Opinión | aislamiento | Economía | sobre

Liderazgo y estrategia en una hora crítica

Es bueno que junto a la reafirmación de la prioridad concedida a la vida, con la que es imposible no coincidir, el Presidente haya recordado las medidas destinadas a sostener las actividades paralizadas por el aislamiento, el empleo y el consumo: una forma implícita de reconocer que una economía devastada, de alguna manera, tiene un potencial destructivo sobre la salud y la vida que podría no ser menos terrible que el del propio virus.

Luego de una serie de consultas que parecieron orientadas a reforzar a través del máximo nivel de consenso asequible la legitimidad de una decisión que ya se había tomado días atrás, el Gobierno anunció finalmente la continuidad por otras dos semanas del aislamiento preventivo obligatorio que está en el núcleo de su estrategia para hacer frente a la pandemia de coronavirus. Lo hizo mediante un mensaje presidencial que ratificó de manera explícita una idea con la cual resulta imposible no coincidir en esencia, como es la priorización de la vida de las personas por sobre la economía, aunque el sinnúmero de interrogantes que se encadenan a partir de esa determinación, como es inevitable, sólo podrán ser respondidos con el paso del tiempo.

"Una economía que cae siempre se levanta, pero una vida que termina no la levantamos más" es una frase que sintetiza de manera contundente la impronta con que Alberto Fernández pone una distancia inconmensurable con, por dar el ejemplo más obvio, el presidente brasileño Jair Bolsonaro. También lo hace con gestos como acordar con otras jurisdicciones de gobierno, incluidas las que están en manos de adversarios políticos, o prestar atención a las recomendaciones de expertos nacionales e internacionales en la problemática, obviedades que en otras partes del mundo parecen no serlo tanto.

Se ha señalado que frente a la catástrofe que se cierne sobre el mundo la Argentina ha tenido al menos la ventaja de que llega con algo de demora respecto de otras naciones de cuya experiencia se puede aprender para mitigar el daño. De cara a las declaraciones y los comportamientos inconsistentes, erráticos e irresponsables que se advierten en Washington como en Caracas, en Londres como en ciudad de México, habría que agregar otra ventaja, la de contar con una conducción más sensible, juiciosa y racional. Aunque seguramente no todos estarán de acuerdo, no parece caprichoso añadir que a nuestro país le ha tocado lidiar con este flagelo en un momento en que el ocupante de la Casa Rosada da la impresión de encontrarse mejor calificado para hacerle frente que sus dos predecesores inmediatos.

Esto no garantiza sin embargo el éxito del camino elegido. Es bueno que junto a la reafirmación de la prioridad concedida a la vida se hayan recordado las medidas destinadas a sostener las actividades paralizadas por el aislamiento, el empleo y el consumo: una manera de reconocer que una economía devastada, de alguna manera, tiene un potencial destructivo sobre la salud y la vida que podría no ser menos terrible que el del propio virus. Pero no se puede decir que sea suficiente, así como es imposible anticipar el escenario que se presentará al final de la crisis, precisamente porque se está transitando un terreno en muchos sentidos desconocido.

Como ya se ha señalado aquí, el desafío pasa por hallar un equilibrio delicado y esquivo, que permita transitar por un desfiladero sumamente estrecho, a uno de cuyos lados se advierte una catástrofe sanitaria sin precedentes en más de un siglo, y del otro el colapso total de un cuadro económico y social que ya estaba muy maltrecho. Cabe esperar que la imagen de liderazgo sereno y efectivo que ha sabido transmitir Fernández -y que le ha ganado enormes porcentajes de aprobación según algunos sondeos- se traslade a la lucha contra el colosal enemigo que él y los demás argentinos tenemos enfrente.