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Milei y el monopolio del impulso

El Presidente se inscribe en una corriente que crece a nivel mundial y que no encuentra antagonista. En el país, la baja de las retenciones reinstaló la discusión por los impuestos provinciales

Javier Milei va a fondo. No es cosmético ni es parcial: su visión es total. Porque no se limita a la economía, a la redefinición de la dinámica entre el mercado y el Estado, sino que se extiende a cada esfera de la vida pública. Y privada. Es, en ese sentido, opuesto a su supuesto ideario libertario: el suyo es un gobierno que aspira a definir qué comportamiento y qué discurso son aceptables y cuáles no. Por eso se asemeja, incluso en el uso de algunas frases e imágenes, a algún tipo de religiosidad.

Sólo hay que repasar el incendiario discurso en Davos para dimensionarlo en toda su magnitud. Ya se sabe:se refirió, y no precisamente en términos elogiosos, al feminismo, las parejas gays, a las personas trans y a los migrantes. A la cultura Woke, ese cáncer que, según dijo, hay que extirpar. Así completó un ciclo de furia internacional que había inaugurado cuando, para defender a su adorado ElonMusk ante las críticas que desató el vehemente gesto que hizo recordar a Adolf Hitler, apostrofó:“No sólo no les tenemos miedo. Sino que los vamos a ir a buscar hasta el último rincón del planeta en defensa de la libertad. Zurdos hijos de putas tiemblen”.

El Presidente cree que así se debe atacar al extremismo woke. Al fuego, fuego.

El discurso en Davos no es un exabrupto, sino el exponente de un momento y de una situación de la política que no se limita a Argentina, sino que es internacional. Milei integra una cofradía que ahora tiene a Donald Trump como tótem principal. No sólo se ha ido convirtiendo en la corriente político-ideológica predominante, sino la única con impulso.

En los últimos días, el diario El País de España publicó una entrevista con Steven Levitsky, profesor de Harvard y coautor del libro “Cómo mueren las democracias”, que en un tramo dijo:“La ultraderecha tiene ventaja en muchos países. Se están aprovechando de una crisis de confianza en las instituciones y las élites. Trump no inventó ese descontento, pero se aprovechó de él. La oposición, digamos el centroizquierda, no tiene respuesta, plan ni identidad, salvo que no quiere eso. No hay contrapeso ideológico programático en el mundo. Toda la energía la tiene la derecha antiliberal”.

Esa frase, al pie de la letra, puede aplicarse para Argentina. La oposición no tiene con qué responder:ni con una visión de futuro, ni con un discurso, ni con la construcción de una expectativa. Tampoco consigue articular una idea de resistencia. Todo el ecosistema que puede categorizarse como contrapuesto a Milei está atónito, desconcertado. No sabe cómo ni con qué replicar. Primero, porque no consigue articular una autocrítica (el león libertario puede inscribirse en una corriente internacional pero es básicamente una consecuencia de torpezas y desastres bien argentinos) pero también porque no termina de entender ante qué se enfrenta. La pauta la da el inmovilismo: los mismos movimientos que convocaron a decenas de miles de personas para hacer marchas y movilizaciones cuando tenían el viento a favor, ahora están quietos que el viento se puso en contra.

“A veces hay que asumir que existen momentos para el repliegue”, graficó un antiguo militante. Agregó que además la oposición debe internalizar que las herramientas que se usaron para hacer política y que siguen utilizándose, como por ejemplo las marchas masivas, ya son ineficaces. “Estamos jugando a juegos distintos:si seguimos haciendo lo mismo de siempre es porque no comprendimos cómo cambió la sociedad”, dijo.

En las redes sociales hay todavía discursos que apuestan a enfocar su crítica en el propio Milei, más específicamente en su salud mental. “Es un loco, un psicópata”, se lee. Más allá de lo certero o no del diagnóstico, es un recurso políticamente inconducente. No parece haber sido un argumento efectivo que haya convencido a la mayoría a la hora de votar ni parece serlo tampoco ahora, cuando ya pasó más de un año de gobierno.

