¿Por qué es saludable evitar discusiones de política en fin de año?
El médico psiquiatra Gustavo Zanlungo (MP 19595 – ME 7227)advierte que el cerebro estresado pierde matices, busca extremos y se vuelve terreno fértil para la confrontación. Cómo operan los mecanismos neurobiológicos que explican la grieta social y por qué evitarlos en reuniones familiares puede ser una estrategia de cuidado de la salud mental
Las fiestas de fin de año suelen asociarse al encuentro, la celebración y el descanso emocional. Sin embargo, para muchas personas también representan un escenario propicio para el estrés, la ansiedad y los conflictos interpersonales.
El doctor Gustavo Zanlungo (MP 19595 – ME 7227), médico psiquiatra y psiquiatra forense, sostiene que ciertos temas —en especial la política— pueden convertirse en un verdadero detonante emocional cuando el cerebro ya se encuentra sobrecargado.
“Hay temas que recomiendo directamente no abordar en la noche de una fiesta familiar. Y el tema político es uno de ellos, porque ha generado profundas grietas no solo en la sociedad, sino también dentro de las familias”, explica Zanlungo, quien además es director del Departamento de Salud Mental de la Clínica Villa Dalcar y delegado de la Asociación Argentina de Psiquiatría.
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Según el especialista, no se trata de censura ni de evitar el debate, sino de comprender cómo funciona el cerebro bajo estrés y qué efectos produce esa activación en el comportamiento.
Desde el punto de vista neurobiológico, Zanlungo detalla que el estrés activa un sistema conocido como eje Hipotálamo-Hipófisis-Adrenal (HHA), que conecta estructuras del cerebro con las glándulas suprarrenales.
Este eje libera cortisol, la hormona del estrés, cuya función principal es preparar al organismo para situaciones de peligro.
“Es un mecanismo evolutivo de defensa que compartimos con otros mamíferos y que nos coloca en estado de alerta, de lucha, huida o congelamiento”, señala el profesional, al tiempo que explica que el problema aparece cuando este sistema se mantiene hiperactivado frente a estímulos que no representan una amenaza real.
Añade que en ese contexto entra en juego la amígdala cerebral, que es una estructura ubicada en el lóbulo temporal encargada de detectar peligros, y que cuando esta amígdala dispara señales de alarma de manera constante, el cerebro responde de forma exagerada incluso ante situaciones menores. “El cerebro estresado reacciona como si todo fuera una amenaza”, resume Zanlungo.
Pensamiento dicotómico
Uno de los efectos más relevantes del estrés crónico es la pérdida de flexibilidad cognitiva. “Hay evidencia científica sólida que demuestra que, cuando el cerebro está estresado, aumenta la tendencia al pensamiento dicotómico”, indica el psiquiatra, para explicar que se trata de una forma de razonar basada en polos opuestos, sin matices ni zonas intermedias.
“Blanco o negro, nosotros o ellos, buenos o malos. El cerebro estresado no tolera la complejidad”, afirma.
Zanlungo
En estas condiciones, la corteza prefrontal, encargada del razonamiento crítico, la autocrítica y la regulación emocional, pierde protagonismo.
Se “apaga” parcialmente, dejando el control a los circuitos más primitivos del cerebro. Este fenómeno ayuda a entender por qué ciertos debates —especialmente los políticos— se vuelven rápidamente confrontativos en contextos de cansancio emocional, sobrecarga social o incertidumbre económica.
“No es que la grieta estresa al cerebro; es el cerebro estresado el que busca la grieta”, subraya el psiquiatra.
Neuropolítica y manipulación emocional
Desde la mirada de la neuropolítica, Zanlungo advierte que estos mecanismos son conocidos y, en algunos casos, utilizados estratégicamente a niveles partidarios.
“Un cerebro estresado es más fácil de polarizar”, afirma el profesional, para justificar que por tal razón los discursos políticos suelen apelar a consignas simples, eslóganes categóricos y mensajes directos.
El especialista identifica al menos cinco mecanismos frecuentes: simplificación extrema del discurso, sesgo de confirmación (buscar solo información que refuerce lo que ya se cree), sesgo tribal (necesidad de pertenecer a un grupo frente a la amenaza), mensajes binarios (“estás con nosotros o contra nosotros”) y una radicalización silenciosa de personas que no militan activamente, pero adoptan posiciones extremas como forma de defensa psicológica.
“En un cerebro estresado no hay lugar para la duda, la autocrítica o el pensamiento independiente”, sostiene.
Una sociedad bajo estrés crónico
Consultado sobre cuántas personas pueden tomar decisiones verdaderamente racionales en contextos electorales, Zanlungo es contundente: “Es muy difícil estimarlo en Argentina porque somos una población con estrés crónico”.
Según explica, la inseguridad, la incertidumbre permanente y la falta de coherencia entre el discurso y la realidad generan un estado de alerta sostenido.
Aun así, destaca un rasgo positivo: la resiliencia social. “La población se levanta, se recupera, sigue adelante”, señala, aunque advierte que vivir en ese estado tiene costos en la salud mental colectiva.
En contraste, menciona a países con menor estrés social, como los nórdicos, donde existe mayor tolerancia a la incertidumbre y al pensamiento no dicotómico. “Allí, el cerebro puede procesar mejor los grises”, concluye.
Para Zanlungo, evitar ciertos temas en reuniones familiares no es una renuncia al pensamiento crítico, sino una forma de autocuidado emocional. “No todo momento es adecuado para debatir. En contextos de estrés, el cerebro no está preparado para escuchar ni para comprender al otro”, afirma.
Entender cómo funciona el cerebro bajo presión permite tomar decisiones más saludables, incluso en lo cotidiano. A veces, el mejor regalo de fin de año puede ser, simplemente, preservar el vínculo y la calma.