El escritor riocuartense Antonio Tello publicó recientemente su nueva novela, El maestro asador, coeditada por las editoriales universitarias de Río Cuarto y Villa María, UniRío y Eduvim.
En la contratapa de libro de puede leer: “El maestro asador es un intenso recorrido por la memoria y a la vez una celebración de la vida, En un contexto definido por un paisaje humano y geográfico singular redescubierto a través de la memoria, el narrador -Manuel T.- cuenta el modo cómo sus padres alimentaron su sensibilidad e imaginación y le inculcaron los valores éticos, que definirían su personalidad artística y su comportamiento social.
En el núcleo de esta novela alentada por la ternura nacida de la experiencia personal, el fuego y el asado aparecen como los elementos esenciales de un ritual nutricio que enaltece el vínculo familiar y la amistad. Así como la palabra “compañero” trae en su historia original el “compartir el pan”, para el maestro asador asar y compartir la carne es un acto de amor que nace del conocimiento. “No [sabrá asar] hasta que domine el fuego, que interprete su calor por el color de las brasas y el espesor de las cenizas que las cubre”, le dice el maestro asador a su hijo.
Hablamos con Antonio:
-¿Cuándo y por qué sentiste la necesidad de hacer un homenaje a tus padres?
-Cuando uno llega a cierta edad y mira hacia atrás, lo que ve es un largo recorrido, un largo camino que no ha hecho totalmente solo. Un día, cuando escribía un poema de “Conjeturas acerca del tiempo, el amor y otras apariencias” me di cuenta de eso. Los primeros versos de ese poema dicen: “Ese día, en el equívoco trance entre el recuerdo y el sueño / fue cuando empecé a reconocerme en los gestos de mi padre”. Como ve, no hablo de un parecido físico, sino gestual. Quiero decir que la semejanza trascendía lo físico y conformaba una forma de ver y entender el mundo y, consecuentemente, me explicaba un comportamiento, una conducta, que me había permitido sobrevivir en condiciones muy adversas. No lo supe de repente, sino que fui comprendiendo poco a poco en que debía rendirles el homenaje que se merecían.
-¿Somos los que nuestros padres nos inculcaron?
-Sin duda, somos tal como ellos nos educaron. Muchos de los problemas que existen en la sociedad actual -indiferencia, insolidaridad, violencia, falta de respeto y desconfianza hacia las instituciones y a quienes las representan, desde el político al maestro- tienen su origen en la dimisión de los padres o en su desplazamiento en la educación de sus hijos. Mis padres nos dieron a mí y a mis hermanos un patrón ético que nos ha servido como coraza moral contra lo incorrecto y como medio herramienta para comprender nuestras debilidades y las debilidades de los demás. En mi caso, quizás al ser el primogénito, dado el valor que éste tiene dentro de su cultural patriarcal, también educaron mi sensibilidad dándome un trato especial. No lo sabían, pero fueron ellos quienes me prepararon para ser poeta y no contador, como quería mi padre que fuese. Mi padre me enseñó el valor del esfuerzo y la voluntad para “progresar”, como decía él, y mi madre me dio el escudo de la ética y el vuelo de la espiritualidad.
-La novela es un ejercicio de memoria. ¿Sentiste nostalgia al escribirla?
-Así es, la novela es un ejercicio de memoria, pero no hay nostalgia en ella. Hay curiosidad. Al mismo tiempo que celebraba a mis padres, quería conocerme, saber por qué era como era y para hacerlo debía enfrentar esa etapa luminosa de la niñez y de la adolescencia con los ojos de un niño. Con los ojos y el ánimo de quien tiene todo un mundo por descubrir y por eso ese niño describe su mundo con inocencia, lo que no quiere decir sin inteligencia. Por esto la novela no es una autobiografía sino una narración que trasciende la biografía personal y familiar, y alcanza los territorios donde los recuerdos juegan con la imaginación. Algo que no hubiera conseguido sin apelar a la escritura poética, que no debemos confundir con prosa lírica, pues ella, la escritura poética, abre horizontes y dimensiones vedados a la prosa testimonial.
-El asado es un rito profundo, placentero y compartido. ¿Por qué lo elegiste para contar la historia padre-hijo?
-Porque mi padre, como buen criollo, consideraba el asado algo muy especial. Para él, aunque no lo dijera, el asador es una especie de sacerdote que oficia una ceremonia de comunión con los suyos, familiares o amigos. Fue por esta razón que me tuvo a su lado desde los doce años hasta los veintidós o veintitrés para que me ocupara sólo del fuego y cuando yo le pedía que me dejara asar la carne, me decía que lo haría cuando supiera lo que me decían las brasas. Finalmente, ese día llegó de improviso y me encargó hacer el asado y fue algo así como un ritual de iniciación a la adultez. La noche en que esto sucede constituye el nudo de la novela y el punto de partida del recuerdo de los hechos que han precedido a ese momento crucial. Como ve, no puede haber nostalgia en algo que se vive como presente.
-¿Extrañabas ese rito en todos los años que viviste en Barcelona?
