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Louise Glück, una escritura compleja que simula la simpleza

Una vez más, la Academia Sueca que otorga el célebre galardón volvió a exhibir su predilección por consagrar a una autora con poca visibilidad antes que a una celebridad literaria.

La elección de la poeta estadounidense Louise Glück como Premio Nobel de Literatura 2020 repone un protagonismo para el género que parecía perdido desde la concesión del galardón en 1996 a la polaca Wislawa Szymborska y se suma también al Premio Asturias de Letras que obtuvo hace unos meses la autora canadiense Anne Carson, que aunque despliega una cartografía poética muy distinta comparte con la flamante ganadora el cuestionamiento a ciertas figuras masculinas que administran perversamente su poder sobre las mujeres.

Una vez más, la Academia Sueca que otorga el célebre galardón volvió a exhibir su predilección por consagrar a una autora con poca visibilidad antes que a una celebridad literaria: con pocos pero selectos lectores que reconocen los matices de una obra que extrae la belleza de la infancia y la naturaleza, Glück seguramente empezará a sumar legiones de nuevos lectores y de esa manera el premio habrá cumplido su cometido de visibilizar una producción gestada silenciosa y artesanalmente por fuera de las grandes estrategias de marketing que trazan la agenda literaria.

Autora de catorce libros de poesía y dos ensayos que se sumergen en cuestiones como la decepción, el rechazo, muerte, amor y la traición, se hizo acreedora a la distinción "por su inconfundible voz poética que con austera belleza hace universal la existencia individual", según el fallo anunciado por streaming desde Estocolmo.

"Los poemas no perduran como objetos, sino como presencias. Cuando lees algo que merece recordarse, liberas una voz humana: devuelves al mundo un espíritu compañero. Yo leo poemas para escuchar esa voz. Escribo para hablar a aquellos a quienes he escuchado", escribe Glück en su ensayo "Proofs and Theories" ("Pruebas y teorías"), donde da cuenta de su concepción del mundo poético como una dimensión que traspone el lenguaje y toda materialidad.

La autora tiene 77 años y debutó en la literatura en 1968 con su obra "Firstborn" a la que sumó a lo largo del tiempo una docena de títulos como "El triunfo de Aquiles" -por el que logró el National Book Critics Circle Award-, "Ararat" y "Averno", títulos que con una extrema sensibilidad se aproximan a la angustia de la muerte, el divorcio o la soledad, pero también a la infancia y la vida familiar.

"Yo era una niña solitaria. Mis interacciones con el mundo como ser social eran poco naturales, forzadas, como representaciones, y yo era más feliz cuando leía. Bueno, no todo fue así de sublime, vi mucha televisión y también comí mucho", contó alguna vez a propósito de su infancia, donde se vislumbra su cercana relación con la lectura y sus dificultades para congeniar socialmente.

Además de la posibilidad de proyectar masivamente una obra que ha tenido discreta circulación por las librerías, el premio a la autora recupera territorio para la poesía, un género pasó desapercibido para el jurado de la Academia Sueca desde que en 1996 se lo concediera a la escritora polaca Wislawa Szymborska y un año antes al poeta irlandés Seamus Heaney.

Los poemas no perduran como objetos, sino como presencias. Cuando lees algo que merece recordarse, liberas una voz humana: devuelves al mundo un espíritu compañero. Yo leo poemas para escuchar esa voz. Escribo para hablar a aquellos a quienes he escuchado Los poemas no perduran como objetos, sino como presencias. Cuando lees algo que merece recordarse, liberas una voz humana: devuelves al mundo un espíritu compañero. Yo leo poemas para escuchar esa voz. Escribo para hablar a aquellos a quienes he escuchado

"En sus poemas, el yo escucha lo que queda de sus sueños e ilusiones, y nadie puede ser más duro que ella para afrontar las ilusiones del yo", la define el fallo del jurado, una apreciación que sobrevuela el trasfondo autobiográfico de su obra pero que al mismo tiempo la desmarca de un posicionamiento estrictamente confesional.

