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"Con lo que viví quemé muchas etapas, no pude ser un adolescente"

Tres historias de hombres menores de edad que con 16 y 17 años viajaron a las islas para defender la soberanía argentina. Jorge Leal, Gustavo Nichea y Jorge Aguilera son excombatientes de la región que recuerdan cómo el conflicto se llevó su juventud

Se cumplen 40 años del inicio de la guerra de Malvinas y en el reconocimiento a nuestros héroes, uno siempre descubre nuevas historias que han estado invisibilizadas pero merecen ser contadas. Sin dudas el trabajo de los medios de comunicación es valioso, pero más lo es el de quienes militan la causa Malvinas, como es el caso de Armando Urán, y nos acercan relatos de quienes combatieron y dejaron todo en la isla, de quienes volvieron y trabajaron duro por ayudar a sus compañeros, y de quienes buscaron diversos medios para intentar curar las heridas desde lo social o lo artístico.

En este 40º aniversario del desembarco en las islas, recordamos a los “pibes de la guerra”, adolescentes que eran menores de edad al momento del conflicto y aún así se hicieron grandes en el combate. Hay casos de caídos con 15 años, y en nuestra región contamos con 3 excombatientes que tenían 16 y 17 años en 1982.

Jorge Leal, Gustavo Nichea y Jorge Aguilera eran estudiantes de la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma) al momento de la guerra y, aún siendo menores de edad, viajaron al combate.

Jorge Leal es un vecino de La Carlota que tenía 17 años cuando fue a Malvinas. “Yo fui como voluntario porque estaba estudiando en la Esma con aspiraciones para ser marino”, indicó en diálogo con Puntal, y explicó: “En el tercer año me preguntaron si quería quedarme porque el día 28 de marzo zarpaba la flota rumbo a Malvinas”.

- ¿Llegaron a la isla?

- Estuvimos el día del desembarco, para la toma de Malvinas, con un grupo de tareas que eran 3 destructores: el Py, el Bouchard y el Seguí, al que yo pertenecía. Era una embarcación que había sido fabricada para la Segunda Guerra Mundial.

Leal señala que eran el apoyo del buque Cabo San Antonio, que iba junto con el Santísima Trinidad y unas corbetas. “Luego de la toma en la Operación Rosario, pasamos a ser el teatro de operaciones Atlántico Sur. Hacíamos el patrullaje marítimo hasta que llegaron los ingleses y anduvimos libremente hasta que hundieron el Belgrano”, señaló.

Explicó que hacían un patrullaje en la costa marítima y eran enlace radial con el territorio. “Estuvimos navegando hasta el final de la guerra, llegamos a puerto nuevamente en mayo, nuestro barco llevaba misiles mar-mar, y yo era servidor de artillería en combate, pero mi especialidad era de timonel”, dijo y comentó:“No desembarcamos en la isla, la mayoría de la gente de mar no lo hicimos, simplemente teníamos nuestro trabajo en el agua”.

- ¿Qué pasó luego del conflicto? ¿Volvieron a estudiar?

- Al volver del teatro de operaciones creíamos que iríamos a la Esma a hacer el tercer año pero se perdió eso. Me dieron el pase al buque Punta Médanos, que había estado con nosotros, y seguí mi carrera. Luego estuve en una cuadrilla un par de años más hasta que en 1985 me dieron la baja voluntaria y dejé la Marina. Tenía una libreta de embarque para trabajar en barcos pesqueros en el sur, pero nunca lo pude concretar por el problema de portuarios que hubo en el gobierno de Alfonsín. Me volví a La Carlota y me quedé aquí, hice varias cosas y luego entré al ferrocarril, donde trabajé 32 años hasta que me jubilé.

- ¿Sienten una falta de reconocimiento por parte de la sociedad a los excombatientes?

- Con la sociedad, con mi pueblo, no tenemos palabras para agradecer el apoyo que siempre nos ha dado, no sólo los 2 de abril. No nos sentimos adulados, pero siempre nos han hecho saber que están con nosotros. Con los gobiernos de turno, algunos estuvieron más y otros menos. Hay gente que está muy mal en cuestiones de salud, por eso estamos luchando. Yo estoy bien, pero hay gente que no, que no cuenta con todas sus facultades mentales.

