El puente que generalmente se tiende a fin de año para cruzar el desierto de dólares, con base en la cosecha fina, esta vez se convirtió en un espejismo. El volumen de trigo que se espera lograr en la Argentina es paupérrimo. De los 23 millones de toneladas alcanzados el año pasado, esta vez apenas se obtendrán 13 millones, si no aparece ninguna nueva sorpresa en el camino. Son 10 millones de toneladas menos que son todas de exportación. Es decir que, frente al año previo, habrá un ingreso de unos 3 mil millones de dólares menos teniendo en cuenta que cada tonelada cotiza en alrededor de 300 dólares, con precios que encima se desinflaron en las últimas ruedas por el corredor humanitario que funciona en Ucrania y que está permitiendo la salida de granos, algo que representaba una gran duda en los mercados.
Lo cierto es que los 13 millones de toneladas se repartirán en partes iguales entre mercado interno y ventas al exterior. Eso daría menos de 2 mil millones de dólares de exportaciones, lo que conforma un agrietado puente hasta los ingresos que llegarían entre abril y mayo con la campaña gruesa de soja y maíz. El Gobierno tiene la obligación de llegar hasta esa orilla y así poder tomar oxígeno, en el arranque de un año electoral en el que la economía será protagonista.
Empresarios del sector estiman que es posible esperar un nivel mayor de ingresos para el Estado que podría ser de entre 4 y 5 mil millones de dólares.
Por eso el secreto a voces que representaba la nueva edición del dólar soja estaba al caer. El monitoreo que hicieron desde la cartera de Agricultura permitía anticipar un nivel de recaudación similar al hueco que dejaba el trigo: US$ 3 mil millones. Aunque algunos empresarios del sector estiman que es posible esperar un nivel mayor de ingresos para el Estado que podría ser de entre 4 y 5 mil millones. Vale recordar que en la primera edición, en septiembre, se calculó oficialmente un ingreso de US$ 5 mil millones y finalmente ingresaron US$ 8 mil millones. Esta vez la meta también es conservadora.
El refuerzo de dólares en las reservas es algo que la conducción del Ministerio de Economía cree relevante para transitar con un mayor margen los próximos meses. Lo dijo en su presentación, cuando asumió, el titular de esa cartera. Es que sin billetes verdes en el Banco Central, o con muy pocas reservas, las posibilidades de maniobra iniciadas desde esa cartera empiezan a reducirse mientras que las chances de tener que reaccionar a comportamientos y acciones externas aumentan. Tener o no tener reservas no es menor y por eso el foco está puesto ahí como condición necesaria aunque no suficiente para trazar el sendero de salida de la crisis.
Podría haber una inyección para los primeros meses del año próximo de unos 20 mil millones de dólares de reservas, según las versiones más optimistas.
En las últimas semanas no sólo se hizo hincapié en los ingresos por dólar soja, sino que también se lanzaron líneas para cerrar un acuerdo con China para contar con un swap de libre disponibilidad; con Brasil para el intercambio comercial que podría tener forma de un swap también y hasta con el FMI, para que avance la aprobación de las metas del trimestre y eso signifique la liberación de dólares para el Banco Central. Todos esos frentes podrían inyectar finalmente para los primeros meses del año próximo unos 20 mil millones de dólares de reservas, según las versiones más optimistas surgidas desde el Gobierno. Una cifra que sería un bálsamo en medio de un largo desierto. En el fondo, mucho de eso es tiempo que se compra por adelantado. Son recursos del futuro puestos hoy.
En esa línea, las entidades del campo, previsibles, salieron al cruce de la nueva edición del dólar soja cuestionando que sólo se trata de una medida recaudatoria y reclamaron un tipo de cambio unificado. Lo primero resulta una obviedad: el Gobierno necesita una inyección de dólares adicional para sortear el agujero del trigo y disipar cierto ruido surgido del mercado cambiario en la última semana y que mostró inquietos a los dólares financieros y al blue. No está el escenario para tensiones mayores. Por eso, ante el primer recalentamiento, prepararon una autobomba para enfriar.
Lo segundo resulta impracticable hoy porque nadie puede garantizar qué pasaría si se unifican los tipos de cambio sin contar con una sólida espalda en el Banco Central. Ningún gobierno en su sano juicio llevaría adelante una medida así en este escenario. Más allá de advertir las severas dificultades que genera un tipo de cambio desdoblado en mil pedazos. Pero claramente podría ser peor el remedio que la enfermedad.
El plan Massa intentará juntar todos esos dólares que por ahora en el Excel parecen posibles. Luego, según cuentan, podría avanzar con acciones más contundentes que los maquillajes actuales para bajar la inflación. Allí convergerían ambos caminos: robustecer reservas y alcanzar una inflación del 3% mensual para abril, como prometió hace 8 días.
En ese punto es que el combate contra la inflación debería dejar de estar en manos del secretario de Comercio Interior, Matías Tombolini, para pasar a manos del Banco Central con su titular, Miguel Pesce. Eso dejaría en un segundo plano programas como Precios Justos, que hoy sumaría a los combustibles -un mercado dominado fuertemente por YPF- para impulsar un plan antiinflacionario en serio. Del éxito en esa pericia dependerá la performance política en 2023 para el oficialismo.
Gonzalo Dal Bianco. Redacción Puntal