El periplo no fue producto de un impulso repentino. Ambos con formación en turismo, llevaban años trabajando en su agencia de viajes en Río Cuarto. Sin embargo, algo comenzó a cambiar cuando se dieron cuenta de que querían experimentar una vida diferente, más conectada con sus hijos y menos sujeta a la rutina. “Siempre habíamos viajado mucho por trabajo, pero un día nos dimos cuenta de que queríamos algo más. Habíamos conocido historias de gente que viajaba de forma nómade y eso empezó a resonar en nosotros”, recuerda Silvina.
La idea de dejar todo atrás no fue fácil de aceptar, especialmente con un bebé recién nacido. “Era como medio loco pensar en dejar todo y salir con un bebé, pero nos pusimos a hablar y un día dijimos: ‘¿Por qué no?’”, cuenta la sampachense. Así, cuando Pedro cumplió dos años, finalmente decidieron dejarlo todo atrás y lanzarse a la aventura. “Un día nos encontramos en la oficina, todo iba bien, pero dijimos: ‘Qué lindo sería criar a los chicos de otra manera’. Veíamos a muchos de nuestros clientes arrepentidos de no haber viajado más cuando eran jóvenes y no queríamos que nos pasara lo mismo”, añade.
Un estilo de vida nómade
La travesía se extendió por casi ocho años, durante los cuales la familia Carrasco recorrió múltiples países de Latinoamérica. Sin un itinerario fijo, su trafic se convirtió en su hogar y la ruta en su modo de vida. “Nunca salimos con un plan rígido. Íbamos donde el camino nos llevaba, siguiendo las recomendaciones de la gente que conocíamos. Así fue como descubrimos lugares increíbles que no estaban en las guías turísticas”, explica Silvina.
“Nunca salimos con un plan rígido. Íbamos donde el camino nos llevaba, siguiendo las recomendaciones de la gente que conocíamos. Así fue como descubrimos lugares increíbles que no estaban en las guías turísticas”.
La experiencia les permitió conocer a fondo las culturas de cada lugar que visitaron y, sobre todo, enseñar a los niños sin reloj ni horarios. “Lo que más nos gustaba era la libertad de poder quedarnos en un lugar si nos sentíamos a gusto. No teníamos apuro por llegar a ningún lado y eso nos permitió vivir experiencias que de otro modo no habríamos tenido”, asegura el matrimonio.
Uno de los países donde más tiempo pasaron fue México. Allí, se sintieron especialmente conectados con la cultura y las tradiciones locales. “Nos enamoró desde el primer momento. Es un país con una diversidad impresionante, tanto en términos de paisajes como de cultura. Pasamos tres años allí y no nos alcanzó para verlo todo”, comenta Silvina.
Una de las experiencias más memorables del viaje fue la celebración del Día de los Muertos en tierra azteca. La familia tuvo la oportunidad de vivir esta festividad en tres estados diferentes, y cada uno de ellos les dejó una impresión profunda. “Es una de las celebraciones más importantes de México y vivirla en diferentes lugares fue increíble. Es una tradición que tiene una profundidad y un significado que no se puede describir con palabras. Es una mezcla de respeto, alegría, memoria y vida”, relataron.
Vivenciar esta festividad implicó para ellos ver una cara de la cultura mexicana que no conocían. “Es algo que te conmueve, ver cómo cada familia honra a sus muertos, cómo se preparan los altares con tanto cuidado y amor. Participamos en varias celebraciones, y en todas sentimos esa conexión profunda entre los vivos y los muertos”, expresaron. Esta experiencia dejó una marca indeleble en la familia, especialmente en los niños, que comprendieron la importancia de respetar las tradiciones y atesorar los recuerdos.
