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Silvia López: "La locura tiene su propio orden"

La escritora y psicoanalista cuenta de su nueva novela "Suite presidencial".

El suicidio asistido es el tema central de Suite presidencial, la nueva novela de la escritora y psicoanalista Silvia López, que exhibe además una extensa gama de personajes con distintos grados de locura: “A veces la belleza puede estar al servicio de disimular el horror”, dice la escritora.

La historia del nuevo libro de la autora de “Playa de barro”, que acaba de editar Alfaguara, sigue a una médica porteña que viaja a Tierra del Fuego para trabajar en una clínica dedicada a la eutanasia. Pero los pacientes no son lo único que muere en el pueblo de Bernina: también lo hace el matrimonio de la protagonista y su cordura, la de su hermana María Dolores, la de su padre afectado por Alzheimer e incluso la de su esposo Lucio, cuya manía por la limpieza alcanza límites inimaginables y grotescos.“En el territorio narrativo de Silvia López, el universo es un castillo gótico que aloja alienados prefreudianos, el paraíso de la literatura del siglo XIX”, definió Daniel Guebel a la prosa de la autora que sabe adaptar sus tópicos a un ambiente de paisajes imponentes y cielos límpidos en los que la locura está en la clínica donde van quienes toman la decisión de morir.

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-Adaptás tópicos de la novela gótica o el género de terror: una cripta, la locura, una cueva, la muerte, al tema de la eutanasia. ¿el suicidio asistido es un nuevo tópico del terror?

-Me gusta el gótico y sus moradas oscuras siempre que se muestren como la punta de un iceberg, sutiles, el signo de algo que no se descubre a simple vista. Por eso pensé que la clínica Riviere, el alojamiento de los suicidas tenía que ser una construcción moderna, diseñada por algún arquitecto italiano. Lo que ocurre dentro no se percibe al ingresar, su estética encubre, desvía. A veces la belleza puede estar al servicio de disimular el horror. En cuanto al suicidio asistido... nunca lo pensé como un nuevo tópico del terror, más bien como una necesidad socialmente difícil de aceptar. Pero decime, ¿quién no querría un lugar así para el final de la vida?, una suite confortable entre las montañas y el mar.

-Sos psicoanalista y la mayoría de los personajes muestran o alegan alguna clase de trastorno: Alzheimer, manías por la limpieza, obsesión sexual, psicopatía.

-Es cierto. Los personajes son trastornados. Se me ve la hilacha por ahí. El tema me interesó siempre, hice una profesión, le di rumbo a mi vida a partir de ese interés. Y más tarde lo llevé a mis novelas. Creo que nunca escribí un solo renglón sobre gente normal. Hace poco una amiga me dijo: Empieza bien, la protagonista es una chica que quiere casarse antes de los cuarenta, ¿tenía que escuchar voces? ¿era necesario? Y sí, le dije, era necesario porque de otra manera no me interesaba.

-¿Cómo es la relación que la narradora y protagonista tiene con su hermana, que es completamente distinta a ella pero se “mete” en su cabeza con consejos o sugerencias?

-Las hermanas surgen de un caso real que encontré en un libro de Clérambault sobre automatismo mental y paranoia. Clérambaul es un psiquiatra francés, último vástago de una familia de la nobleza de Touranges, de personalidad fascinante según todos los que lo conocieron, tan fascinante que él mismo podría ser un personaje de novela. Dedicó su vida a la observación de los trastornos mentales. Podía pasar horas en la celda de un enfermo delirante, confundido o alucinado, para precisar la semiología de un síntoma. En el capítulo donde describe los delirios pasionales y la erotomanía, descubrí a las hermanas. Se trata de una “folie a deux “(locura de dos) Desde luego, fueron noveladas, pero la idea partió de allí, una escucha en su cabeza la voz de la otra impulsándola a actuar. A los psicoanalistas, Clérambaul nos enseñó que el delirio erotomaníaco se despliega en tres estados: esperanza, despecho y rencor. Por eso en la novela primero llega el ramo de rosas, el fabuloso romance, las escenas de voltaje erótico, luego vendrá la decepción amorosa y por último la venganza. Es así, la locura tiene su propio orden.

Los personajes son trastornados. Se me ve la hilacha por ahí. El tema me interesó siempre, hice una profesión, le di rumbo a mi vida a partir de ese interés. Y más tarde lo llevé a mis novelas. Creo que nunca escribí un solo renglón sobre gente normal. Hace poco una amiga me dijo: Empieza bien, la protagonista es una chica que quiere casarse antes de los cuarenta, ¿tenía que escuchar voces? ¿era necesario? Y sí, le dije, era necesario porque de otra manera no me interesaba Los personajes son trastornados. Se me ve la hilacha por ahí. El tema me interesó siempre, hice una profesión, le di rumbo a mi vida a partir de ese interés. Y más tarde lo llevé a mis novelas. Creo que nunca escribí un solo renglón sobre gente normal. Hace poco una amiga me dijo: Empieza bien, la protagonista es una chica que quiere casarse antes de los cuarenta, ¿tenía que escuchar voces? ¿era necesario? Y sí, le dije, era necesario porque de otra manera no me interesaba

-¿Colabora el entorno de este pueblo pintoresco y bello a crear un clima de extrañamiento?

