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Las inevitables dudas que despiertan las cifras de inflación

Aun cuando es obvio que la distancia entre el IPC suministrado por el Indec y la realidad tal como la percibe el ciudadano corriente se debe a razones muy diferentes de las que generaban una sensación parecida cada vez que se conocía este índice entre 2007 y 2015, se trata de una circunstancia que podría alentar el descreimiento en la palabra oficial en un área en la que la experiencia reciente brinda abundantes motivos para el escepticismo.

Tal como había ocurrido hace un mes, aunque en un grado todavía mayor, la difusión del Índice de Precios al Consumidor (IPC) de abril ha alumbrado una cifra que el grueso de los ciudadanos percibe como ajena a una realidad en la cual las penurias económicas suelen jugar un papel central. Aun cuando es obvio que esto ocurre por razones muy diferentes de las que generaban una sensación parecida cada vez que se conocía este valor entre 2007 y 2015, se trata de una circunstancia que podría alentar el descreimiento en la palabra oficial en un área en la que la experiencia reciente brinda abundantes motivos para el escepticismo.

En efecto, a muchos ciudadanos comunes la noticia de que la inflación del mes pasado fue del 1,5 por ciento les habrá despertado de inmediato la idea de que se trata de un “dibujo” como los que mes a mes se comunicaban con cinismo inigualable al público en tiempos en que el Indec estaba copado por militantes que respondían al entonces secretario de Comercio Guillermo Moreno. Aun cuando esa política de falseamiento sistemático de datos es uno de los pocos aspectos de las gestiones kirchneristas que el actual Presidente de la Nación todavía cuestiona sin matices, las redes sociales abundan en testimonios de que para gran parte de la opinión pública ese pasado todavía lo condena a continuar en estado de sospecha.

Desde luego, y tal como ocurrió el mes pasado, el desgloce por rubros, según el cual los precios de los alimentos han crecido muy por encima del índice general, acerca los números a la percepción del consumidor corriente. Y ni siquiera desde la más acérrima oposición al gobierno puede negarse que una emergencia sanitaria que ha colocado “patas para arriba” cada aspecto de la vida política, económica y social en el país y en el mundo no podía dejar de afectar profundamente no sólo una variable tan sensible en la Argentina como la evolución de los precios, sino la capacidad para medirla con la rigurosidad y la precisión debidas con instrumentos diseñados para operar sobre escenarios relativamente normales.

En ese sentido, el propio Indec advierte que el relevamiento dejó fuera la toma de varios precios, obligó a recabar otros de manera no presencial, y prácticamente suprimió rubros que en conjunto representan casi la cuarta parte del índice, como vestimenta y calzado, bienes no durables, transporte aéreo y terrestre de pasajeros de larga distancia, servicios culturales, turismo, gastronomía, etc. Si bien el organismo asegura que ha respetado todos los estándares internacionales de medición para intentar salvar estas dificultades, es obvio que las complicaciones que ha debido enfrentar no son las mismas que en el grueso de los países donde el comportamiento de la inflación está dentro de parámetros lógicos.

Es probable entonces que las sospechas de manipulación de las estadísticas que puedan surgir ahora sean injustas o cuanto menos prematuras, al basarse en prejuicios generados por una gestión de las estadísticas que políticamente es afín a la actual, pero técnicamente se encuentra en las antípodas. En cualquier caso, sea o no deliberada, existe una profunda distorsión que seguramente quedará de manifiesto más temprano que tarde, a través de violentas correcciones de precios relativos que se verificarán en la medida en que vayan flexibilizándose las restricciones impuestas en el marco de la emergencia sanitaria.