"Para mí es tan obvio que escribir poesía es lo más milagroso que se puede hacer que tengo que recordarme a mí misma que no todo el mundo en el mundo quiere ser poeta. Mucha gente no está ni remotamente interesada en la poesía, pero para mí está tan claro que, por supuesto, es lo que quiero hacer...", contó hace unos años en un video enviado para el sitio Poets.org.

En la Argentina, circulan algunas obras de Glück a través del sello Pre-textos. Dos de ellas fueron traducidas por argentinos: la también poeta Mirta Rosenberg (1951-2019) se encargó de "Las siete edades" y el escritor Mariano Peyrou, radicado en España, tuvo a su cargo "Vita nova". También se pueden conseguir "Ararat", "El iris salvaje", "Averno", "Praderas" y "Una vida de pueblo", que se publicó en que salió en marzo pasado y según su editor, Manuel Borrás, compone "la reivindicación o exaltación de una vida sencilla, natural, la recuperación del sosiego en comunidades pequeñas".

"Se me secó el alma/Como un alma arrojada al fuego/ pero no del todo,/no hasta la aniquilación./Sedienta,/siguió adelante. Crispada,/no por la soledad sino por la desconfianza,/el resultado de la violencia", escribe en "Vita nova".

Precisamente por esta obra, Glück ha sido comparada con la canadiense Anne Carson, la otra gran autora que este año le dio una espaldarazo a la poesía tras obtener, en junio pasado, el Premio Princesa de Asturias de Letras. Algunos críticos, como el español Gonzalo Torné, ven algunos paralelos con su libro "La belleza del marido" (Lumen, 2003).

"Glück y Carson parecen a primera vista pertenecer a universos poéticos distintos. No solo la insaciable pulsión experimental de Carson se antoja refractaria a la sobriedad expositiva de Glück, sino que el carácter y el tono de ambas parece pertenecer a polos contrarios del espectro anímico", sostiene el crítico en una nota publicada en la revista Letras Libres.

"Sin embargo, igual que esos ríos cuyos cauces descubrimos que no pueden mezclarse precisamente cuando ambas corrientes entran en contacto, la diferencia entre estas dos poetas es más acentuada porque ambas comparten una extensísima frontera común: la exploración, desde la perspectiva femenina, de la culpa, los triunfos parciales, el fracaso, la ilusión y el arrepentimiento, asociados a sus relaciones afectivas: emociones proyectadas sobre una figura exterior y masculina, a la que su propio deseo, en ocasiones a disgusto con el sentido común, ha conferido una autoridad a la que se trata de satisfacer mientras se fantasea con destronar", apunta Torné.

En paralelo a su labor poética, Glück se ha dedicado también al ensayo, ya sea para retomar a autores como T. S. Eliot o John Keats. "La necesidad de escribir es el deseo de quedar enredado en una idea. Para un escritor pensar y escribir, como pensar y sentir, son sinónimos", dice en uno de estos textos.

En 2012, cuando se publicó la antología de su obra poética, el periódico The New York Times consideró que Ararat (1990) había sido el libro "más brutal y doloroso de los últimos años". En esta reseña también se destacaba la lucha de la escritora contra la anorexia, un elemento reiterado de su poética que explica parte de su difícil adolescencia. No es el único trauma visible en su obra: también sufrió la pérdida de una hermana mayor, que murió poco después de nacer.

"Mi hermana pasó toda una vida en la tierra./Nació, murió./Mientras tanto,/ni una mirada despierta, ni una frase," dice en "Lost Love", evoca en el poema "Amor perdido" (1990).

A pesar de las restricciones impuestas por el coronavirus, el anuncio del Nobel de Literatura ha recuperado su formato habitual tras repartirse el año pasado dos premios, uno para 2018 y otro para 2019 que recayeron en Olga Tokarczuk y Peter Handke, algo que no ocurría en casi seis décadas, debido al aplazamiento provocado por un escándalo sexual y de filtraciones que involucró al artista Jean-Claude Arnault. Dotado con diez millones de coronas suecas (unos 958.000 euros), el premio multiplica las ventas del autor laureado en todo el mundo.