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Sin plata y sin discurso

El gobierno de De Rivas padeció sus primeros meses de gestión. Inmovilizado por el déficit y la inseguridad, pareció renunciar a la política:se lo vio sin iniciativa. Recién en la última semana, empezó a intentar salir de ese círculo de negatividad

La gestión de Guillermo De Rivas, que está a horas de cumplir 11 meses, tiene una característica que es inusual en un gobierno tan joven: quienes están predispuestos a cuestionarlo encuentran argumentos de sobra, pero les pasa exactamente lo contrario a quienes podrían inclinarse a defenderlo. Casi nada. Han manifestado algunas intenciones, pero hay que esforzarse y revolver para encontrar un hecho o una acción por la que la tercera gestión del peronismo riocuartense destaque especialmente.

Hay ahí un déficit de fondo. Pero paralelamente aparece otro que es todavía más trascendente: el gobierno municipal no sólo carece de una dimensión concreta, de una enumeración de realizaciones, lo que podría tratarse de una eventualidad subsanable, sino que no ha podido construir y expresar cuál es su idea, una concepción que lo oriente y que contribuya a configurar su identidad. ¿Hacia dónde va?¿Qué modelo de ciudad pretende? Es probable que exista, de hecho los funcionarios aseguran que así es, pero en política, más aún en la actual, no se puede prescindir de la exposición, de la exteriorización de los procesos internos. Sin esa etapa, es complejo que se configure un discurso.De hecho, al gobierno de De Rivas es difícil encontrarle los ejes argumentales constitutivos y, sin ellos, la identificación política es menos probable. En la presentación del presupuesto 2025, el intendente dijo que iba a ser el año de la autonomía financiera y, más allá de que ese objetivo se mostró rápidamente inalcanzable, es casi imposible generar mística o entusiasmo con una meta de corte tan administrativo y burocrático.

En los círculos políticos afines al oficialismo además le recriminan una tendencia al encierro, a considerarse autosuficiente y a prescindir de opiniones externas. De Rivas gobierna con un círculo acotadísimo, en el que no predominan las lecturas políticas. Un ejemplo: para tratar de revitalizar la gestión, el Ejecutivo terminó recurriendo en las últimas semanas a un coach motivacional al que tuvieron que someterse secretarios y subsecretarios en una reunión de gabinete memorable.

Ese debilitamiento de la política explica, en parte, que haya tenido tantas limitaciones para interpretar lo que estaba ocurriendo en la ciudad cuando se hilvanaron cuatro marchas contra la inseguridad y que haya tardado tanto tiempo en reaccionar ante un malestar que era respirable.

Es raro en una fuerza como el cordobesismo. Si alguna herencia política construyeron José Manuel de la Sota y Juan Schiaretti fue generar una propuesta de afuera hacia adentro: empezaron a ganar elecciones cuando entendieron que tenían que responder y amoldarse a esa sociedad que pretendían gobernar. Si no hubiera interpretado al votante medio cordobés, probablemente el peronismo jamás habría llegado a gobernar la provincia. Martín Llaryora continúa hoy esa línea:aplica una variante de peso cuando intenta imponer una concepción del rol del Estado que no es predominante en épocas de mileísmo, pero lo hace no sólo porque está convencido sino principalmente por una necesidad de diferenciación de la oferta electoral.

La lectura del contexto es neurálgica en el cordobesismo. Y es un elemento que, al menos hasta ahora, le ha costado manifestar a la gestión de De Rivas. Esa situación provocó un gobierno prematuramente envejecido.

Hubo dos factores que lo afectaron profundamente:las marchas por la inseguridad y la crisis financiera. Unas lo conmocionaron políticamente, la otra dejó a la gestión en la impotencia. “Sin plata no se puede gobernar”, parece ser el mensaje que se desprende de la actitud del gobierno.

