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"El campo volvió a conectar con una narrativa de progreso"

El historiador e investigador del Conicet, Roy Hora, habló con Tranquera Abierta sobre la cambiante relación del ruralismo con la sociedad argentina

El campo ha sido un actor social relevante en la Argentina de las últimas décadas que genera amores y odios, aunque estos dos sentimientos fueron cambiando su preponderancia a lo largo de la historia nacional.

¿Qué hechos o coyunturas marcaron quiebres en esa relación? ¿Qué hitos hicieron del campo un actor sobre el cual se centran las expectativas de crecimiento y desarrollo del país?

Sobre estas preguntas, y otras, reflexiona el historiador Roy Hora, investigador minucioso del recorrido del sector agropecuario en la Argentina, desde el pujante Siglo XIX, transitando luego el bajón de la década del ‘30 hasta llegar otra vez al esplendor del Siglo XX con los grandes desarrollos tecnológicos y la soja como banderas.

Para Hora, el campo recuperó desde comienzos del 2000 una mirada positiva de la sociedad, pero antes pasó mucha agua bajo el puente.

“En el siglo XIX predominaba una imagen muy negativa de la campaña y a eso lo vemos claramente en Sarmiento, en su Facundo, que ve al país dividido entre Civilización y Barbarie; la civilización es urbana y la barbarie es rural. Esta oposición está muy presente en los grandes conflictos de esa etapa. Pero en el último tercio del siglo XIX, esa visión se transformarse. La mirada sobre el campo cambia porque la propia actividad productiva, hasta entonces dominada por una ganadería muy primitiva, experimenta una renovación muy profunda, por un lado, con la expansión de la agricultura, y asociado a eso la inmigración y la formación de empresas agrarias familiares en la Pampa Gringa. Nace la pampa de los farmers, con una agricultura que está entre las más mecanizadas del mundo. Y por otro lado aparece la modernización de la gran empresa ganadera. Visto desde el ángulo que ofrece el Centenario, tenemos un campo muy distinto al de los tiempos de Rosas, que es la locomotora económica argentina. . Agreguemos, que todavía no ha habido conflictos de clase importantes en el sector. Es el momento dorado de la Argentina del ganado y el trigo, y eso le da al campo una gran reconocimiento social”, recuerda el historiador.

¿Y luego?

Esa imagen del campo por primera vez empieza a ser cuestionada en el Grito de Alcorta, en 1912, cuando nace la Federación Agraria. Es el momento en que la puja entre el gran propietario y el arrendatario comienza a marcar la vida de la campaña, poniendo de relieve que no todo es color de rosa, y subrayando el egoísmo de los grandes terratenientes. Estos rasgos negativos de la visión del campo nacida en 1912 se acentúan con la crisis del ‘30. En ese momento se produce una fuerte caída del ingreso agrícola, y los chacareros la pasan muy mal; además, el avance de la ganadería sobre tierras agrícolas da lugar a la expulsión de arrendatarios. El campo ha dejado de ser un escenario de progreso, y eso se ve en el vuelo que adquiere la migración del campo a la ciudad. Y comienza a cobrar envergadura una visión negativa del campo. Se lo ve cada vez más como un ámbito dominado por la injusticia social, sinónimo de arcaísmo productivo y del egoísmo de los grandes propietarios.

Y que se consolida en los ‘40...

Claro, esta visión que fue conquistando al público urbano Perón la hizo suya, y la explotó en los años de su ascenso al centro del escenario político, en 1945 y 1946. Terminó de forjarse una imagen que perdura en el tiempo, y que todavía hasta fines del siglo XX muchos compatriotas compartían: la idea de que el campo constituye un territorio asociado al atraso productivo, al rechazo a la transformación productiva. Es el mundo de la gran propiedad ineficiente y de la oligarquía terrateniente. Y esto contrasta con lo que pasa en la ciudad. Mientras la potencia transformadora del campo se agota, la sociedad urbana abraza otra utopía productiva, ligada a la industrialización y a la idea de justicia social.

¿Hay una conveniencia política de Perón de poner al campo en la vereda del frente?

Perón no inventa nada sino que trabaja sobre ideas que estaban en el aire, que se pueden ver en el cine o en el diario de esos años. La sociedad argentina tiene una larga tradición de reflexión social antielitista, centrada en la idea de que los ricos no son buenos. Y en momentos de dificultades como los que vinieron tras la Gran Depresión, esas ideas tienen más fuerza y llegan más lejos.

Y Perón se sube a ese sentir...

