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Hace 11 años reclaman por la contaminación de un molino

Es una planta ubicada en Presidente Perón al 451. Los vecinos se quejan por la polución que genera el polvillo que vuela permanentemente y se deposita en sus casas. Viven con puertas y ventanas cerradas

Se percibe en el aire. Y se siente en los ojos; es un ardor leve pero molesto, que aparece a los pocos minutos de estar charlando con los vecinos del exmolino Fénix. “¿Viste? Es permanente y todavía se pone peor cuando fumigan. Nosotros no podemos ni abrir las ventanas; los chicos no pueden salir al patio a jugar porque aspiran ese polvillo”, dice Fernando, quien desde hace 11 años viene denunciando la situación que padecen.

Cuenta que nunca obtuvieron la respuesta que esperaban, que es increíble que esa molienda de maíz esté ubicada en un barrio y que a nadie se le ocurra obligarla a trasladarse al corredor industrial, donde deberían estar todas las plantas de ese tipo.

Fernando Lando vive junto a María Laura Zárate y sus hijos en Presidente Perón Centro 442. Justo enfrente está el exmolino Fénix, que después se reconvirtió en depósito del Átomo y desde hace 14 años volvió a ser una molienda. Está en manos de la empresa Grupo Alimenticio, que en su página de internet detalla que produce trozos gruesos de maíz, sémolas para cervecería, sémolas para expandidos, sémola para polenta y harina de maíz. Señala, con orgullo, que está instalada en una construcción de 1907 pero con la más moderna tecnología.

Los vecinos aseguran que ese es uno de los inconvenientes: el edificio es tan antiguo que no alcanzan ni las adecuaciones ni los cambios de filtros para mitigar el problema. Por eso piden, directamente, que se trasladen a otra zona.

Ahora, Lando y un grupo de familias fueron a la Defensoría del Pueblo para presentar otra vez sus quejas.  Ya han apelado a otros organismos -la Provincia, la Municipalidad, la Policía- pero el resultado es siempre el mismo, como en un relato de Kafka. En el Edecom hay una larga lista de actuaciones -ver página 17-, en las que se detectó material particulado en suspensión. Ese término técnico se traduce en el barrio en una tenue nube blanca, que cuando se asienta es como un talco. El origen es, claramente, la sede del Grupo Alimenticio: surge de un galpón, constante. 

Desde la empresa, el gerente, Alejandro Sacco, admitió que la situación está produciéndose pero negó que se trate de un problema permanente. Aseguró que es coyuntural y que se solucionará cuando el plan de mitigación se complete, el 17 de marzo.

María Laura relata que a mediados de la década pasada, cuando pasó de ser depósito de un supermercado a molino, no hubo adecuación. “Se abrió en las condiciones en que estaba. No tiene ningún tipo de modernización, ni adecuación al contexto actual. Ni siquiera tomaron recaudos porque hay un protocolo para la instalación de los molinos; se habla de un cerco verde que tienen que tener para la contención. Intentaron poner algunos pinos pero nunca prosperaron; obviamente por la contaminación que tiene la tierra y por la polución ambiental. Las actualizaciones o modernizaciones que fueron haciendo con el paso del tiempo fueron porque nos íbamos quejando o porque les aplicaban multas. Pero claramente sigue afectando a la ciudadanía y contaminando el ambiente”, planteó la vecina.

La familia relata una serie de episodios que agravan la situación: asegura que cuando fumigan adentro de la planta los empleados no van a trabajar por el daño que podría significar para su salud (“Pero nosotros no nos podemos ir y respiramos eso); y que los camiones que llegan con el maíz tiran en las calles adyacentes las pastillas con veneno que se ponen dentro de los acoplados para que no haya ratas (“Los chicos están en contacto con eso”).

Desde la Defensoría señalan que están esperando las actuaciones de la Fiscalía Contravencional para conocer cuántas multas se aplicaron a la planta; además, agregan que lo mejor en este caso sería que se ordenara un estudio de impacto ambiental imparcial y neutral porque el que existe hasta ahora fue encargado y pagado por la propia empresa.

La familia de Fernando y María Laura junto a otros vecinos, como Emanuel -quien también hizo una denuncia- o Analía, parecen condenados a soportar ese polvillo que los obliga a tener las ventanas cerradas día y noche. “Quisimos vender la casa pero nadie quiere comprarla. Y tenemos que estar así: los chicos sin salir al aire libre, nosotros todo el día adentro. Y nadie hace nada”.
Marcos Jure

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