Tranquilo después de la muestra de autoridad que dio en el debate presidencial frente a un Javier Milei al que expuso como un desconocedor de premisas básicas de la gestión estatal, el candidato de Unión por la Patria, Sergio Massa, no quiere que la ola de optimismo que se generó en los últimos días lo pase por encima. Es consciente de que las encuestas arrojan un escenario extremadamente parejo, e incluso la lógica de la matemática pura le sonríe más a su adversario por la sumatoria de sus votos y los que obtuvo Patricia Bullrich.
Sin embargo, como animal político que es, el ministro de Economía confía en que la construcción política y discursiva que viene desplegando desde que se confirmó su candidatura, alcanzará para romper esa lógica matemática en la que se sostiene Milei, quien aseguró varias veces que "los votos para ganar ya están y sólo hace falta cuidarlos".
"Preparame la boleta pa' votar a Sergio que la damos vuelta", reza uno de los jingles que surgió de la usina de canciones de campaña en que se transformó la plataforma de streaming "Gelatina", del influencer Pedro Rosemblat. El jingle prendió con fuerza en las juventudes politizadas que ven el programa, y se viralizó a tal punto que fue "apropiada" por la campaña del candidato.
La letra del jingle sintetiza a la perfección esta carrera en tres etapas que viene realizando el ministro desde las Paso hasta llegar a la segunda vuelta. Del 21% en las primarias (sin contar los casi siete de Juan Grabois), pasando por casi el 37% en las generales, la marcha de Massa fue de menor a mayor y el desafío final es "darla vuelta" superando los 50 puntos en el balotaje. La épica se resume en la posibilidad de remontar una situación que parecía casi imposible de revertir tras las primarias, pero que ahora se tornó absolutamente factible.
Si bien sabe que ganará el que junte más votos, la búsqueda del ministro candidato abreva más en lo cualitativo, y por eso pone especial énfasis en su convocatoria amplia a formar un "gobierno de unidad nacional", dejando atrás la lógica de la grieta. De hecho, "la grieta" es explotada por su contrincante, quien agita la necesidad de un pacto social para "aniquilar" al kirchnerismo.
La ingeniería electoral para llegar a esta instancia fue quirúrgica y de alto riesgo para el oficialismo, ya que podría haber desembocado en un balotaje entre Patricia Bullrich y Milei. Cuando Cristina Kirchner habló de un escenario de tercios, no solamente estaba reconociendo un fenómeno de representación novedoso en ascenso meteórico como el del liberalismo, sino que además buscaba subir al ring y empoderar a una figura que por su nivel de excentricidad y extremismo el oficialismo estaría hipotéticamente en condiciones de derrotar en un eventual balotaje.
Con una economía en llamas
En cambio, la competencia contra cualquier figura de Juntos por el Cambio hubiera sido estéril teniendo en cuenta el nivel de descontento por el 140% de inflación anual. El problema es que el empoderamiento a Milei, que incluyó cesiones de sellos partidarios para que pudiera competir en todos los distritos, se fue de las manos y el resultado fue el 30% descollante del libertario en las Paso. Las elecciones generales trajeron alivio en Unión por la Patria, pero saben que todavía falta un paso para cumplir el objetivo.
El líder del Frente Renovador se presenta a sí mismo como custodio de los derechos del pueblo ante "una derecha" que viene a quitarlos. Así quedó de manifiesto en el debate, donde el candidato oficialista acorraló a su rival para que le conteste "por sí o por no" a las preguntas de si pensaba eliminar los subsidios al transporte y a los servicios públicos, si iba a eliminar el Banco Central, si iba a cortar relaciones con Brasil y China, y si iba a privatizar la educación.
La debilidad en la candidatura de Massa radica en que su postulación se inscribe en un contexto de enorme volatilidad económica y de deterioro del nivel de ingresos, por lo que el hecho de ser el ministro de Economía de esa economía en llamas no ayuda como carta de presentación.
Desde el oficialismo repiten como un mantra el relato de que el tigrense "agarró una papa caliente" cuando todos se agachaban, y que desde entonces debió todos los días arremangarse para ponerle el cascabel al gato, en el marco de una economía inocultablemente en caída libre.
El pragmatismo, la plasticidad y la cintura a la hora de tomar decisiones -combinando ortodoxia y heterodoxia económica según las circunstancias- son características salientes de Massa, quien en este momento de madurez política y habiendo pasado por cargos de suma relevancia en la función pública, se jacta de ser un avezado conocedor de cada palanca y botonera de la gestión del Estado.
Hoy, el exintendente de Tigre se enfrentará al máximo desafío de su carrera, e intentará llegar a la cima de un camino sinuoso que siempre tuvo como combustible su enorme ambición política.
Una trayectoria en zig zag
Nacido en el partido de San Martín el 28 de abril de 1972, Massa mostró tempranamente vocación por la política, dando sus primeros pasos en la Ucedé, de Álvaro Alsogaray, cuando cursaba sus estudios secundarios. Su ambición lo llevó a presidir la rama juvenil de ese partido liberal de derecha entre 1994 y 1996.