-Colabora, claro que sí. Se trata de la belleza del lugar enmascarando el propósito funesto. Colabora, claro que sí. Se trata de la belleza del lugar enmascarando el propósito funesto. La protagonista lo dice al llegar: “Miré el puerto a través del ventanal, titilaba como un objeto flamante, la luz pálida sumergía el paisaje en una esfera de aspecto sobrenatural. No podía haber un lugar mejor para crea esa especie de limbo donde estaba permitido morir”. Es cierto que Bernina no existe en nuestro mapa argentino, pertenece a una localidad suiza, Bernina Paso, pero en la novela los dueños del pueblo y de la clínica Riviere son suizos, por eso lo extrapolé. En suiza la eutanasia está permitida, tenía coherencia abrir el mapa de la zona para encontrar el nombre de algún lugar.

-Como bien precisás, Bernina no existe en los mapas argentinos, ¿nada existe ahí, el casino es de mentira, el matrimonio de la narradora también?

-No soy amiga del realismo a la hora de sentarme a escribir, lo hago medio entre sueños, a las seis de la mañana. Así que es todo de mentira, invento puro. Me divierte crear lugares y personajes. Primero se me ocurre un contexto, después la trama. En “Suite presidencial” el contexto es un pueblo patagónico. Actualmente escribo su continuación y transcurre en un palacio mendocino, réplica en menor escala del Palazzo europeo de la familia Visconti, que desde luego existe en Italia, pero se me ocurre llevar todo a Mendoza. Como verás, te adelanto, habrá una saga. Espero que me salga bien. Y de nuevo, no es que la estética gótica esté presente en ese palacio, atravesada por los misterios de un subsuelo, pasillos oscuros o altillos abovedados, pero hay demasiados sectores sin vida y sin la menor necesidad de existir.

-El personaje tiene casi un leit motiv que se traduce en un pensamiento de la protagonista: “Matate, Lucio”, que finalmente expresa su hermana, ¿está construido para exasperar al lector?

-Lucio es detestable. El marido que ninguna mujer querría tener. Obsesivo, agotador. Preocupado en exceso por lo que come y por el aire que respira, duerme envuelto en su acolchado de plumas, no quiere salir a la calle, todo el tiempo evita enfermarse. Se cuida como si su vida valiese la pena, dice la protagonista. Por eso la expresión Morite, Lucio, se repite como un estribillo. Sin embargo, es un personaje que resultó útil para darle humor a la novela. En cambio, Matías Lorente, el amante en cuestión, como vos bien decís, es el arquetipo del héroe romántico, seductor, especialista en artes amatorias. Al encontrarse con él, Encarnación descubre la vida erótica, su propia piel como un elemento extraordinario, la cito: “Con Lucio estuve disecada, con Matías siempre es posible sacarle al cuerpo algo de brillo. Conclusión, pensé mientras escribía: si vas a inventar al amante, que no se parezca al marido”.

-Por el contrario, el personaje de Matías parece ajustarse más al arquetipo del héroe romántico…

-Otro ingrediente humorístico es Elena, la anciana que no renuncia a su sexualidad y a cada rato se interna en la clínica para encontrarse con Cristóbal, un octogenario lúcido que nunca dejó de usar corbatas coloridas. Traté de evitar a lo largo de la novela, el desprecio frecuente que algunas personas manifiestan por la vejez, suponiendo que, con el paso del tiempo solo hay debacle y condena. Quise expresar que en la última fase de la vida humana, no solo existen el deterioro y la caída, existe también un núcleo indestructible donde seremos lo que hemos sido. Es en esta dirección que incluyo la facultad de Elena para hacer coincidir pasado y presente como un privilegio sin salida: ni la proximidad de la muerte podrá calmar su necesidad de volver a enamorarse. Elena no pretende atrapar al objeto amoroso para que deje de ser imaginario, al contrario, prefiere confinarlo para que siga siéndolo.

-¿La “Suite presidencial” del título es un lugar idealizado donde sueñan encontrarse los personajes? ¿es una utopía?

-Es un sueño loco, también. Es lógico que la eutanasia tenga su aposento y que la estética opere a media luz. Diría, si fuera poeta, que es la jaula de vacío para que brille, diáfano, algo más en el porvenir.