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Una casa, una aldea

Volúmenes cúbicos interactúan entre sí a través de circulaciones que, a la vez, generan varios espacios intermedios. Todo se emplaza sobre el remate de una loma y, construido casi artesanalmente, se mimetiza con el entorno a través de sus materiales

Como si fuera una construcción medieval o una ruina, y enclavada en la cima de una loma serrana en el Valle de Punilla, una casa joven se erige frente al cerro Uritorco manteniendo un diálogo permanente entre los volúmenes que la componen y el entorno natural directo.

Es que la vivienda finalizada en 2020 en el barrio Villa Cielo de Capilla del Monte fue materializada con componentes de la geografía del lugar y por medio de mano de obra local adquirió una impronta artesanal, reforzada por los materiales de bajo mantenimiento definidos en total comunión entre los profesionales a cargo y el comitente.

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Foto: Gonzalo Viramonte

Foto: Gonzalo Viramonte

El diseño y ejecución de Casa DP es obra de los arquitectos Carolina Vitas y Cristián Nanzer, quienes volcaron sus experiencias profesionales en lo que fue su primer proyecto conjunto, obteniendo por resultado un proyecto que ya obtuvo una distinción internacional y diversas publicaciones en medios especializados.

“Con Carolina (Vitas) es la primera obra en la que trabajamos juntos en un proyecto, lo que implicó una serie de consensos entre nosotros, y luego nuestras consideraciones con el comitente, la mano de obra y el lugar en sí. El proyecto se convirtió en un material maleable que finalmente fue materializado”, señala Nanzer en diálogo con Puntal ADC.

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Foto: Gonzalo Viramonte

Foto: Gonzalo Viramonte

A lo que la arquitecta Vitas, añade: “Fue muy importante la participación del comitente en el proceso de diseño, fue muy receptivo a las propuestas que le hicimos. La obra surge del diálogo con el cliente, sus requerimientos y el emplazamiento muy particular por su increíble vista al cerro Uritorco”.

Los profesionales contaron que fue tal la evolución del proyecto que en la instancia de replanteo debieron realizar una reconsideración en el emplazamiento para ajustar las visuales conforme a los volúmenes que plantearon como propuesta y a respetar todas las especies nativas que el lote tiene tales como, por ejemplo, los quebrachos colorados.

Morfología

“La casa se sintetizó en volúmenes iguales representados por prismas de 5 metros por 5 metros en planta, con variaciones internas, siendo el volumen del estar comedor el más alto”, comenta Nanzer.

Y en la interconexión entre esos cubos se generaron circulaciones que a la vez abrieron paso a espacios intermedios en distintos sectores de la vivienda.

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Foto: Gonzalo Viramonte

Foto: Gonzalo Viramonte

“La casa no tiene un espacio de galería definido porque conversando con el comitente y en función del clima de Capilla del Monte, donde los vientos son persistentes, acordamos que la casa debería disgregarse así se generaban varios espacios que pudieran ser vividos de acuerdo a las condiciones climáticas propias del lugar. Es decir, tiene un adentro y un afuera, fragmentado”, explica la arquitecta Vitas.

Y agrega: “Tiene un patio norte reparado de los vientos, que puede ser el patio del fuego. El espacio de la cocina puede ser una galería cuando el tiempo lo permita, y cuando no, se convierte en un gran mirador. En vez de tener un afuera y un adentro definidos, tiene muchos espacios exteriores y muchos interiores. En cada espacio de la casa se puede percibir una relación distinta con el exterior”.

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Materiales y mano de obra local

La obra adquiere cierto perfil artesanal, justificado en la implementación de un sistema de hormigonado ciclópeo, en donde los muros crecen a través de colados de cemento junto con piedra del lugar en cajas de encofrados que escalan aproximadamente cada 60 centímetros de altura.

“Se buscó una forma de producir muros en donde la falta de precisión enriquezca a la obra y genere una expresión que no sería la misma si fuera prolija”, sostiene Nanzer.

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Foto: Gonzalo Viramonte

Foto: Gonzalo Viramonte

Ambos proyectistas resaltan el nulo mantenimiento que la vivienda ofrece y la manera en que el paso del tiempo le aporta expresividad dada por la coloración de los materiales en función de las distintas orientaciones.

“Acá pasan los años y la obra mejora porque los muros que dan al norte y reciben más sol se ponen más claros, y los que miran al sur o tienen sombra se oscurecen, le aparece cierto musgo y adquieren las condiciones que tiene el paisaje natural, poniéndose en total sintonía con el entorno”, describen.

Ambos destacan que para alcanzar tales resultados fue clave la sinergia lograda tanto con el comitente como con la mano de obra, haciendo mención al extinto constructor a cargo, Miguel Capdevilla, quien aprendió la técnica para la materialización de los muros en esta obra y logró con éxito imprimir la terminación deseada.

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Foto: Gonzalo Viramonte

Foto: Gonzalo Viramonte

Los profesionales mencionaron que el hecho de que cada cubo se construía de manera autónoma fue una cuestión clave porque favoreció al seguimiento de obra, pese a que ambos residen en Córdoba y la casa se materializó en Capilla del Monte, lo que imposibilitaba una visita diaria.

“Si bien la repetición de volúmenes fue la modalidad asumida, sabíamos que nada iba a ser igual entre sí y que eso era lo que iba a terminar dándole su propio lenguaje. Hasta los colores del cemento, hecho a mano al pie de la obra, viraban entre tramo y tramo según la colada de hormigón ciclópeo”, sostiene finalmente Nanzer.

Para concluir: “Yo digo que los muros funcionan como textos, escrituras que dejan marcas y señas que ofrecerán infinitas variaciones a medida que crecen y se someten al paso del tiempo”.

Javier Borghi