Es difícil encontrar en la historia reciente el antecedente de un jefe de Estado que haya llegado a las elecciones de medio término con el cúmulo de complicaciones que aquejan a Javier Milei. Políticas y económicas. Coyunturales y estructurales.
Desde el inicio, desde el primer minuto de su mandato, el Presidente sabía que las elecciones de hoy serían decisivas por dos razones que derivan de su calidad de outsider. Por un lado, porque necesita revalidar el acompañamiento popular a un liderazgo extrañamente asentado en el ajuste no como un medio sino como un bien en sí mismo. Por otro lado, porque el poder requiere además un correlato institucional y La Libertad Avanza, que cuenta en el Congreso con un puñado de diputados y senadores, debe profundizar su presencia legislativa.
Pero no llegó a esta instancia bien plantado, como creía que iba a ocurrir, sino en un terreno prematura y extendidamente inestable. Esa inestabilidad y la vulnerabilidad que se perciben en el gobierno tienen dos orígenes fundamentales.
En el plano económico, los últimos meses no sólo contradijeron los pronósticos de Luis “Toto” Caputo sino que además afectaron la reputación del gobierno en su núcleo central: los cracks de las finanzas ya no manejan el barco a su antojo sino que van tapando los agujeros como pueden y dependen cada seis meses de un rescate providencial. El último salvador fue Donald Trump, cuya irrupción en la economía y en el manejo del dólar será otro de los tantos elementos que pesarán en la elección de este domingo.
En el plano político, también el oficialismo vive un presente de desgaste en su discurso y su imagen. La lucha contra la casta y sus curros, que constituían el corazón discursivo de La Libertad Avanza, ya no es tan convincente después de las denuncias y los escándalos que hicieron tambalear a figuras centrales del poder mileísta. Además, el discurso insensible de Milei y los suyos, que se desentiende de las consecuencias humanas y sociales de sus medidas, empezó a toparse con sus propios límites.
El gobierno, y el propio Presidente, que en algún momento parecieron invulnerables, llegan a la elección en su nivel más bajo de apoyo popular.
En la últimas horas se conocieron los resultados de una encuesta de Latam Pulse, que es una iniciativa conjunta entre Atlas Intel, una empresa brasileña de investigación de mercados y de opinión pública, y Bloomberg, uno de los gigantes mundiales de información financiera.
Según ese trabajo, que se publica todos los meses, la desaprobación del presidente Milei creció abrupta y sostenidamente desde mediados de año: pasó del 44,1 por ciento en junio al 55,7 por ciento que arrojó en octubre. En cuanto a la gestión, el 51,8% considera que es mala o muy mala.
Pero además de la imagen sobre el presente, la encuesta midió las expectativas a futuro, que suelen ser un componente fundamental del voto. La confianza del consumidor está en el nivel más bajo del continente. De cada 100 argentinos, 53 creen que en los próximos seis meses la economía del país va a empeorar mientras que 34 tienen una mirada optimista.
Y si bien la percepción mayoritaria es que la inflación seguirá bajo control, el 53,5 por ciento de los argentinos manifestó una menor intención de comprar bienes durables. Ese dato es, fundamentalmente, sinónimo de incertidumbre y temor.
En la Casa Rosada tienen, por supuesto, los mismos datos, que son los que operaron un cambio notorio e indispensable en el plano político y electoral. Cuando el deterioro en los índices se hizo indisimulable, el gobierno redefinió su estrategia discursiva para las legislativas. El Presidente y sus candidatos dejaron de hablar de que hoy se plebiscita la gestión y pasaron a decir que la elección es una oportunidad para impedir la vuelta del kirchnerismo.
La actual campaña ha profundizado una tendencia que estaba presente en la política argentina: hay un traslado de los argumentos electorales hacia el otro. Casi no hay un pedido del voto por los méritos propios sino por los defectos ajenos. La elección es un medio para impedir que el otro tan temido ejerza el poder.
En este caso lo han utilizado tanto el gobierno nacional como Fuerza Patria. El oficialismo recurrió, principalmente después del triunfo de Axel Kicillof en las elecciones bonaerenses, al voto fantasma. Agitó el miedo que genera en un sector de la población la posible vuelta de un gobierno kirchnerista. “La Libertad Avanza o Argentina retrocede”, es el slogan, que estuvo acompañado por apelaciones dramáticas de las figuras más prominentes del gabinete. Milei y Caputo hablaron incluso de que hay que obturar el regreso del comunismo. O no tienen muy en claro de qué se trata el comunismo o consideran que es la gente la que no lo sabe.
Pero también Fuerza Patria recurrió a la misma herramienta, aunque en sentido contrario. “Hay que frenar a Milei”, es lo más elocuente que ha dicho el kirchnerismo, que se ha concentrado en la provincia de Buenos Aires y ha perdido gran parte de su proyección nacional. Esa variante del peronismo no consigue desde hace años articular un discurso que interprete cabalmente el momento, las necesidades o las expectativas de la gente y ha encontrado en Milei el elemento que suple sus propias falencias.
Fuerza Patria espera canalizar el voto bronca. Y en esa dinámica está la clave de la elección. Una de las incógnitas que se develarán hoy será si es efectivo el voto fantasma al que echó mano el gobierno, en un intento desesperado por neutralizar sus propios y profundos defectos, o si prevalece el voto bronca del que espera beneficiarse el kirchnerismo.
En esta campaña hubo una novedad, una construcción para que el juego ya no sea de dos sino de tres. Antes existieron otros intentos y todos terminaron en fracaso. La política argentina se ha vuelto un terreno binario en el que se está de un lado o de otro. El desafío de Provincias Unidas es al menos empezar a deconstruir esa lógica. Todavía es una fuerza que no ha logrado unificarse por completo -hay diferencias evidentes entre los discursos de algunos protagonistas- pero es la primera vez que seis gobernadores del interior de distintos signos políticos se ponen de acuerdo para intentar darle forma a una alternativa política nacional.
El futuro de esa fuerza empezará a construirse hoy. La aspiración de los protagonistas es consolidarse como una opción para la presidencial de 2027.
La iniciativa de Provincias Unidas nació en gran parte desde Córdoba. Primero con la candidatura de Juan Schiaretti a la Presidencia en 2023 pero, sobre todo, con la asunción del peronismo provincial de Martín Llaryora de que la estrategia de replegarse en el territorio para resguardarlo empezaba a renguear. Ya había demostrado ser dudosamente efectiva en las elecciones de alcance nacional.
Por eso, Provincias Unidas conlleva un cambio en el PJ cordobés: ya no busca alambrar sino salir con una propuesta al país. Por supuesto, que esa reversión sea efectiva depende en gran parte del resultado de las urnas.
Schiaretti en Córdoba, y los seis gobernadores, ensayaron un discurso que pretende ser equidistante: apelaron también al voto bronca contra Milei, pero se encargaron de exorcizar a la vez el fantasma del kirchnerismo. Esperan instalarse en esa zona de los que reniegan de uno y de otro.