En algún momento, el kirchnerismo se perdió a sí mismo. A lo largo de su historia de 20 años fue abandonando conceptos que conformaron su identidad originaria y que para su versión actual suenan casi a una herejía.
“La sabia regla de no gastar más de lo que entra debe observarse. El equilibrio fiscal debe cuidarse. Eso implica más y mejor recaudación y eficiencia y cuidado en el gasto. El equilibrio de las cuentas públicas tanto en la Nación como en las provincias es fundamental.El país no puede continuar cubriendo déficit por la vía del endeudamiento permanente ni puede recurrir a la emisión de moneda sin control, haciendo correr riesgos inflacionarios que siempre terminan afectando a los sectores de menores ingresos”. Esa frase, que hoy podría suscribir un dirigente opositor, integró el decálogo inaugural del deber ser que Néstor Kirchner pronunció el 25 de mayo de 2003, cuando asumió la Presidencia.
Hoy, hablar de equilibrio fiscal, de orden en las cuentas, de control de la emisión encarna para el kirchnerismo, casi inmediatamente, un discurso de derecha. Un enfoque fiscalista despierta inmediatamente sospechas y acusaciones. Porque en el kirchnerismo, y sobre todo en la visión de Cristina, se impuso como un dogma que la inflación no se explica principalmente por el manejo de la macroeconomía, sino por la ambición irrefrenable de “cuatro vivos”.
El convencimiento de que el Estado puede hacer casi cualquier cosa, que el exministro de Economía Jorge Remes Lenicov adjudicó a un exceso de voluntarismo, atraviesa actualmente al kirchnerismo. La multitud que estuvo en la Plaza de Mayo el jueves no fue a escuchar un discurso sobre lo que tiene que hacer el país para superar la crisis y desarrollarse, sino a alimentarse en la mística de la pelea contra los grandes poderes que quieren ver al pueblo argentino sojuzgado y hambriento.
Cristina habló en la Plaza y bajo la lluvia para los convencidos, para los que la ven infalible, guerrera, valiente. Pero, en términos electorales, eso no alcanza. No alcanzaba en el 2019 y menos aún ahora. El acto, en el que no hubo definiciones, fue pura gestualidad: sirvió para mostrar que Cristina conduce el espacio -como si hiciera falta- y que, por lo tanto, puede disponer la apertura de una Paso o su clausura. También hubo un gesto posicional:puso a su lado a Wado de Pedro y a Sergio Massa, dos de los precandidatos a suceder a quien no pudo ni asomarse por la Plaza:a esa hora, Alberto estaba en Chapadmalal despuntando el vicio de la guitarra.
Pero el problema determinante del Frente de Todos, o como vaya a llamarse, es de fondo y no se circunscribe a quién tiene la famosa lapicera. Sin Cristina, el oficialismo tiene dos límites: de nombres y de método. Primero, porque ninguno de los candidatos garantiza un piso de votos competitivo. “Eso es exactamente lo que pasaba con Alberto en 2019”, podría argumentarse. Ahí es cuando ingresa el límite metodológico: ¿podrá usar otra vez Cristina, cuatro años después y con los resultados a la vista, la estrategia de designar a un delegado para que ocupe el cargo de Presidente? ¿Volverá a comprarlo el electorado?
Una de las razones que hicieron que Alberto Fernández ganara en 2019 fue que una porción del electorado creyó que, una vez en la Presidencia, trataría de conseguir autonomía. Hubiera sido la movida más previsible;pero Alberto la eludió. Y terminó como terminó.
ConWado de Pedro, camporista puro y leal, ese margen de duda desaparecería: a nadie se le ocurriría pronosticar una rebeldía. Por lo tanto, le sería difícil ampliar el horizonte y conseguir más votantes de los que tendría Cristina.
La situación de Massa podría ser diferente porque construyó un capital político propio, sin una dependencia manifiesta. Pero, en su caso, al problema de método -la efectividad del dedo de Cristina- habría que agregarle uno de coyuntura: la inflación carcome a la gente y lo carcome a él. ¿Con qué discurso podría intentar el milagro electoral un ministro cuya gestión deteriora día a día el poder adquisitivo de su electorado histórico?