-Como le dije, no soy nostálgico, pero para prevenir un ataque de nostalgia desarrollé mis propias estrategias. No se trataba de ir a comer asado y empanadas a algún restaurante argentino, sino de hacerlo. Al principio, iba con mi familia a algún “merendero”, lugar donde la gente disponía de asadores, y allí hacía algunas costillas con algunas butifarras, un embutido parecido al chorizo criollo, pero después, me hice hacer una parrilla y comencé a hacer un asado para los vecinos del lugar donde veraneábamos habitualmente. Los primeros veranos éramos pocos, pero a lo largo de casi veinte años, el número de comensales aumentó hasta casi los ochenta. El asado había sustituido a la fiesta de la comunidad. Yo no quería eso, sino ofrecerles algo de mi cultura y que compartieran conmigo el pan, la carne y el vino. El último asado fue toda una fiesta que incluyó música y fuegos artificiales y hasta me dieron una placa como recuerdo.
-En pocas palabras. ¿Qué significan para vos Villa Dolores, Merlo, Cerro Áspero (Pueblo Escondido) y Río Cuarto y el Colegio Comercial?, paisajes que se evocan en el libro.
-Todos ellos, personalmente, se me aparecen como mojones de un camino vital a los que puedo volver siempre que quiera, como se vuelve cuando uno relee un libro que le gusta. Como lo digo en el documental “A.T. Cuadernos de tiempo” respecto de Barcelona, todos son lugares míticos, porque, tal como los describo o los evoco, no existen fuera de la escritura.
-Y algunas palabras para definir a esos grandes poetas como Antonio Esteban Agüero y Osvaldo Guevara, homenajeados en el libro.
-El primero es una sombra, una especie de fantasma de la memoria, pues nunca lo vi ni de lejos y pasado el tiempo supe que una de las casas, donde íbamos con mi hermano Luis a vender chauchas y otras verduras y frutas, era de un poeta que se llamaba Antonio Esteban Agüero. Mucho más tarde supe que este poeta había escrito una “Cantata al algarrobo abuelo” y que éste era el gigantesco algarrobo a donde a veces íbamos a jugar con mis hermanos Luis y Lita o a juntar bayas para que mi madre hiciera arrope.
Guevara fue el primer poeta que conocí que veía, sentía y vivía el mundo como poeta, fue quien me buscó para que trabajara con él en el Departamento cultural de Radio Río Cuarto y quien me alentó a escribir, aunque no poesía. Es, lo diré siempre, uno de los mayores poetas hispanoamericanos.
-¿Por qué se trata de una novela ajena a la temática y al tono del resto de tu obra?
-Esto es sólo aparente. A “El maestro asador” le pasa lo mismo que a “El hijo del arquitecto” y “Romance de Melisenda”, que parecen desprendidas del núcleo fundamental de mi obra representado por “De cómo llegó la nieve”, “Los días de la eternidad” y “Más allá de los días”, así como de los cuentos y poemas. Sin embargo, hay vasos comunicantes que explican y dan sentido a distintas zonas de la creación. “El maestro asador” parece más sencilla y menos compleja que las otras, aunque como éstas carece de argumento y de trama, y la narración se sostiene en el lenguaje y la oralidad; su temática no parece tener anclaje en el destierro y, sin embargo, en el nomadismo del protagonista, cuyo nombre no gratuitamente es Manuel T., ya se dan las pautas de la errancia y los primeros síntomas del desarraigo. El tono sí que es diferente, porque en esta novela quise seguir el mismo de las novelas de aventuras clásicas, recrear la frescura y la inocencia de las peripecias de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, de Mark Twain, de “El gran Maulnes”, Alain Fournier, de la “Isla del tesoro”, Robert L. Stevenson, e incluso de “Retrato del artista adolescente”, de James Joyce. “El maestro asador” es una celebración de la vida y de la inocencia.
-Igualmente la poesía está siempre presente…
-En la escritura poética, como le dije.
-¿Las editoriales universitarias o independientes, son hoy una posibilidad casi única para editar?
-Para autores como yo, que ya tienen un recorrido y una obra más o menos consolidada sí. Los escritores jóvenes, tal como están las cosas, no tienen más vía que la autoedición, directa o indirecta, o quizás la lotería de algún premio. Pero esto es otro cantar.
-Como escritor ¿cómo atravesaste la cuarentena?
-El oficio de escribir es solitario y yo llevo casi cincuenta años en él, escribiendo de 8 a 13 y de 16 a 20, cumpliendo jornada como cualquier trabajador, de modo que la cuarentena no me ha afectado en este sentido. Tampoco la cuarentena ni al confinamiento me los he tomado como una limitación a la libertad, como vociferan algunos, sino como una necesidad sanitaria a la que todos, por responsabilidad individual y social hemos de responder con la mejor disposición.
-Y ¿cómo imaginás el futuro pos pandemia?
-Es difícil imaginarlo, pero de lo que estoy seguro es de que el capitalismo saldrá transformado pero no aniquilado, incluso me animo a decir que habrá más retrocesos para la clase trabajadora, la cual deberá cambiar sus formas de representación si quiere mantener a raya a las grandes corporaciones y conseguir mayores registros de igualdad y una mejor repartición de la renta.
-Dicen que, ante las crisis, mucha gente suele refugiarse en la cultura. ¿Creés que en esta oportunidad será así?
-No lo creo porque lo que se entiende en general por cultura es la cultura del entretenimiento, pero no la cultura basada en el conocimiento y la reflexión. Quizás haya gente que ha desacelerado su tiempo y ha conseguido un espacio para la reflexión, pero seguirá siendo un número reducido. Para que pensar, reflexionar y neutralizar el discurso vacío de los grandes medios de comunicación y el ruido de las redes sociales, necesitamos volvernos hacia nosotros mismos, creer en que somos capaces de pensar por nuestra cuenta y no a cuenta de terceros.