto, Gerardo traspasó la puerta de la Unidad y dice literalmente: “Crucé la calle a dos mil. Me asistieron y me llevaron a la casa de un primo en Bella Vista”.

Gerardo inmediatamente llamó a sus padres a Moldes. La alegría del momento fue enorme. Así, en los días siguientes, don Andrés fue a buscarlo. “Nos vinimos en tren hasta Vicuña Mackenna y ahí nos fueron a buscar”.

Ya de regreso en su pueblo, Gerardo debía cada día concurrir a las 18 horas a la Policía y firmar un libro para corroborar que estaba en la ciudad. Cumplido un tiempo, quedó libre definitivamente.

“Yo sigo militando, defendiendo la democracia”

Gerardo continúa siendo un ferviente militante político. Resaltó la política sobre derechos humanos del kirchnerismo y de Alfonsín por el Juicio a las Juntas.

Tras la recuperación de la democracia en 1983, Gerardo volvió a militar en el peronismo. “Nunca me sacaron las ganas ni me quitaron mis convicciones. Yo soy peronista y ahora más”, subraya. Para agregar: “Estoy más que convencido de que vivir en democracia es lo mejor que hay, pero para sostenerla hay que participar desde el partido que sea”.

Sobre cómo pudo sobrevivir a tan duro momento en su vida, resume: “Yo siempre fui un optimista de la vida. Y mucho me ayudó formar una familia. Una mujer y mis cuatro hijos, ahora también mis nietos” .

Desde el mostrador de su panadería, el negocio que puso con su familia, sigue militando. “Mis hijos por ahí me dicen que me calle porque voy a correr a los clientes. Porque yo me defino como peronista-kirchnerista”, agrega.

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Caletti reivindicó la lucha del kirchnerismo por los derechos humanos. “Somos un ejemplo en el mundo”.

Y también la figura y el coraje del presidente Raúl Alfonsín. “Lo que hizo con el juicio a los genocidas fue algo extraordinario, nunca visto en el mundo. Ni en el Holocausto”, puntualizó.

Con “72 pirulos”, Gerardo es convocado por escuelas a contar su testimonio o dar cuenta de lo vivido en la dictadura. Lo hace porque sostiene es parte de la memoria de los pueblos. Y es una forma de ayudar a las madres y abuelas que aún siguen esperando a sus hijos y nietos.