Explotó ese estado de ánimo. Su discurso puso mucho énfasis en que las elites rurales eran el gran problema de la Argentina, los que apostaban a un patrón de desarrollo que era malo para las mayorías. Su discurso enfatiza una división del escenario político entre buenos y malos, y a la oligarquía terrateniente le corresponde el lugar de mala de la historia nacional. Eso tuvo gran rentabilidad política. Y vino acompañado de un fuerte énfasis en la reforma agraria, en la necesidad de dividir los latifundios, proyecto que nunca avanzó. Y no avanzó porque, en el fondo, su proyecto de reforma no apuntaba a cambiar al campo, sino a la ciudad. En todo caso, lo que tenía que hacer el campo era subsidiarlo, aportar el combustible para que fuera posible una sensible mejora de las remuneraciones al trabajo. Perón tenía una deuda que pagar con sus votantes populares que, en un país ya muy urbanizado, para entonces ya eran mayoritariamente habitantes de las grandes ciudades. El eje de su proyecto era elevar el nivel de vida de las mayorías, apelando a distintas herramientas, pero sobre todo empujando el crecimiento industrial y la mejora de las remuneraciones en la industria y los servicios urbanos. El campo debía contribuir a ese objetivo poniendo alimentos baratos, trigo y carne especialmente, a disposición de los consumidores, y generando las divisas con las que profundizar la industrialización. El aporte del sector agroexportador era necesario porque la industria, que durante el peronismo pasó a ser el núcleo del proceso de acumulación de capital y la locomotora de crecimiento, no tenía capacidad exportadora. Por este motivo, cada vez que se expandía el producto manufacturero y la industria daba un paso adelante también requería de más insumos y tecnología importada, que sólo el campo podía ofrecer.

Una historia que vimos repetirse en innumerables oportunidades...

Claro, era una industria que, en la medida en que no era internacionalmente competitiva, que no podía exportar sus productos, no podía caminar sobre sus propios pies. Por lo tanto, el campo, si bien desplazado del centro de la escena, siguió desempeñando -y hoy la cosa tanto no ha cambiado- un papel muy relevante, generando las condiciones que hicieron posible el crecimiento industrial.

Fueron tres siglos distintos con luces y sombras para el campo...

Sí, tres momentos muy distintos. Antes de 1930, entre 1930 y el fin del siglo XX, y en estas últimas dos décadas. Cuando uno ve la evolución productiva desde la crisis del ‘30 se observan 30 años de estancamiento, que dura hasta la década del ’60. Las ventas externas se mantuvieron congeladas, tanto en volumen como en valor, por un tercio de siglo. En la década de 1960 el crecimiento retornó, pero fue lento hasta la década de 1990. Todo esto marca un fuerte contraste con la era dorada del crecimiento exportador, entre 1880 y 1930, de fuerte expansión, en parte vinculada a la expansión de la frontera. Recién en los ‘90 podemos observar que el crecimiento retorna con fuerza. Cambio tecnológico, crecimiento de las exportaciones, expansión de la frontera productiva, todo esto empieza a darle otro color.

Y ya en los 2000 aparece un elemento clave en el crecimiento que es la soja...

Exacto. Es el cultivo estrella de esa primera década de siglo, que se expande desalojando cultivos tradicionales, empujada por altos precios internacionales. Hay mucho para decir acá, pero me interesa subrayar que ese crecimiento desbordó la región pampeana. Hasta 1980 o 1990 la Argentina agropecuaria eran dos países. Por un lado el país pampeano, el exportador. Y por el otro estaba el interior, el resto, con cultivos industriales y actividades productivas en muchos casos volcadas sobre el mercado interno. En el nuevo siglo, el interior se volvió también más exportador, con vino y limones, por ejemplo, y también con soja. La extensión de la agricultura de exportación fuera de la pampa le dio a la economía exportadora una base social y política más amplia. Contribuyó a que más regiones y más actores se sumaran a un proyecto de crecimiento que, por primera vez, lograba hacer confluir los intereses del interior y de la región Pampeana. Esto quedó en evidencia en la geografía de los piquetes de la protesta del 2008. Esa expansión de la frontera productiva trajo algunos conflictos que conocemos, como el avance sobre bosque nativo o poblaciones campesinas, por ejemplo, que es también parte de la película. Pero desde el punto de vista del lugar del campo en el gran escenario de la política nacional, la soja dio lugar a unidad del sector mucho mayor.

¿Ese salto cualitativo y cuantitativo de la producción empieza a generar un cambio de imagen del campo?

