Carlos Menem es un antecedente en ese sentido:no encarnaba únicamente un gobierno sino un clima de época. No fueron sólo 10 años de gestión sino que fue un proceso, el menemismo, que permeó en la realidad entera. Con Néstor y Cristina Kirchner ocurrió algo similar: abordaron, como pasa con los períodos políticos gravitantes, el presente pero también el pasado y el futuro. Lo hicieron hasta que el mecanismo se agotó. Hoy, la definición del discurso predominante está en manos de Javier Milei, un presidente que aterrizó desde afuera del sistema político y que lo defenestra tanto como hace con el Estado. No es necesario andar mucho para constatar que Milei y lo que representa no se agotan en acciones de gobierno sino que van mucho más allá;sus lecturas de la realidad, de la sociedad argentina, de lo que está bien o está mal, de lo aceptable o inaceptable, han irradiado y sirven de herramientas interpretativas.
Es un discurso que lleva al extremo la simplificación conceptual basada más en el desprecio que en el resentimiento. Por ejemplo:si un investigador o una autoridad universitaria argumentan cuáles son los efectos negativos de desarmar y desfinanciar el sistema científico nacional, del otro lado la respuesta es:“Está defendiendo un curro”. Básico, elemental, rudimentario y, seguramente, falaz. Pero, a los efectos de lo que busca el gobierno, efectivo. Ese mecanismo se repite en cada ámbito hasta el paroxismo. Y funciona. En parte, porque no hay una predisposición a esforzarse en contrastar argumentos sino una inclinación al simplismo. Y si es un simplismo asentado en lo emocional, en la indignación fácil y urgente, como ocurre en las redes, mejor.
Y una de las características peculiares del momento actual es que ese discurso carece de contrapeso. No hay contradiscurso, apenas unos esbozos impotentes:porque no conectan con la realidad, ni con la lectura prevalente ni con lo que podría llamarse el argentino medio de hoy. Las caídas que Milei ha tenido desde que llegó a la Casa Rosada se debieron a errores propios, a limitaciones de su modelo, pero no porque algún grupo o actor político sirviera de refutador.
En ese escenario, y más ahora que se aseguró un colchón de dólares que le permitirá transitar los próximos meses, el Gobierno se adentra en el período electoral. Es, por lo tanto, improbable que sea derrotado. Podrá tener algunos reveses en distritos puntuales pero, si la situación social no se deteriora a límites insoportables, es esperable que prevalezca en las legislativas.
Por eso empiezan a ser tan determinantes las estrategias y las configuraciones electorales en cada provincia y en cada distrito: porque, obviamente, el gobierno espera imponerse en la mayoría de ellos pero quienes pretenden convertirse en una opción para los próximos años saben que el 2025 es la fecha clave para empezar a posicionarse.
En ese punto, Córdoba será una provincia particularmente interesante. Primero por su magnitud, segundo por su categoría de bastión mileísta -después de haber sido durante años macrista- y, tercero, porque también empezará a ponerse en juego cómo se va perfilando la confrontación que se producirá dentro de dos años por el poder provincial.
En Córdoba, a diferencia de provincia de Buenos Aires, no hay contraposiciones discursivas especialmente acentuadas. El kirchnerismo es casi residual y el peronismo provincial ha avanzado en una diferenciación sobre cómo concebir el rol del Estado pero no lo hace desde el enfrentamiento:en parte porque está en una provincia que simpatiza con Milei, en parte porque comparten electorado. Para encarar una elección como la que se viene, para el cordobesismo era más cómodo el kirchnerismo en el poder, porque podía argumentar que era discriminado, que Milei.
A la oposición cordobesa, por lo tanto, se le hace complejo diferenciarse del peronismo provincial desde lo conceptual, desde la visión de lo que debe hacerse. Por eso apela principalmente al eje de la corrupción, de la sospecha, al cuestionamiento por las formas y el destino de los gastos. Porque es una manera de contraponerse y de subirse a la nave del mileísmo y a su manual de actuación política.
