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Rosales: "Hace 16 años que a Nora la vuelven a matar cada noviembre"

Por Hernán Vaca Narvaja

El sentido común, la espontaneidad y la pegadiza tonada norteña de Miguel Ángel Rosales, un excompañero de trabajo de Nora Dalmasso, bastaron para evidenciar una vez más la falta de rumbo de un juicio oral y (no tan) público que entró en su tercer mes de audiencias sin un rumbo cierto ni elementos que apuntalen la hipótesis que llevó a Marcelo Macarrón a ocupar –de a ratitos- el banquillo de los acusados: haber pagado para que asesinaran a su esposa.

“Nora se murió el día de la violencia contra la mujer. Y sin embargo el movimiento de mujeres nunca marchó por ella. A Nora cada noviembre, desde hace 16 años, la vuelven a matar. La matan los medios, la matan los hijos, todos la matan, una y otra vez”, dijo categórico ante la incómoda mirada del tribunal técnico y la inusual atención de los jurados populares.

Con un marcado tono riojano y una espontaneidad que lo llevó a tutear al fiscal y al abogado defensor, Rosales recordó que conoció a Nora –“La Nora”, como la llamó en todo momento- cuando ambos trabajaban en la sucursal tribunales del Banco de Córdoba. La describió como una mujer alegre, guapa y solidaria. “Había una relación de amistad, casi familiar. Nora y Marcelo fueron a mi casamiento. Yo le saqué las fotos al Facundito en su primer cumpleaños y también le hice la maicenita –dijo no sin cierta ironía-. Vivían en un departamento, en un edificio de la calle Sobremonte y hasta llegamos a compartir carpintero”, evocó. Y aclaró que la relación terminó a principio de los 90, cuando Nora se acogió al retiro voluntario, dejó el banco y se mudó a Villa Golf: “Ahí dejamos de vernos porque ella se vinculó con otra clase de gente, con otro entorno social”.

El testigo lamentó que Facundito -“hoy ya un señor mayor de 30 años”- lo haya mencionado junto a Miguel Rohrer como sospechoso de ser amante de su mamá. “Yo había retomado el contacto con ella después del año 2000, cuando empecé con el negocio de la regalería. Le vendía chocolates a Nora y ella me ayudaba a venderlos en Grassi o entre sus amistades, era muy gaucha”, recordó. Y precisó que algunos años antes del crimen, Nora lo contactó con Rohrer para que le comprara un sacacorchos neumático. Pero al final el negocio no se dio. “Fue la única vez que hablé con Rohrer”, dijo el testigo ante la insistencia del fiscal, que una vez más actuó en sintonía con el abogado de Macarrón intentando sembrar sospechas sobre el “francés”.

“Con Rohrer no me une ninguna relación, yo no tengo amigos con plata”, lo cortó en seco el testigo. En cambio, acusó a Macarrón de haber dicho en un taller mecánico que él había asesinado a su esposa: “Fue el riojano, el que era su compañero en el banco”, habría afirmado el viudo, según le comentaron a Rosales años después del crimen.

-¿Usted puede precisar quién le contó eso?-, preguntó Brito.

-Sí, el chapista era hermano del esposo de Patricia Abratti de Celucci, que había sido compañera nuestra en el Banco de Córdoba-precisó el testigo.

Rosales recordó que por esos días llego un cable a la redacción de Puntal que lo mencionaba en la lista de amantes/sospechosos y lo describía como “el aceitunero riojano que había estado en Cosquín”, pero que los periodistas del diario no le dieron ningún crédito porque lo conocían. También relató cómo Samuel “Chiche” Gelblung leyó en su programa de la televisión porteña una declaración –presuntamente de una de las empleadas domésticas de Macarrón- en donde lo sindicaba como sospechoso del crimen. “Hablaba del aceitunero misterioso y ponía una música tétrica de fondo”, precisó con su marcada tonada riojana.

(Des)orientado por las preguntas improvisadas del fiscal Rivero, Rosales recordó que integró la lista inoficiosa de amantes que se confeccionaba en el estudio jurídico del vocero Daniel Lacase. Y precisó que fue el policía estrella que llegó desde Córdoba para resolver el caso, Rafael Sosa, quien lo amenazó en la Unidad Regional N° 9 de la Policía.

“Yo lo padecí a Sosa. Me preguntaba por los mensajes de texto que había intercambiado con Nora y yo le explicaba que le vendía chocolates, como a otros clientes”, relató Rosales. Y precisó que el comisario le pidió una opinión sobre la investigación que llevaba adelante en esos días –enero de 2007- y él le dijo que la gente pensaba que habían llegado para encubrir en lugar de descubrir al autor del crimen. “¿Y sabés qué me dicen a mí de vos?”, replicó Sosa, en tono intimidante: “Que sos cocainómano, que les pegás a las mujeres y que tenés hijos no reconocidos en La Rioja”. “Si hoy declarás como testigo es porque yo lo decidí –agregó-, pero estás a un paso de ser acusado del crimen”.

Desde entonces Rosales vivió con temor: “Estaba muerto de miedo, imaginaba que llegaba a mi trabajo y me señalaban los canales de televisión, como le había pasado a (Rafael) Magnasco”.

En un relato que pareció sintonizar con el sentir popular de aquel momento, Rosales recordó que la gente se preguntaba quién le pagaba la estadía al comisario Sosa y su comitiva en uno de los mejores hoteles de la ciudad. Se lo repitió dos veces a Rivero, que lo miró perplejo. Fue Rivero, por entonces fiscal de Instrucción, quien sobreseyó a Sosa, su comitiva y el vocero Daniel Lacase, que habían sido acusados del delito de admisión de dádivas. De haber imputado al vocero, hubiera interrumpido los tiempos de prescripción y hoy se lo podría investigar, como sucede con Macarrón.

De estrella a estrellado

Al comisario Sosa lo condenaron tiempo después por su actuación en el mayor escándalo policial de la historia reciente de la provincia: el “Narcoescándalo”, que terminó con el descabezamiento y la prisión de la cúpula de la División Drogas Peligrosas. El comisario Rafael Sosa hoy está libre porque apeló su condena ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación.

Ayer, en la lista de 84 testigos de los que Brito propuso prescindir en lo que resta del debate, se coló el nombre del inefable Rafael Sosa. Rivero pidió 24 horas para responder si consiente su exclusión de este juicio, como hizo con Guillermo Albarracín y otros testigos que a priori podrían haber sido importantes para un fiscal dispuesto a ejercer su rol acusatorio en un debate (no tan) público como el que se (in)sustancia hace tres meses en los tribunales de Río Cuarto.

Hernán Vaca Narvaja. Especial para Puntal