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La inflación contenida por la pandemia

En el índice de precios al consumidor de mayo, que como el de abril fue del 1,5 por ciento, y muy especialmente en el hecho de que por primera vez en mucho tiempo el rubro alimentos haya estado por debajo del índice general, se han querido ver señales auspiciosas de las cuales, sin embargo, sería poco prudente sacar conclusiones excesivamente optimistas.

Desde la puesta en marcha de las medidas de aislamiento dispuestas para afrontar la pandemia de Covid-19, que incluyen la parálisis de varias actividades no esenciales, la difusión del índice de precios al consumidor (IPC) por parte del Indec transmite la sensación equívoca de que la variable históricamente más difícil de controlar de la economía argentina da noticias menos pesarosas que las que la población está acostumbrada a recibir en la materia. En este marco, la suba del 1,5 por ciento registrada en mayo, así como la evolución de algunos de sus componentes, brindan señales auspiciosas de las cuales, sin embargo, sería poco prudente sacar conclusiones excesivamente optimistas.

Cuando ese mismo 1,5 por ciento fue asignado al IPC de abril, el primero que midió la inflación de un período enteramente condicionado por las restricciones de la cuarentena, las explicaciones sobre un número que a simple vista aparecía como demasiado bajo apuntaron al congelamiento tarifario y, particularmente, a la imposibilidad de relevar ciertas categorías que directamente habían quedado excluidas del mercado, y contribuían así a reducir el promedio general. Mucho más realista aparecía la evolución de los precios de los alimentos, que pese a que también habían sido objeto de intentos de contención por parte del Gobierno registraban movimientos ascendentes mucho más pronunciados.

Sin embargo, en lo que sí marca una diferencia más relevante, en mayo lo que impulsó el índice general hacia arriba fue el rubro indumentaria y calzado, mientras en alimentos y bebidas el aumento fue de apenas el 0,7 por ciento. Esto constituye una rareza, porque lo habitual -no solo para una situación tan extraordinaria como una pandemia, sino en el curso de cualquier ciclo recesivo como el que la Argentina venía atravesando desde mucho antes de la llegada del coronavirus- es que los precios de los artículos esenciales sean los que más suben, porque son los que tienen menos posibilidades de ser contenidos por una retracción de la demanda.

De hecho, al ser consultado sobre el índice de mayo, el titular del Indec, Marco Lavagna, se ocupó de destacar especialmente “el quiebre de la inercia” en alimentos, que por primera vez en mucho tiempo quedaron por debajo del índice general. También festejó que la dispersión de precios entre los negocios de proximidad y las grandes superficies, que en abril había sido “fenomenal”, en mayo no resultara demasiado significativa. E incluso los fuertes aumentos en indumentaria y calzado fueron considerados como un signo de retorno a la normalidad, ya que aun cuando los negocios estuvieran físicamente cerrados incidió un factor históricamente clave para el rubro como el "cambio de temporada".

De todas formas, y aun cuando los congelamientos en tarifas y servicios se prolonguen, y sigan cumpliendo un papel de “ancla” para limitar el despegue de los demás precios, está claro que la progresiva apertura que en diferente grado ya se está verificando en todo el país no puede menos que reavivar las expectativas de un aumento de la inflación, en un contexto de crecimiento del gasto público -inevitable para sostener a quienes debido a las restricciones a la actividad se ven imposibilitados de ganarse la vida trabajando- sin correlato alguno en los ingresos del Estado. Entonces se verá si el “quiebre de la inercia” festejado por Lavagna tiene algún fundamento sólido, o por el contrario se asienta en las profundas anomalías de un estado de cosas que más temprano que tarde habrá que dejar atrás.