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Rivero: "Si alguien más tocó el lazo de la bata, ese es el asesino"

La genetista Nidia Modesti declaró que, aparte del ADN del viudo, en el cinto con el que estrangularon a Nora había otro perfil masculino que no fue identificado. Para el fiscal, esa es la huella del homicida. Así, descartó que vaya a modificar la acusación contra Macarrón

Si algo quedó claro en las extenuantes seis horas de la declaración de Nidia Modesti, es que el fiscal de Cámara Julio Rivero no cambiará la acusación contra Marcelo Macarrón.

Así lo confirma el diálogo entre la especialista en genética forense y Rivero, segundos antes de que la testigo recogiera la gruesa carpeta que trajo para ayudarse en su exposición y emprendiera el regreso a Córdoba.

A la testigo le pidieron que analice las conclusiones del FBI sobre la prueba genética y dijo que, además del ADN de Marcelo Macarrón, en el cinto de la bata con la que estrangularon a Nora Dalmasso había otro perfil masculino “minoritario” que nunca fue identificado.

-Alguien más tocó ese cinto, no sé si antes o durante (el crimen)... -dijo Modesti.

-Si alguien más tocó el lazo, eso quiere decir que esa persona es el asesino. -Se despachó el fiscal.

-Eso no lo puedo decir yo. -Respondió la testigo.

-¡Pero lo digo yo! -Completó el fiscal, que recién en el epílogo del testimonio se mostró animado.

Antes de eso, la exresponsable del Ceprocor había relativizado el hallazgo del patrón genético de Marcelo Macarrón, en la escena del crimen.

Dijo que el hecho de convivir con la víctima incrementaba notoriamente las chances de que su huella genética apareciera en las sábanas, en las prendas examinadas o incluso en el mismo lazo.

Agregó que aún en aquellas prendas o sábanas que son lavadas pueden persistir huellas genéticas o incluso contaminarse dentro de un lavarropas.

Eso, dio a entender la especialista, podría explicar la “presencia genética” de Marcelo Macarrón en la habitación donde Nora fue asesinada.

Si en este juicio las pruebas de ADN no tienen carácter dirimente, el semen hallado por el bioquímico riocuartense Daniel Zabala quedó reducido a un hecho anecdótico.

Modesti reiteró verbalmente las críticas que había expuesto por escrito. Dijo que el método de la “fosfatasa ácida” que aplicó Zabala era inespecífico y que en la actualidad no se usa para determinar la presencia de semen porque daba como resultado “muchos falsos positivos”.

El único que se atrevió a formularle una pregunta aclaratoria fue el vocal técnico Gustavo Echenique, quien le recordó a la testigo que Zabala había aplicado la técnica de la “fosfatasa ácida prostática”, no la “fosfatasa ácida”.

La respuesta de Modesti resultó vaga: dijo que no quería polemizar y no distinguió entre los dos métodos porque explicó que no era su especialidad (?).

A diferencia del exbioquímico policial que fue cuestionado por igual desde la defensa y la Fiscalía, Modesti tuvo ayer un trato preferencial.

Acaso cohibido por el currículum de la genetista, el Tribunal le concedió a Modesti el permiso para que dictara en plena sala de juzgamiento una clase de genética forense -powerpoint incluido-, en lugar de someterla a preguntas como a cualquier otra testigo.

Así, las primeras horas de la exposición de Modesti se plagaron de gráficos y términos genéticos que resultaron incomprensibles para un auditorio poco habituado a lidiar con “haplotipos” y “alelos”.

Así, en vez de ahondar en la tarea propia del Ceprocor o de insistirle para que Modesti aclare por qué le adjudicó al bioquímico Zabala un método que en realidad no usó, lo que hicieron -una vez más en forma consensuada- la defensa y la Fiscalía fue leerle a la testigo cada uno de los informes genéticos que se produjeron en la causa para que ella les diera su opinión.

Lo que en teoría es un juicio oral y público extravió nuevamente ese carácter porque buena parte de las seis horas se consumieron en lecturas llenas de tecnicismos y codificaciones que al jurado popular -el convidado de piedra- le resultó imposible de asimilar.

Promediando la hermética exposición de Modesti, empezaron a aparecer los ceños fruncidos entre los ciudadanos que actúan como magistrados.

Para entonces, como si hubiese habido un tácito consenso, los jurados llevaban largas horas sin tomar apuntes en sus cuadernos y reprimendo bostezos.

Alejandro Fara. Especial para Puntal