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Una onda expansiva aún sin límites claros

La foto en Olivos provocó uno de los mayores cimbronazos en el Gobierno porque impactó de lleno en la figura presidencial. A su vez, la explicación ofrecida por Alberto Fernández quedó lejos de intentar recomponer el daño, reflejado incluso en el oficialismo

Apenas con una mueca de sonrisa en su rostro, Alberto Fernández aparece parado a la izquierda de la foto que reúne a 13 personas alrededor de una mesa festiva, sumando allí un menor y el ocasional fotógrafo. La imagen, según admitió el propio Gobierno, corresponde al 14 de julio de 2020, en plena pandemia y cuando los decretos de necesidad y urgencia emanados del Ejecutivo nacional prohibían cualquier reunión social con la finalidad de proteger al conjunto social y evitar la propagación de un virus que por entonces no tenía ni siquiera la certeza de contar con una vacuna y los tratamientos para los enfermos deambulaban aún más en las pruebas y errores que en las contundencias científicas que se iban construyendo lentamente.

Esa mañana, en la mesa de tres que habitualmente se conformaba a las 8 en punto con la -por entonces- secretaria de Salud Carla Vizzotti, acompañada por Alejandro Costa, y un ocasional tercer integrante, se detallaba el estado de situación en el país, en momentos en que el 92% de los casos de Covid eran del AMBA. Justamente ese día, la Argentina superaba las 2 mil muertes por coronavirus.

Aquella mañana, la secretaria de Salud, Carla Vizzotti, daba su habitual informe diario y remarcaba la gran concentración de casos en el AMBA.

La ministra, en su mensaje, hizo hincapié en la concentración de casos que había en Capital Federal y el conurbano. Allí circulaba el virus con fuerza. También preocupaban Chaco, Neuquén y Entre Ríos, aunque en menor medida.

Del total de fallecidos, la media de edad era de 75 años, según el reporte matutino del 14 de julio de 2020. Además, había 752 personas en terapia intensiva en el país.

Sobre ese escenario fue que a la noche se produjo aquel encuentro que después se iba a retratar con una foto que captaba con una tenue sonrisa al Presidente, que venía además de insistir con los cuidados y de criticar con dureza a quienes desobedecían las recomendaciones del grupo de asesores médicos, entre los que se destacaba la figura de Pedro Cahn.

Alberto Fernández reunía en aquel momento una amplia valoración social por su rol al frente de la pandemia. Las encuestas de opinión pública le otorgaban más del 80% de imagen positiva, lo que le permitía incluso recomendar medidas antipáticas, como el encierro por algunas semanas, y lograr un elevado cumplimiento.

En verdad, el comportamiento de la enorme mayoría de la población fue ejemplar, más allá de que siempre hubo excepciones que ganaron segundos y centímetros en los medios. Pero no dejaron de ser excepciones. Del otro lado, la enorme mayoría actuaba con gran responsabilidad, exactamente a la altura que las circunstancias requerían.

Nadie tenía más responsabilidad que el presidente Alberto Fernández en ese momento frente al cumplimiento de las restricciones.

Fernández todavía se presentaba con Rodríguez Larreta y Kicillof y solía repasar las cifras y estadísticas de la pandemia en filminas que servían para argumentar las restricciones que se imponían. El período de excepciones había cumplido 116 días, desde que se había instalado la primera cuarentena estricta en marzo.

Toda esa comunión se fue luego lentamente agrietando, especialmente cuando la economía empezó a crujir. Pero esta última semana la foto del cumpleaños en Olivos, aquella noche en la que se cruzaba la barrera de los 2 mil muertos en Argentina y las restricciones por DNU seguían vigentes, rompieron definitivamente una confianza que será extremadamente difícil de reconstruir.

Quien imponía y pedía el cumplimiento del aislamiento vivía en una condición de excepción frente al resto.Y ese grado de exigencia y sacrificio ante una amenaza de tanta envergadura como un virus desconocido -sin tratamiento y sin vacunas por entonces- requería como condición un férreo cumplimiento de quien imponía esas reglas. Y las imponía porque además tenía como contracara del incumplimiento una sanción.

Los sonrientes rostros de aquella noche en la Quinta Presidencial de Olivos fueron un golpe en el corazón de la confianza de una población que se sacrificó tal como lo requería la circunstancia. Era lo que había que hacer, cueste lo que cueste. Y así lo hizo la enorme mayoría, por cuidado personal y sentido de comunidad.

Por eso es tan difícil de explicar. Es como aquella persona que es sorprendida in fraganti. No queda otro camino que el de la disculpa y el de asumir la responsabilidad, que en este caso es la máxima. Nadie tenía más responsabilidad que el Presidente en ese momento frente al cumplimiento de las restricciones. Estaba prohibido para todos reunirse. Y el poder no puede tener excepciones.

Por eso la onda de expansión de esa foto no tiene límites claros. Fue una bomba detonada que irradia más allá de la figura presidencial. Alimenta incluso los discursos de los antipolítica, que intentan con esa foto englobar al conjunto de actores que forman parte de esa actividad. Como si todos fueran iguales. En ningún campo la generalización suele ser justa. Tampoco en política. Pero no quedan dudas de que esto es abono para esos discursos. Y el Presidente es responsable de sus actos y de las consecuencias que generan.

Es muy difícil construir confianza. Es un edificio que se levanta de a un ladrillo, pero que puede parecer un castillo de naipes ante el primer ventarrón. El impacto de la foto desató una tormenta, incluso al interior del Frente de Todos que hasta podría pagar con una porción de su base electoral más granítica parte del costo de una decisión que aún no fue asumida de tal forma que parezca un arrepentimiento, lo que sería el primer paso para frenar el derrumbe de cartas. Por ahora la explicación sólo sumó más furia a la tormenta.

Gonzalo Dal Bianco. Redacción Puntal