“Ángel, lo leí a las tres. Estaba en Alvear resto con parte del grupo. Quedó este celular en el auto”. El mensaje, dirigido a Guillermo Albarracín, fue el último que escribió Nora Dalmasso en uno de los dos teléfonos celulares que utilizaba en esos días (el otro nunca apareció). El mensaje de texto fue escrito exactamente a las 3.23 del sábado 25 de noviembre de 2006. Según coincidieron los forenses y especialistas convocados al debate en este juicio, entre esa hora y las siete de la mañana Nora tuvo sexo fuerte pero consentido con otra persona conocida –que no era Albarracín-, que la ahorcó con sus propias manos y con el cinto de toalla de la salida de baño, que aparentemente estaba a los pies de la cama.
El mensaje de Nora a su amante fue incorporado ayer al debate en otra tediosa jornada de lectura de prueba documental, pericial, instrumental e informativa, en la que resulta difícil seguir con atención los datos -muchas veces técnicos- que enumera sin pausa y con prisa la voz monocorde de la secretaria del tribunal.
Ante la insólita abulia del fiscal, fue el abogado defensor Marcelo Brito quien pidió la incorporación y/o desestimación de la prueba incluida en los anexos del expediente. También quien hizo las aclaraciones pertinentes al jurado popular. Su contraparte (¿?) avaló todas y cada una de sus decisiones. Y consintió incorporar la prueba nueva propuesta por Brito (una serie de actas y documentos vinculados al derrotero judicial desde la imputación de su cliente como autor material e intelectual del homicidio).
Entre la prueba desechada por ambos –Brito y Rivero, Rivero y Brito- están la mayoría de los informes químicos y genéticos que generaron una fuerte polémica entre las autoridades del Ceprocor –representadas por Nidia Modesti-, los forenses riocuartenses y el bioquímico policial Daniel Zabala, cuyos resultados del análisis de las muestras tomadas del cuerpo de la víctima y la escena del crimen terminaron siendo ratificados por el sofisticado laboratorio del FBI norteamericano.
Ayer fue Brito quien pidió la palabra para explicar al atribulado jurado popular el significado de la caótica lectura de mensajes entreverados con números telefónicos que nadie sabía a quién pertenecían. Con su habitual paciencia, el abogado del imputado –que ayer no estacionó su auto en la playa de los magistrados- detalló los últimos intercambios de mensajes de texto que hizo Nora antes de ser asesinada. Que, paradójicamente, fueron destinados a su marido y a su amante. Ambos le escribieron el domingo 26, cuando el cuerpo de Nora yacía sin vida en la cama de su hija. “Gané. Llamame”, la notificó su marido; “Hola reina, te llegan mis mensajes? Qué hacés?”, le preguntó su amante. Obviamente, ninguno tuvo respuesta.
Según consta en la causa, esos mensajes fueron leídos cuando Nora ya había sido asesinada. Si alguien manipuló el celular de la víctima significa que no estaba sola en la escena del crimen. Pero ese dato, como tantos otros –los pelos que Nora sostenía en su mano derecha, el origen de la misteriosa llamada al bar Alvear para suspender la cena, la presencia de ADN de Marcelo Macarrón en las sábanas emplazadas después de que se fue a Uruguay-, se les pasó por alto a todos y todas. Y es que si algo ha tenido este proceso a lo largo de los más de tres meses que llevan las audiencias es la incapacidad del fiscal para incorporar nuevos elementos probatorios o ahondar en los que están en el expediente. A esta altura del proceso es difícil atribuir esa evidente falencia a la casualidad y/o la incompetencia.
El juicio está a punto de expirar sin la comparecencia de Arturo Pagliari, el testigo al que mencionó el imputado para explicar por qué no figura en la foto que los golfistas se tomaron el domingo 26 de noviembre de 2006 en Punta del Este momentos antes de empezar el último día de la competencia. Macarrón dijo que él y Pagliari estaban practicando y no llegaron a sumarse a la foto. Macarrón y Pagliari no compartían habitación. Ambos ganaron en sus respectivas categorías. ¿Casualidad o causalidad? Para saberlo había que citar a Pagliari. Rivero no lo hizo.
¿Y Sergio Comugnaro? ¿A nadie le interesa saber por qué el jefe de la Policía de Río Cuarto se fue a Córdoba y dejó la investigación en manos del inefable comisario Rafael Sosa y su banda de uniformados, que desembarcaron en Río Cuarto para inculpar a un perejil? El fiscal tampoco pidió citar al comisario Sosa. A pedido de Brito, consintió su inclusión en la lista de 84 testigos prescindibles que ya no serán convocados a declarar. Ambos –Rivero y Brito, Brito y Rivero- habían renunciado previamente al testimonio del contador Guillermo Albarracín, único amante confeso de Nora y autor del último mensaje de texto que ella leyó antes de morir a manos de su/s asesino/s.
“Reina, todo bien? Tengo ganas de verte”, le había escrito Albarracín, que compartía torneo con Macarrón, más preocupado por su performance deportiva que por los sentimientos de su esposa: “Estoy primero. Besos”; “Morí (sic), háblame”; “Gané. Llamame”, fue la última secuencia de mensajes enviados por el traumatólogo a su esposa.
Los dos hombres que intercambiaron mensajes con la víctima en vísperas del homicidio no estaban ayer en la sala de audiencias. El viudo, según sus abogados, porque tuvo una complicación con la operación que debía realizarse para colocarse un stent; el amante, porque ni los abogados del viudo ni el fiscal de Cámara quisieron escuchar qué tenía para decir.
Nora quedó, otra vez, irremediablemente sola. Hoy distintas organizaciones vinculadas al movimiento feminista de Río Cuarto intentarán que esa insoportable soledad no se perpetúe. Y que, si no hay Justicia, al menos no haya olvido.
Hernán Vaca Narvaja. Especial para Puntal