- A 40 años de la guerra, ¿cómo mira a aquel joven que tuvo que ir a defender a su país?

- Hay heridas que no van a cicatrizar nunca, es como si uno se olvidara lo que pasó a los 17 años. Lo único que sé es que quemé muchas etapas en poco tiempo, no pude ser un adolescente. Los dolores que tuvieron mis 4 hijos a mí nadie me los escuchó. Fue algo que hice de manera voluntaria, pero era muy chico. Al día de hoy mantengo vínculo con veteranos de 90 años, que al momento de la guerra eran grandes y eran quienes nos contenían, en el barco éramos una gran familia.

Por su parte, Gustavo Nichea, desde Alejandro Roca, recuerda que ingresó a la Esma con 15 años, y con su especialidad salió con 17 años para Puerto Belgrano. “Yo estaba en el destructor Bouchard, eran todos barcos que se habían salvado del ataque de Pearl Harbor y que los habían comprado en Argentina”, indicó.

También tenía 17 cuando fue enviado a Malvinas. “Estábamos en Mar del Plata y nos mandaron a Puerto Belgrano y luego de abastecernos zarpamos con toda la fuerza operativa. Adelante iba la Santísima Trinidad y el Cabo San Antonio, nosotros éramos la retaguardia”, rememora.

- ¿Ustedes permanecieron en los buques?

- Claro, no llegamos a pisar Malvinas pero estuvimos ahí anclados hasta que se cumplió con tomar la isla. Después volvimos para reabastecernos y nos enviaron a ser escoltas del crucero Belgrano, que nos esperaba en la isla de los Estados, que era donde siempre nos juntábamos. Allí había un sector en el que podíamos llegar casi a la orilla, donde los submarinos no podían largar los torpedos.

- Cuando hundieron al Belgrano, ¿ustedes se encontraban cerca?

- Nosotros sabíamos que éramos un buque viejo, que no teníamos poder más que unos caños de 125 pulgadas, el mismo armamento del crucero Belgrano. Salimos de la isla de los Estados para rodear Malvinas y hacer un último ataque a los ingleses, porque no sabíamos qué poder bélico iban a mandar. Intentábamos cuidar que no pasaran a continente, y cuando pegamos la vuelta nos atacó el submarino. Vimos que habían alcanzado al Belgrano, en ese momento teníamos un oleaje de 10 a 12 metros, no teníamos velocidad porque teníamos una caldera que andaba mal. Tuvimos orden de salir, el primer torpedo que mandó el submarino iba hacia nosotros, pero explotó antes de alcanzarnos, eso fue lo que nos salvó. A los otros se los largó al Belgrano.

- ¿Volvieron a socorrer a los sobrevivientes?

- Sí, al otro día volvimos e hicimos el rescate de los sobrevivientes que estaban en las balsas, como 700 personas durante dos días. Después tuvimos que esperar el buque hospital, porque había mucha gente quemada y con heridas. Incluso de noche seguimos con las luces prendidas.

- ¿Qué pasó luego del conflicto y al volver con sus familias?

- Al volver estuve un año más a bordo del Bouchard, pero mi vida no fue la misma. Estábamos en la Marina con autorización de nuestros padres, pero firmamos un contrato por cuatro años con la jerarquía de cabo segundo. Luego me dieron de baja y me volví a Córdoba, donde viví con mis padres. Seguí vinculado al Ejército, pero no me gustó mucho y probé para entrar en la Policía. Luego de un tiempo llegué a Alejandro Roca, donde me dieron el aval para ingresar a las fuerzas. Desde 1988 entré a la Policía hasta que me retiré.

- ¿Qué siente sobre la experiencia siendo tan joven?

- Perdés tu adolescencia. Si bien éramos militares y teníamos la obligación de defender la patria, nos dolió la falta de reconocimiento de la gente. Al llegar a puerto Belgrano nadie nos esperaba, la vuelta fue muy difícil. Al llegar a Córdoba no te tenían en cuenta, no fue fácil.

“No sabía adónde iba”

El riocuartense Jorge Aguilera tenía 16 al momento de la guerra y también estudiaba en la Escuela de Suboficiales. “Fui trasladado desde la Esma a la ESA en Puerto Belgrano, estábamos estudiando segundo año, a punto de ascender al primer cargo dentro de la Armada”, rememora.