Estudió abogacía en la Universidad de Belgrano, pero interrumpió sus estudios en 1994 cuando le quedaban algunas materias. Retomaría recién en 2012 y logró recibirse en 2013, cuando ya era intendente de Tigre, el lugar que eligió para vivir junto a su esposa Malena Galmarini, a quien conoció en 1996.
Ese msmo año, con el peronismo cooptado por las ideas neoliberales, Massa trabajó en una subsecretaría del Ministerio de Interior del gobierno menemista. Llegó hasta allí con la ayuda del dirigente sindical Luis Barrionuevo. Luego fue asesor de Ramón "Palito" Ortega cuando se desempeñó como secretario de Desarrollo Social entre 1998 y 1999.
El primer cargo legislativo lo ocupó en 1999 cuando ganó un escaño como diputado bonaerense, siendo el legislador más joven de la historia de la Cámara con 27 años.
Luego de la crisis de diciembre 2001 que se llevó puesto al gobierno de Fernando de la Rúa, y la seguidilla de presidentes que sobrevino en esos días, asumió en la Casa Rosada Eduardo Duhalde, quien lo designó a cargo de la Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses), en virtud de una recomendación de su suegro, Fernando Galmarini. En su llegada a la Presidencia, Néstor Kirchner lo ratificó en ese cargo, que ejerció hasta fines de 2007.
Con el sello de un partido local, aunque aliado al Frente para la Victoria, Massa fue elegido intendente de Tigre en 2007, en un distrito históricamente esquivo al peronismo. Al poco tiempo, en julio de 2008, pidió licencia en la alcaldía de esa ciudad del norte del conurbano para asumir como jefe de Gabinete de Cristina Kirchner, en reemplazo de Alberto Fernández, quien había renunciado.
Tras ser incluido en contra de su deseo personal como candidato testimonial en la lista de diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires del Frente para la Victoria, la cual sufrió un duro traspié electoral en aquel 2009, renunció al cargo de jefe de Gabinete en medio de tensiones fuertes con Néstor Kirchner, y volvió a refugiarse en Tigre.
En 2011, Massa fue reelegido en ese distrito con más del 73% de los votos con su partido vecinalista, aunque todavía con el apoyo del Frente para la Victoria.
Sin embargo, las diferencias con el kirchnerismo eran inocultables y en paralelo a la caída en la imagen del gobierno de Cristina Kirchner fundó en 2013 su propio partido junto a un grupo de intendentes afines: el Frente Renovador.
En uno de los tantos vuelcos políticos de su carrera, rompió definitivamente con el Gobierno y encabezó la lista con la que le ganó al kirchnerismo los comicios de ese año, convirtiéndose en el principal líder de la oposición junto a Mauricio Macri.
Éste último, que no tenía presencia territorial en la provincia de Buenos Aires, le brindó su apoyo a Massa e inclusive logró colar algunos candidatos propios en la lista del Frente Renovador.
Si bien conservaron una buena relación, la ambición de ambos opositores por llegar a la Casa Rosada en 2015 los terminó dividiendo en aquellos comicios que también tenían en cancha a Daniel Scioli por el Frente para la Victoria.
Contra La Cámpora
La ansiedad de Massa por acortar los tiempos para llegar a la cúspide del poder le jugó una mala pasada ese año. Obtuvo el 21,39% de los votos en las elecciones generales que catapultaron a Macri y a Scioli al balotaje. "Voy a barrer con los ñoquis de La Cámpora", llegó a decir en esa campaña, una frase que sigue repiqueteando en el ambiente político hasta estos días.
Los votos del tigrense, que llamó a votar en contra del peronismo en la segunda vuelta electoral, fueron vitales para que el entonces jefe de Gobierno porteño se consagrara como nuevo presidente cortando una hegemonía de 12 años de gobiernos kirchneristas.
El líder del Pro le devolvió el favor a Massa llevándolo en enero de 2016 en la comitiva presidencial que viajó al Foro Económico Mundial en la ciudad suiza de Davos. Allí, Macri lo presentó como el líder de la oposición, e incluso se animó a anunciar un nuevo modelo de alternancia gubernamental entre Cambiemos y el "peronismo racional", un eje que el jefe del Frente Renovador era llamado a liderar en contraposición al kirchnerismo.
En 2017, se candidateó para el Senado por la alianza "Un País" que había conformado con Margarita Stolbizer, pero perdió estrepitosamente contra Cambiemos y Unidad Ciudadana obteniendo apenas 11,32%, en lo que fue uno de los golpes más fuertes de su carrera.
En 2018 endureció su discurso hacia el gobierno de Cambiemos a medida que la gestión gubernamental llevó al país a una crisis financiera, económica y social que empezó a provocar síntomas de hartazgo en la sociedad.
El retorno al peronismo y el crecimiento de su influencia dentro del gobierno del Frente de Todos llevaron a Massa a otro nivel: "superministro" y "candidato de unidad" de Unión por la Patria.