Sí, creo que sí. El diagnóstico de Perón se volvió anacrónico. Esas ideas se las puede ver en respuesta al camionetazo que Carpab hizo en 1985, durante los años de Alfonsín. El cambio no se terminó de ver en los ‘90 porque todavía era incipiente, y porque la transformación tecnológica y la emergencia de empresas más modernas se dio con precios bajos, y muchas dificultades de las empresas pequeñas familiares para adoptar nuevos paquetes tecnológicos que requerían mucha inversión y mayor escala para ser rentables. Pero luego de la gran devaluación de comienzos de 2002 y la fuerte expansión productiva y la mejora del ingreso agrario que la acompañó, esas tensiones desaparecieron, o quedaron como elementos marginales, en el fondo del escenario. Y se impuso la idea de que la generación de riqueza y divisas que salía de este campo más homogéneo y más ampliado, que ya no es solamente el pampeano, era una palanca de crecimiento, con mucho impacto sobre otros sectores. La expansión de la primera década de siglo ayudó mucho a la Argentina a salir de la larga recesión que había comenzado en 1998, y eso le dio prestigio y visibilidad al campo.

¿Hay una imagen del campo distinta a la del empresario agropecuario?

Hace poco la Universidad de San Andrés sacó una encuesta de imagen, dirigida por Diego Reynoso, que ubica al campo entre los actores y sectores más prestigiosos del país, detrás de los científicos y las pymes, que son los que lideran. No me sorprende: hoy el campo se asocia, mucho más que en otros períodos, a la tecnología de punta, al cambio tecnológico, a la capacidad de generar riqueza, incluso a la idea de esfuerzo y logro. Pero cuando uno gira el foco y consulta, como hacen los estudios de opinión de Luis Costa, sobre la imagen del empresariado, la imagen es un poco distinta. Hay más celebración del campo como escenario de la actividad productiva que de los empresarios que actúan en el sector. Creo que hay dos factores: entre el empresariado agrario todavía se escuchan muchas voces que enfatizan la idea de que hay que volver al pasado, a Alberdi y la Constitución liberal de 1853. Ese pensamiento atrasa, no es el camino para forjar un país moderno. Y hay otra cuestión. Hace mucho tiempo que a nuestro país no le va nada bien, y mucha gente piensa que el empresariado no es ajeno a ese resultado. En este contexto, en el que el bienestar es una experiencia para pocos, no sorprende que la imagen de los empresarios, de cualquier sector, esté más asociada a comportamientos del tipo de ‘yo me salvo, no me importa que el resto se hunda’. En fin, pienso que la imagen del empresariado rural está mejor que hace 20 o 30 años, pero también que le caben las generales de la ley.

Hay mucha coincidencia hoy de que sin el campo es difícil la viabilidad argentina, ¿está en la política esa idea tan clara?

Creo que en los últimos 20 años se hizo cada vez más evidente que el campo tiene un rol fundamental que desempeñar en el crecimiento económico argentino. En los ‘60 y hasta los ’90, cuando un dirigente ruralista decía ‘sin el campo no se puede’, gran parte de la ciudadanía tenía una reacción escéptica, y hasta crítica. Lo mismo hacía la dirigencia política. Creo que, en nuestros días, de un lado y del otro de las trincheras que dividen al mundo político, esa visión es minoritaria. Por supuesto, todavía hay gente que piensa que tiene cierta rentabilidad política hacer campaña hablando de los ricos de la 4x4, o de los empresarios agrarios que compran departamentos en Miami. Pero cuando uno mira lo que opinan los altos funcionarios del Ministerio de Desarrollo Productivo, y lo compara con lo que decían los que gobernaron entre 2015 y 2019, se ve que hay mucha más homogeneidad que en épocas anteriores. Se ha extendido mucho la convicción de que el campo es importante para el crecimiento argentino y que, dejando de lado el horrible episodio de la invasión rusa a Ucrania, el mundo ha vuelto a armarse para darle una buena oportunidad a la Argentina. Ojalá sepamos aprovechar todo lo que ofrece el crecimiento de las economías asiáticas.

¿Por eso el campo volvió a asociarse al progreso?

Volvió a conectar con una narrativa de progreso. El recorrido que hicimos en esta charla muestra que durante gran parte del Siglo XX el campo no tuvo una narrativa de progreso. Es decir, no pudo asociar sus intereses con los de otros sectores, proponiendo o siendo parte de un proyecto más amplio que le ofreciera a las mayorías un horizonte de mejora, de incremento del bienestar. Ya no estamos en ese mojón del camino. El campo de nuestro tiempo, asociado a la modernidad productiva, ha incrementado su capacidad para mejorar la calidad de vida de gente que no está directamente vinculada al sector rural. Es cierto que brilla un poco más porque la noche argentina es oscura, y en su firmamento brillas pocas estrellas. Con una macroeconomía tan inestable, la industria sufrió mucho, y no ha tenido grandes logros desde la década del ’70.

Pero pese a todo esto, con el campo solo no alcanza...

No, no alcanza. Y es importante ser consciente de sus limitaciones. La Argentina no se puede poner de pie sólo en torno al campo. Por más que el campo y todos sus anexos industriales empujen con fuerza en las próximas décadas, no alcanza para sacar del barro a ese medio país que hoy vive en la pobreza.