Todos los augurios sobre un Milei débil o fugaz fallaron. Ni el Congreso lo frenó ni la escasez de legisladores le impidió avanzar con el núcleo central de su proyecto. En raras ocasiones se vio obligado a dar marcha atrás. Y continuamente va renovando la carga para sostener la combustión:ahora va por la eliminación de la figura del femicidio en el Código Penal.

Por eso, en la semana que pasó ocurrió casi una excepcionalidad: el gobierno nacional cedió ante un reclamo sectorial que encabezó un trío de gobernadores.El martes, Martín Llaryora, Maximiliano Pullaro y Rogelio Frigerio, de la Región Centro, advirtieron que los productores no aguantaban más el peso agobiante de las retenciones. “El campo se puede fundir”, dramatizó Llaryora.

Dos días después, el ministro de Finanzas, Luis Caputo, pope de la economía mundial según Milei, que había dicho que no estaban dadas las condiciones para reducir impuestos, anunció una baja del 20 por ciento en los derechos de exportación. Fue una concesión impensada, no tanto al agro, como a los gobernadores:el mileísmo les permitió aparecer como los portavoces de un reclamo que, finalmente, le torció el brazo a la CasaRosada.

En los gobiernos provinciales ni se lo esperaban:“Nos sorprendió el anuncio”, admitieron en el Panal cordobés.

El hecho de que haya sido una baja temporaria y no definitiva le permitió a Llaryora tratar de obtener un rédito político del anuncio y, a la vez, sostener el reclamo:Córdoba sigue pidiendo que la reducción -o incluso la eliminación- no sea precaria, sino permanente.

Pero la historia no termina ahí. En la conferencia de prensa, y también en las redes sociales, Caputo viene intentando transferirles a los gobernadores la presión por bajar los impuestos. Si es necesario que haya menos retenciones, también lo es que se atenúe el peso de Ingresos Brutos, insiste.

El planteo coincidió con las críticas que está generando la magnitud del aumento en el Inmobiliario provincial. Rentas aseguró que el 99% de los contribuyentes cordobeses recibieron una suba que no superó el 163,7% del Ripte (Remuneración Imponible Promedio de los Trabajadores Estables), aunque hubo casos que mostraron cedulones con ajustes muy superiores (a un comercio que pagaba 100 mil pesos por mes le llegó 1.000.000 de pesos).

La oposición cordobesa no dudó, por supuesto, en subirse a ese tren:exigió que Llaryora imite a la Nación y baje los impuestos. En las últimas horas hubo otro hecho que no pasó desapercibido en ese contexto:Frigerio, el gobernador de Entre Ríos que compartió conLlaryora la conferencia por las retenciones, anunció un descuento en Ingresos Brutos.

¿Qué hará el gobierno cordobés?¿Se verá obligado a actuar en el mismo sentido? Cerca de Llaryora aseguran que no hay razones para que Córdoba redefina su estructura impositiva:“Tenemos la alícuota de Ingresos Brutos más baja del país. Somos la provincia que más bajó la presión tributaria desde la firma del consenso fiscal de 2017. Nuestra reducción del gasto público respecto del PBI fue de 7,8 puntos en 2024 mientras la Nación bajó 7,2. Tenemos la relación de empleados públicos respecto de la cantidad de habitantes más baja del país. Lo que pasa es que la Nación generaliza y comete un grueso error con varias provincias, como por ejemplo Córdoba, que está mucho más ordenada que el gobierno federal”.

Durante la próxima semana, al menos hasta el discurso de apertura de sesiones que Llaryora dará el 1° de febrero en Cruz del Eje, opositores como De Loredo seguirán machacando con que también en Córdoba se bajen impuestos. Pero la Provincia viene sosteniendo un criterio que va en la dirección contraria:para Llaryora, como la gestión libertaria parece haber cerrado definitivamente la canilla para las provincias, lo peor que puede hacer su gobierno es desfinanciarse. La misma política se trasladó hacia los municipios que gobierna el oficialismo: Córdoba y Río Cuarto, por ejemplo, aplicaron fuertes aumentos en los cedulones para asegurarse los fondos. Llaryora está convencido de que la gente no les perdonaría al gobernador y a los intendentes, menos en un año electoral, lo mismo que le permite a Milei: que el Estado entre en retirada.