Una esquina en donde nació su historia de amor y que, al día de hoy, luego de 47 años, sus hijas, Evangelina y Gabriela la acompañan todos los días para continuar con el legado.
En esa misma esquina en 1977, Bernardo Rufer compró la tintorería. Pero no porque le apasionaba las telas y su cuidado, sino porque se había enamorado de aquella jovencita que atendía en el mostrador. “Mi marido estaba enamorado de mí, un alemán que no decía mucho, y como estaba en venta, él la compró y ahí surgió el amor”, cuenta Elda recordando aquellos primeros tiempos en su lugar, la tintorería. Pero no todo fue en la ciudad, Elda trabaja delicadamente con las prendas desde hace más de 67 años, desde joven limpiaba las prendas de autoridades y de los vecinos que se acercaban a su casa. “Ya me gustaba, mi destino era ser tintorera”, dice mientras acomodaba algunos pedidos de los clientes.
Sin duda alguna, con su conocimiento y experiencia, Elda sabe muy bien cómo limpiar, cuidar e incluso “rejuvenecer” aquellas prendas que quedaron en el olvido guardadas en el placar, mas ella nunca se olvida sus comienzos. “Fui autodidacta, teníamos las calderas a leña, era enorme y había que estar ahí horas y horas. Mucho tiempo trabaje solita”, comenta Elda, mientras su hija Gabriela la mira con orgullo.
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Tras tantos años detrás de este rubro, Elda hace hincapié en cómo eran las prendas de antes y el trabajo que conlleva cada una de ellas. “Eran trajes con tantos hilos, todos celestes. Había que lavarlos bien y usaba una plancha eléctrica que pesaba 7 kilos, y los planchaba a vapor”.
Al entrar a la tintorería, un sinfín de prendas acomodadas perfectamente en sus perchas, con el nombre del cliente, el trabajo realizado y su monto, es lo primero que se observa. Pero detrás del mostrador blanco, sucede la magia. Con máquinas tradicionales como una gran plancha vieja a vapor y lavadoras, la tintorería Adaniya conserva equipos de hace más de 50 años.
“La prenda lleva tiempo, hay que quitar cada mancha, ponerla a lavar, fijarse, ver también el cuidado de la tela, y plancharla”, dice Elda y manifiesta que ahora es más complicado seguir trabajando con estos equipos porque ya no se consiguen los productos tradicionales de antes, “es complicado conseguir los insumos que uno necesita”, apunta la propietaria, pero asegura que es el sueño cumplido de esa jovencita que arrancó a la limpiar prendas en su casa. “Pasó tanto tiempo y todavía sigo amando lo que hago, lo hago con tanto amor y una paciencia”, dice Elda, quien se pasaba horas y horas en la tintorería haciendo su trabajo acompañada de las telenovelas de su televisor, que aún sigue allí. Aunque ahora, todas las mañanas, la tiene a su hija Gabi. “Calentamos el agua y nos tomamos unos mates mientras charlamos y nos ponemos al día, incluso cuando en la noche anterior, nos ponemos a hablar una hora y media por teléfono”, dice la hija de Elda, quien ahora se encarga de encender la caldera para que las maquinas estén óptimas para trabajar diariamente, tarea que antes hacía su mamá.
Gabriela Rufer, hija de Elda, trabaja todas las mañanas junto con ella. “Es un orgullo mi mamá”, dice con los ojos llorosos.
La edad no es un límite si hay amor
Mamá de 6 hijos, cinco mujeres y un varón, además es abuela de 11 nietos y con 84 años Elda se levanta todas las mañanas para abrir su tintorería, algunas veces viaja en colectivo hasta la parada en Constitución. “Todo el día estaría acá adentro, cuando puedo vengo a la tarde también para ayudar. A mí me encanta estar, aparte qué voy a hacer acostada en mi casa”, dice riéndose y agradece a Dios por su buena salud. “Mientras que Dios me ayude a estar acá adentro, acá voy a estar”, expresa Elda, quien es creyente y un dato no menor, nació el primero de mayo, fecha en la que se festeja el Día del Trabajador y Elda le hace honor, porque a pesar de tener 84 años sigue trabajando y dedicando su tiempo a lo que más ama.
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“Ni siquiera miro la televisión acostada en la cama, porque me dijeron que arruina la espalda, así que siempre estoy sentadita en la silla o en la punta de la cama”, dice mientras se ríe y se autodefine como una “persona con mucha energía y sin horarios”. A tal punto que recuerda cómo fueron sus días en la pandemia, que sin querer se convirtieron en ese descanso que necesitaba luego de tantos años trabajando, pero apenas pudo volver a su local, con una sonrisa en su rostro y acompañada de sus hijos, continuó con su amor: su tintorería. “Me podrá haber acostumbrado a estar en casa, pero no, no es para mí estar así. Yo quería estar acá, en mi lugar”, expresa Elda mientras se le ilumina la mirada y repite: “Es lo que amo, nací con mi destino”.
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