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Telemedicina en épocas de pandemia... ¿y después?

Por Gabriel Barbagallo *- Médico

El uso de la telemedicina se remonta al inicio de las telecomunicaciones. Es bien conocida la coordinación telegráfica realizada en las epidemias de principios del siglo XX, así como también el telemonitoreo de signos vitales, muy desarrollado en la medicina espacial. Históricamente, cada paso adelante que dio la tecnología encontró una aplicación casi inmediata en el terreno de la salud, desde la aparición de la electricidad hasta los últimos avances en nanotecnología o ingeniería genética.

Por otra parte, es una realidad que el mundo va camino a albergar poblaciones más longevas, con menos posibilidad de cuidados, más solas y portadoras de patologías crónicas que anteriormente eran mortales. Esas características demográficas, sumadas a la veloz obsolescencia del conocimiento médico, hacen necesario desarrollar herramientas que mejoren el acceso de la gente a la tecnología y de los profesionales a las novedades científicas.

Nuestro país tiene una superficie muy grande (es el octavo en el mundo), con una población relativamente reducida y distribuida de manera heterogénea en el territorio, lo que genera un desigual acceso a la salud y una franca inequidad. Los sistemas de telemedicina no resuelven este problema, pero contribuyen a mejorar el acceso de las personas más vulnerables a los servicios de la salud.

Muchas entidades públicas y privadas venían desarrollando en los últimos años distintos proyectos de telemedicina y salud digital: asistencias remotas, videoconsultas, segunda opinión, prescripción electrónica, historia clínica digital y capacitación a distancia, por ejemplo. Lo hacían con mayor o menor grado de avance y enfrentando diversas barreras, tanto culturales, regulatorias, tecnológicas o económicas.

Pero en marzo de 2020 se nos puso delante una pandemia sin precedentes. Y todas las discusiones se silenciaron y las barreras se cayeron de una forma no deseada. La necesidad y la urgencia hicieron que se habilitaran todos los canales de acceso sin reparar en la seguridad. Es de esperar que una vez superada la pandemia, podamos concluir el proceso iniciado con anterioridad.

Desde la Asociación Civil de Telemédicos de la República Argentina (Actra) aspiramos a tener una ley marco que habilite las herramientas digitales (recordemos que la ley del arte de cuidar es de 1967) y contar con un organismo de contralor que acredite los distintos servicios y tecnologías. Sostenemos que la telemedicina es una excelente y probada herramienta que brinda accesibilidad, agilidad, ubicuidad, costo, efectividad y sustentabilidad a la práctica sanitaria y que, como todo acto profesional, debe ser remunerada a quienes la realicen.

Compartimos el concepto de que con esta tecnología no se puede, ni se debe, reemplazar a los profesionales de la salud, ni mucho menos el examen físico presencial, pero creemos en su carácter complementario, por entenderla como una más dentro del universo de herramientas disponibles para una mejor práctica profesional.

En última instancia, la bioética y el dictado de las buenas prácticas pondrán los límites precisos para la utilización de la telemedicina.

* Presidente de la Asociación

Civil de Telemédicos de la

República Argentina (Actra).