A dos meses de iniciado el juicio oral y (no tan) público contra Marcelo Macarrón, se escuchó la primera declaración contundente, coherente, sólida, pertinente y directamente vinculada a lo que se debería haber investigado desde el primer día: el cobarde asesinato de Nora Dalmasso.

Se podrá aducir que, técnicamente, lo que se dirime en este proceso es si el viudo contrató a un sicario para asesinar a su esposa, como plantea la acusación del fiscal Luis Pizarro. Pero el propio Código Procesal Penal prevé la posibilidad de modificar, ampliar o hasta cambiar esa acusación.

El artículo 381 del CCP establece que “si de las declaraciones del imputado o del debate surgieren hechos que integren el delito continuado atribuido, o circunstancias agravantes de calificación no contenidas en el requerimiento fiscal o en el auto de remisión, pero vinculadas al delito que las motiva, el fiscal podría ampliar la acusación”. Y agrega: “El nuevo hecho que integre el delito o la circunstancia agravante sobre la que verse la ampliación quedarán comprendidos en la imputación y en el juicio”.

Los forenses suelen decir que los cadáveres hablan. Ayer Nora habló a través de Martín Subirachs: tuvo relaciones sexuales consentidas con su victimario, que luego la ahorcó con sus propias manos y completó su faena criminal rodeando su cuello con el cinto de toalla de la bata que estaba a los pies de la cama. Le dio dos vueltas y le hizo un doble nudo. Sencillo, pero tan apretado que a Subirachs le costó desatarlo para mandarlo a examinar en busca de las huellas genéticas del asesino. Sin fisuras en su exposición, Subirachs destrozó con argumentos científicos las hipótesis que Brito pergeñó los últimos quince años de la mano de onerosos especialistas como Osvaldo Raffo, Raúl Torre y Ana María Di Lonardo, que intentaron destruir la prueba genética para excluir de la escena del crimen a los Macarrón. A Facundo primero, a Marcelo después.

“Nos dijeron de todo, que no había semen, que éramos un mamarracho, que no sabíamos hacer nuestro trabajo. Muchos años después, el FBI nos dio la razón. No hubo contaminación en la escena del crimen”, dijo ayer Subirachs, en una sentida reivindicación del trabajo de los médicos forenses de Río Cuarto, que en los últimos tres lustros realizaron más de 4.500 autopsias y nunca –salvo ese fatídico 26 de noviembre de 2006- el Fiscal General de la Provincia hizo auditar su tarea por otros forenses.

Subirachs desmintió en la cara al imputado, que había dicho que en el velorio le comentó que Nora había tenido “una fiesta total con mucha vaselina” con su victimario. “Le dije que había encontrado el pote de vaselina en la mesita de luz, pero nunca que hubiera vaselina en el cuerpo”, dijo mirándolo a los ojos. Y aportó otro dato inquietante: cuando bajó de revisar el cadáver de Nora, Nené Grassi le preguntó si su hija había tenido sexo con su asesino. “Yo no quería comentarle eso pero, ante su insistencia, le dije que sí. Y ella dijo algo así como: ‘Me lo imaginaba’”, recordó.

En cualquier lugar del mundo la prueba genética es indicio incontrastable de presencia en la escena del crimen, repitieron a coro, dentro y fuera de Tribunales, Subirachs y Vignolo. En cualquier lugar del mundo menos en Río Cuarto. ¿Por qué desechó Pizarro la prueba más importante que hay en el expediente? ¿Por qué Brito desistió ayer de confrontar con Subirachs y Vignolo? La lectura de la declaración testimonial de Guillermo Mazuchelli –otro que ya no está en condiciones de declarar en este juicio- demostró que en junio de 2007 Brito fue un inquisidor implacable que no ahorró calificativos para desmerecer el trabajo de los forenses riocuartenses. “Declaramos más de 36 horas, más tiempo que los miembros de la Junta Militar”, ironizó Subirachs al evocar aquella maratónica sesión en el viejo Palacio de Tribunales.

El médico forense Mario Vignolo contó que su colega Ricardo Cachiaguerra y el fiscal general Gustavo Vidal Lascano lo “mejicanearon” y tuvo que hacer en soledad el informe que le pidieron sobre el trabajo realizado por sus colegas riocuartenses, que avaló por completo.

El verborrágico Brito dejó pasar ayer a dos testigos calificados sin formular una sola pregunta. Tal vez para evitar una desgastante confrontación en la que tenía todas las de perder –como ya le sucedió en 2007-; o porque confía en que el fiscal no modificará la acusación que pesa sobre su cliente. ¿Para qué defenderse de una acusación que nadie formulará? En vez de enojarse con sus colegas en un grupo de WhatsApp, Rivero –que está irremediablemente solo porque la madre de la víctima fue excluida de la querella- debería aprender de Subirachs: el compromiso, la idoneidad, la responsabilidad, la dignidad y el apego a la verdad también pagan. Tarde, pero pagan.

Hernán Vaca Narvaja. Especial para Puntal