Allí estaba en enfermería que luego de la guerra fue lo que hizo para vivir, cuando volvió a la ciudad estudió en la Universidad y al recibirse comenzó a trabajar en el Hospital.

“A nosotros no nos dijeron que íbamos a Malvinas, nos prepararon como un premio para embarcar por primera vez. Nos ordenaron prepararnos y teníamos una gran felicidad porque era lo que estábamos estudiando, era para lo que nos habíamos preparado”, señaló a Puntal, y agregó:“Cuando nos dijeron de embarcarnos nos eligieron de acuerdo a la matrícula, es decir, el documento militar, y al orden de mérito por las materias, en lo que yo estaba en un segundo lugar y me mandaron porque al que estaba primero lo sacó su familia, porque se comenta que tenía algunos contactos en la Fuerza”.

- ¿Cómo se enteran de que iban a la guerra?

- No sabíamos nada, de Puerto Belgrano nos llevaron a Ushuaia y allá quedamos un tiempo hasta que nos reunió el comandante en Jefe del barco en el comedor y nos comentó la situación, allí se hizo un gran silencio, pero en ese momento todos los que estábamos en las Fuerzas estábamos felices de participar, no teníamos ni idea de lo que iba a pasar. Por más que teníamos más madurez que los jóvenes de ahora, no teníamos idea de lo que era una guerra, incluso en esa época no se veían películas como se ven ahora. Me tocó ir en el Bahía Paraíso, que en ese momento no era un barco hospital, nos ordenaron después del primer viaje a pintarlo completamente, desde el color naranja al blanco, todo con rodillo.

- ¿Le tocó bajar a la isla durante el conflicto?

- Yo estaba en la plataforma de vuelo del barco y me movía en el helicóptero que bajaba a Malvinas a reconocer los heridos. Tengo un carné que dice “Enfermero receptor de heridos”, algo que hacía cuando tenía 16 años. De todas formas, nunca voy a decir que me siento una víctima o que culpo a alguien por algo de eso, porque en ese momento no sufrí la guerra, no sé si no nos daban lugar o no teníamos la capacidad mental para asimilar la gravedad, pero no lo valorábamos como algo malo. No existía el miedo dentro del barco, estábamos contentos de hacerlo.

Como anécdota de color, entre tanta historia gris, recuerda que en su barco tuvieron la inspección del personal inglés, “militares que supervisaban que el barco no tenía armamento y efectivamente era hospital, y nosotros fuimos al barco ‘Uganda’ de ellos, donde nos recibieron con una bolsa tipo souvenir con alfajores, chocolates, cigarrillos y prendedores, era un souvenir de la guerra y nosotros lo tomábamos como algo de humor”, se acordó.

- ¿Cómo fue la intervención que tuvieron con el hundimiento del Belgrano?

- Cuando ocurrió el hundimiento del Belgrano nosotros estábamos cerca, pero en ese momento no sabíamos lo que pasaba. Después nos dijeron a la noche que había orden de que saliéramos del teatro porque si no nos iban a bombardear a nosotros. Por el convenio de Ginebra no se ataca a estos grupos de salud, pero se puede ver que en las guerras no se respeta, como pasa ahora en Ucrania. Además, el hecho de que nos dijeran que nos fuéramos y volver a ver las balsas flotando con los cuerpos congelados, es una guerra psicológica, es más que un bajón, era como decirnos que nos fuéramos y tuviéramos miedo porque veníamos en serio.

- ¿Siente que la guerra le robó su adolescencia?

- Sí, yo perdí toda mi adolescencia. Cuando volví con 17 años no pensaba igual a lo que es hoy, veo que hay chicos que dependen de sus padres, yo lo que quería era vivir solo, más allá de los “mambos” que uno trae en la cabeza y que no lo sabe hasta que empieza a chocarte desde adentro. Eso no quiere decir que uno tenga las imágenes de la guerra todo el día en la cabeza, sino que uno se levanta de mal humor, o contesta mal y se pelea con alguien, o no se mide el miedo en la calle con alguien, porque algo pasó en esa cabeza y nunca volverá a ser un adolescente normal.