Algo de eso se vio este Viernes Santo, en un episodio que podría anticipar qué caminos seguirá la campaña cordobesa. Un día después de que la Justicia ordenara detener a 13 personas por una estafa a la obra social Apross -entre los implicados hay cinco policías, un médico y un exempleado administrativo-, de repente se desató un incendio de los grandes en la sede central de la mutual, que se propagó por tres pisos. La verdad, si hay un acontecimiento capaz de generar suspicacia es ese. No hay manera de no relacionar el hecho con la investigación. Sin embargo, más allá de lo que realmente haya ocurrido, también es sintomático cómo actuó la política ante el episodio del Apross.
El diputado radical Rodrigo De Loredo disparó inmediatamente en las redes, dijo que se desconoce cuánta prueba se destruyó y relacionó al peronismo con el siniestro. Le salió al cruce Miguel Siciliano, jefe de la bancada de Hacemos por Córdoba en la Unicameral, y lo trató de patético porque la investigación en el Apross fue iniciada por el oficialismo y porque, según dijo, todas las pruebas ya están en manos del fiscal.
De Loredo actuó interpretando -o tratando de interpretar- el momento:no importa demasiado qué vaya a arrojar la investigación sobre las causas del incendio sino golpear primero, posicionarse. Y, en ese sentido, le sacó una ventaja a Juez, su socio/rival de los últimos años. “Están en esa: en ver quién se posiciona primero, quién saca una ventajita”, indicó una fuente del oficialismo.
Para De Loredo y Juez la elección que viene también es un problema, un dolor de cabeza. El senador del Frente Cívico ya ofreció su acompañamiento incondicional a Milei enCórdoba pero sin pretensión de cargos. Sin embargo, a la vez le preocupa la posibilidad de que De Loredo llegue a un acuerdo con La Libertad Avanza, sí sea candidato a diputado y pueda convertirse en la eventual cara del triunfo mileísta en Córdoba. Si así fuera, el radical podría avanzar algún casillero para convertirse en candidato a gobernador dentro de dos años.
“A Juez no le gusta nada esa posibilidad y está operando para evitar a toda costa que De Loredo llegue a un acuerdo con Milei”, relataron en el radicalismo.
El senador ya lo dijo públicamente: su sueño más gozoso es convertirse en el candidato a gobernador de ese Milei al que le ha descubierto desde diciembre de 2023 un aluvión de virtudes como político, estadista y ser humano.
De Loredo se encuentra con varios inconvenientes:no está claro que La Libertad Avanza, especialmente Karina, muera de ansiedad por aliarse con el radicalismo cordobés;pero, además, dentro de su propio partido el diputado encuentra resistencia. Los sectores que rechazan un entendimiento con el libertario ya le avisaron que si hay acuerdo en Córdoba, van a la ruptura. A la vez, si De Loredo opta por no quebrar su partido y va solo en octubre corre el riesgo de salir tercero o cuarto, de perder la banca y de quedar muy en desventaja en la maratón que vienen corriendo con Juez. “En ese escenario, no creo que a Rodrigo le importe mucho mantener al partido unido”, indicó un dirigente radical.
En el peronismo cordobés descuentan que la alianza entre los libertarios y De Loredo es una posibilidad lejana. Aunque podría modificarse el panorama si Manuel Adorni, el candidato de Milei, queda tercero en mayo en Ciudad de Buenos Aires: un resultado de ese tipo podría obligar al oficialismo nacional a recalibrar su estrategia purista y aceptar aliados.
Para el cordobesismo, la situación electoral contiene dos posibilidades:una, en la que JuanSchiaretti sea candidato;otra, en la que el exgobernador no juegue. Hay quienes aventuran que en la primera opción, Hacemos por Córdoba podría ganarle a Milei en la provincia y posicionarse en el plano nacional;otros señalan que es demasiado riesgoso sacar a la cancha a una de las dos figuras centrales. “¿Y si perdemos, qué nos queda?”, dijo un dirigente peronista.
La hipótesis de mínima en la que piensa el oficialismo provincial es armar una lista sin Schiaretti, que esa lista obtenga el acompañamiento que históricamente ha tenido el PJ cordobés en una legislativa -entre 20 y 25 puntos- y conservar las dos bancas. Ese escenario, consideran, no los dejaría particularmente mal parados ni incómodos en una elección nacional. No podría decirse lo mismo si el resultado estuviera por debajo de esos parámetros.