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Don Moreira, el moldense que decidió dejarle la empresa a su empleada

A sus 88 años, Juan cumplió el deseo que compartía con su esposa, Elena: dejarle el local de venta de neumáticos y parte de sus bienes a Deolinda Alfonso, la mujer que desde los 12 años trabaja con la familia

Son pocas las historias como estas. Alcanzan los dedos de una mano para contarlas. En esta los protagonistas son Juan Moreira, un reconocido comerciante de Coronel Moldes, y su empleada Deolinda, quien desde los 12 años comenzó a trabajar con él y su esposa.

El hombre, de 88 años, decidió legar su empresa, su casa y su auto a la mujer, como reconocimiento por la dedicación a sus tareas y por el vínculo familiar que se formó entre el matrimonio y la vecina.

En la intersección de la avenida 9 de Julio con Cincuentenario, se encuentra este histórico comercio de neumáticos que nació hace más de 60 años y subsistió a todos los avatares económicos. El trabajo duro y la perseverancia de don Juan Moreira le permitieron, junto con su mujer, Elena, sostener el local. Y con ellos, acompañando y aprendiendo, Deolinda.

Sin hijos a quienes heredar sus bienes, la pareja había decidido años atrás que el comercio, la casa y el coche eran para Deolinda. “Es como una hija para mí”, dice a Puntal don Juan.

Al tiempo que señala que el campo de su propiedad será para los sobrinos. Consultado sobre si éstos estuvieron de acuerdo con su decisión de legar en Deolinda la empresa, don Juan no deja lugar a dudas: “Acá no era cosa de estar de acuerdo, fue una decisión mía y de mi esposa. Ella falleció y ya lo habíamos decidido”.

“No sé si toman este gesto de ejemplo, la verdad, no sé. A vos qué te parece”, interpela don Juan.

Y agrega que todo lo que tiene es fruto del trabajo. “Yo no le pedí nada a ningún gobierno, podría haber tenido capaz más, pero estoy satisfecho con lo que tengo, estoy tranquilo”, señala Moreira.

Juan no quiso demorar más tiempo e hizo todos los trámites y gestiones para legar en vida sus bienes.

Por su parte, Deolinda sabía de esta decisión. “Ellos hacía mucho que tenían esa idea; pero a mí me lo dijo don Juan cuando falleció la señora”. Conmovida y aún no dimensionando el valor del gesto, Deolinda sólo tiene palabras de gratitud para esta pareja.

“Me enseñaron todo”

“Ellos me enseñaron todo, desde cómo trabajar, cómo relacionarme con la gente, el respeto y la buena conducta”, resalta Deolinda.

Proveniente de una familia humilde, su padre tropero y su madre ama de casa, la mujer apenas si pudo terminar el primario. “Éramos 7 hermanos. Yo iba a la mañana a la escuela y mi hermana, a la tarde para usar el mismo delantal. Con mis hermanos juntábamos vidrios, huesos para vender y ayudar en la casa”, relata.

Apenas tenía 12 años cuando su madre le dijo que no había recursos para seguir el secundario y que tendría que trabajar. “Fue por recomendación de mi madrina que vine a la casa para trabajar. Me acuerdo que llegué y la señora me preguntó: ‘Qué sabés hacer’, le respondí que de todo. Inmediatamente, me dijo que fuera al día siguiente”.

Parte de la familia

“Entré (a trabajar) un 15 de agosto. Aprendí todo de ellos. La señora, como no tenía hijos, me adoptó, como quien dice. Con ellos yo tuve mis primeras vacaciones, conocí un teatro, supe ir a fiestas”, agrega Deolinda.

La mujer reitera una y otra vez su agradecimiento a don Moreira y su esposa, que estuvieron con ella en cada acontecimiento de su vida. “A los 30 años tuve cáncer y ellos me apoyaron incondicionalmente, me ayudaron en los momentos más difíciles”.

El recibir ahora esta herencia para Deolinda es una “bendición de Dios” y una gran responsabilidad. Aún aprendiendo cómo manejar el negocio, es Juan quien sigue enseñándole. “Decí que está bien, tiene una memoria prodigiosa y se encarga él de los proveedores, de los viajantes. Yo estoy aprendiendo, tratando de agarrarle la mano”, asume.

A las 13.30 el negocio cierra y los dos comparten el almuerzo y una charla.

Luego será momento del descanso y de que Deolinda vuelva a su casa para reunirse con su esposo, Omar Lucero, quien trabaja en el frigorífico de Moldes. “Tengo dos hijos, Micaela y Agustín, y tres nietos, que son a su vez los nietos y bisnietos de Juan”, precisa la mujer.

Por la tarde, regresar al local y allí de nuevo trabajar a la par de Juan, quien tras el mostrador define los pagos, habla con los proveedores y se encarga de asesorar a algún cliente que va en búsqueda de neumáticos.

Deolinda que lo acompaña y observa. “Espero que esto sea un ejemplo, que haya muchos Juan, porque hay muchas chicas como yo que dedican la vida a trabajar, a acompañar. Sólo me queda agradecerle por todo lo que me enseñaron y el cariño que me dieron”.

“No hay nadie mejor que ella para que siga el negocio”, asegura don Juan.

Historias de herencias: Garbarino en Canals; Coco Massobrio, de Cabrera

Aunque escasas, historias de herencias legadas a terceros existen varias en la región.

Allá por los primeros años del 2000 Canals se vio sorprendida por una historia que parecía sacada de una película. Don Américo Garbarino, un reconocido médico generalista.

Casado con Amanda, no tuvieron hijos. Sólo unos perros pequineses eran su pasión. Tras fallecer Garbarino, salió a la luz un escrito con su voluntad de dejar parte de sus riquezas en beneficio de la comunidad.

Algunos de sus bienes tuvieron como destinatarios a familiares o cercanos y un campo de 332 hectáreas fue legado a la creación de una fundación que se encargara de explotar las tierras y el producido utilizarlo para ayudar a jóvenes a estudiar y a la atención de ancianos.

Después de 12 años de litigios judiciales, su voluntad se cumplió.

Más reciente en el tiempo, Coco Massobrio, un vecino de General Cabrera, legó todas sus riquezas a los bomberos voluntarios y al Ipea 291, pero aún estas instituciones no han podido disponer de los bienes.

Hace pocas semanas autoridades de ambas instituciones expusieron la situación por la que atraviesan al no poder disponer de los bienes dejados por el productor.