Otra vez hay que recurrir a la historia del cordobesismo para relativizar esa sentencia. De la Sota solía contar que en una de las tantas crisis que vivió el país no tenía un centavo para hacer obras. Entonces se le ocurrió encarar una reivindicación simbólica de varios pueblos y ciudades:empezó a reconstruir un pedacito de las plazas de esa zona, a ponerles mástiles altos y a hacer instalar en el piso un mosaico que decía algo así:“Este es el centro de la República Argentina. Corazón de mi país”. Lo hacía con dos pesos. Nada. Pero, según De la Sota, los vecinos sacaban pecho de orgullo. Era la política suplantando al presupuesto.

Después de las marchas y de la comprobación de que la caja era un baño de lágrimas, el gobierno de De Rivas se inmovilizó. Había mostrado otra actitud en sus primeros meses, pero después de esos dos episodios perdió la iniciativa. Corrió siempre de atrás, como suele decirse en política. Pareció un gobierno autocondenado a lamentarse por haber tenido que enfrentar un contexto de inseguridad y una época de ajuste en la que para administrar sólo hay escasez. Por si fuera poco, lo alcanzó la cruzada antiestatal de Luis “Toto” Caputo y Javier Milei y el Banco Nación se levantó de un día para otro con ganas de no pagarles más impuestos a los municipios. Si no tributa el Nación no lo hace ningún otro: si la Justicia Federal le falla en contra, el Municipio podría perder otros $ 1.200 millones mensuales y el déficit de 800 millones leudará críticamente.

Durante este año, el gobierno de De Rivas quedó atrapado en una flagelación: “Está todo mal”. Su agenda pública giró casi exclusivamente sobre esa carga de negatividad: la inseguridad, el déficit, las calles rotas por la falta de plata, las obras que no se hacen también por falta de plata, la recaudación que cae porque la gente no consume, y encima el Banco Nación inició una rebelión fiscal.

En la crisis de inseguridad terminó reaccionando porque no le quedaba otra salida. Y, en ese punto, consiguió atenuar esa sensación que prevaleció cuando se produjeron las marchas de que la ciudad era tierra de nadie. Ante los reproches, mostró movilidad.

Pero fue una respuesta ante un estímulo. No dejó de ser una iniciativa impuesta desde afuera. Ahora, en la última semana, empezó a insinuarse un cambio de actitud. Por lo menos para dejar de ser un gobierno que se regodea en sus imposibilidades. Hubo algunos hechos:primero, está intentando recuperar la iniciativa. El ejemplo más cercano es el proyecto que presentó para regular la actividad de los trapitos en la calles de la ciudad. Es un planteo que postula públicamente el gobierno y que puede generar una corriente de simpatía en un sector de la población. Va, al menos, a tono con la época. Y no requiere gastar un solo peso. Sólo leer una temática que está presente y generar una respuesta de gestión. En ese punto, el gobierno al menos empieza a intervenir en la construcción de la agenda.

Hubo dos hechos más, en los que sí aparece implicada la cuestión presupuestaria, y que también lo muestran en una actitud diferente. El viernes abrió los sobres para la obra de recuperación y transformación de la avenida Sabattini. Con un presupuesto de 388 millones de pesos, fue uno de los compromisos iniciales de De Rivas. Se plantea como el inicio de un proceso de jerarquización de los principales accesos a la ciudad

Además, en el Concejo Deliberante se aprobó la llegada de 1.000 millones de pesos, que aportará la Provincia y que deberán devolverse, para hacer obras de iluminación, mantenimiento de calles y semaforización.

En el gobierno aseguran también que tienen previstos anuncios e inauguraciones para junio, el preludio del primer aniversario de De Rivas como intendente. “Hay una gran cantidad de actividades y temas programados y vamos a encarar lo que viene con otra actitud”, relataron en el Palacio.

¿Le alcanzará a De Rivas? Dispone de dos ventajas: la oposición que le tocó y el tiempo que le queda por delante. Sus inicios han sido accidentados y erráticos, pero tres años encierran en sí mismos una oportunidad.