El Frente de Todos, entonces, se encuentra en un encierro y las alternativas de salida se han acotado drásticamente. Y si todavía tiene alguna posibilidad electoral no es por sí mismo sino por su antagonista principal:Juntos por el Cambio. A menos de un mes del cierre de listas, tampoco tiene un candidato y, menos aún, una visión de qué se debe hacer con el país.
En esa coalición ni siquiera los acuerdos despejan el camino. Un ejemplo elocuente es lo que ocurre en Córdoba. Juntos por el Cambio no fue a una interna pero su interna lo define y lo expone. La campaña de Luis Juez es, a menos de 30 días de la elección, mucho menos de lo que prometía y debía ser. En parte, se debe a que cada cual atiende su juego.
El radicalismo está enfrascado en sí mismo:su batalla principal es Córdoba capital, no la candidatura de Juez. Además, su mirada parece estar siempre en otro lugar: en los últimos días, la polémica se centró en el grupo de dirigentes radicales, entre ellos el exintendente Benigno Rins, que lanzaron la Mesa Promotora Patricia Presidente. A más de un radical no le cayó simpático el armado para Bullrich, menos cuando la propia UCR tiene precandidatos a nivel nacional.
Mientras tanto, Juez navega solo. Casi sin cartelería, sin spots que al menos instalen conceptos de campaña, hasta ahora sólo anunció su plan de seguridad. Dijo, confusamente, que él va a ser ministro del área a la vez que gobernador. Y, para variar, prometió, en una época en que líderes como el salvadoreño Nayib Bukele están de moda, cárceles de máxima seguridad para combatir a los narcos.
También con una lógica de mano dura se pronunció Martín Llaryora, el candidato de Hacemos Unidos por Córdoba, que salió a apoyar al policía que le dio cuatro balazos por la espalda al ladrón que le robó la moto.
En el llaryorismo, la escasa actividad de campaña de Juez no deja de sorprender. Estaban preparados para que, a esta altura, hubiera un cuerpo a cuerpo en todos los frentes. “Tuvimos que postergar algunos hechos de campaña que teníamos planificados porque ellos no están. Tampoco está bueno que haya un solo jugador en la cancha”, dijeron cerca del intendente de Córdoba.
En Hacemos Unidos realizan encuestas para monitorear el estado de situación. Y los resultados le adjudican a Llaryora, cuando faltan apenas 28 días, una ventaja de al menos 9 puntos.
Llaryora tenía previsto pedir licencia en el Municipio a partir de mañana lunes para dedicarse las 24 horas a la campaña. Pero al final recalculó: decidió seguir con la gestión y enfocarse por la tarde en actos de cercanía, en el Gran Córdoba.
A la vez, el llaryorismo diseñó un cronograma de elecciones municipales que le den “domingos felices” desde hoy, día en que se votará en 29 pueblos y ciudades, para contrarrestar posibles derrotas que Juntos por el Cambio busque capitalizar. “Es simbólico pero tampoco lo queremos descuidar”, señalan.
En paralelo, Hacemos preparó “subcampañas” en las que apuesta al localismo. Una, ya se ve en RíoCuarto;otra se desplegará en San Francisco, de donde es oriundo Llaryora.
“Dale valor a Río Cuarto”, se lee en los carteles de grandes dimensiones que muestran a un Llamosas sonriente. “Apelamos a que la gente destaque que Juan Manuel es el único riocuartense con un lugar importante en una lista. Del otro lado, increíblemente, no hay nada. Todavía no entendemos cómo no pusieron a alguien de Río Cuarto”, indicaron cerca del candidato de Hacemos.
Llamosas se juega el 25 más que una banca, que por otra parte tiene asegurada. Su caudal de votos definirá el peso que tendrá en un eventual esquema de poder de Llaryora. Por eso, desde el Palacio les reclaman a los dirigentes que se concentren en la elección provincial y no anticipen los tiempos de la interna municipal.
Pero hubo adelantados y se oyeron reproches después de los movimientos que pusieron en la pista a Adriana Nazario, Agustín Calleri y a Mauricio Dova para 2024. “Se apuran y confunden a la gente. Ahora hay que ganar la Provincia y después se verá”, dijeron cerca de Llamosas.