En tanto, la pandemia los sorprendió en pleno recorrido, cambiando el rumbo de su destino final de manera inesperada. “Estábamos en la Riviera Maya, listos para seguir hacia el norte cuando el mundo se cerró de golpe. Las fronteras con Estados Unidos se clausuraron y nos quedamos varados, pero no quisimos detenernos. Nuestra casita rodante nos permitió seguir explorando México, un país que nos fascinó y por eso terminamos quedándonos tres años. Aunque no logramos llegar a Alaska, esos años se convirtieron en una de las etapas más enriquecedoras del viaje”, relata Silvina, reflejando la capacidad de la familia para adaptarse y encontrar nuevas oportunidades, incluso en medio de la adversidad.
El aula en movimiento
La educación de Francisco y Pedro fue un aspecto clave. La pareja se encargó de enseñar a sus hijos utilizando el entorno como aula. “Educamos a los chicos en casa, pero la casa era la ruta, los paisajes, la naturaleza. Cada lugar era una lección, cada experiencia, una oportunidad de aprendizaje”, comenta Silvina.
El método educativo fue flexible y se adaptó a las circunstancias del viaje. “No seguíamos un programa rígido. Si sabíamos que íbamos a estar en un lugar donde había volcanes, postergábamos la lección sobre ellos hasta poder verlos en persona. Eso hizo que aprendieran de una manera más profunda y significativa”, remarca el matrimonio.
“Educamos a los chicos en casa, pero la casa era la ruta, los paisajes, la naturaleza. Cada lugar era una lección, cada experiencia, una oportunidad de aprendizaje”.
La escuela en movimiento no solo les permitió a los chicos aprender sobre geografía, historia y ciencias naturales de manera práctica, sino que también les imprimió lecciones de vida. “Aprendieron a ser curiosos, a hacer preguntas, a explorar el mundo por sí mismos. Se convirtieron en lectores voraces porque tenían tiempo y espacio para leer lo que les interesaba, sin presiones ni exámenes”, afirma Silvina.
Solidaridad en la ruta
A lo largo del camino, la familia Carrasco experimentó la solidaridad de una manera que nunca habían imaginado. “Siempre nos sorprendió la generosidad de la gente. En todos los países por los que pasamos, encontramos personas dispuestas a ayudarnos, a darnos lo que necesitábamos, aunque ellos mismos tuvieran poco”, recuerda Pablo.
La amabilidad y ayuda no solo venían de las comunidades locales, sino también de otros viajeros. A medida que avanzaban, se unieron a grupos de WhatsApp y foros donde trotamundos compartían información, consejos y apoyo. “Si tenías un problema, podías preguntar en uno de esos grupos y al instante recibías ayuda. Incluso llegamos a formar caravanas con otros viajeros en algunos tramos del viaje”, cuenta Silvina.
Uno de los momentos más impactantes en términos de solidaridad pero que a la vez estaba rodeado de misterio, fue su encuentro con una comunidad menonita en Paraguay. La familia llegó a un pueblo menonita sin saber qué esperar, pero fueron recibidos con los brazos abiertos. “Nos trataron como familia, compartiendo su vida cotidiana y enseñándonos sobre su forma de ver el mundo. Fue un intercambio cultural que nos enriqueció muchísimo y que nunca olvidaremos”, relata la mujer.
Los Carrasco se dedicaron a conocer diversos lugares y culturas que estaban fuera del circuito tradicional turístico.
El desafío de un nuevo comienzo
Con casi 8 años en marcha, la familia Carrasco decidió que era hora de regresar a Argentina. Francisco y Pedro, que habían crecido en la trafic, comenzaban a desear una vida más estable, con rutinas y amigos permanentes. “El viaje nos dio todo lo que esperábamos y más, pero sabíamos que había llegado el momento de asentarnos, de darles a nuestros hijos la oportunidad de vivir una vida más parecida a la de sus pares”, explica Pablo.
La elección de Villa General Belgrano en el Valle de Calamuchita, como su nuevo hogar no fue casual. “Siempre nos gustaron las sierras, el clima, la tranquilidad. Córdoba tenía todo eso y además, una conexión fluida con otras ciudades importantes. Fue la decisión correcta”, resalta Silvina. El regreso no estuvo exento de desafíos, pero la familia encontró en este lugar el equilibrio perfecto entre estabilidad y cercanía a la naturaleza.
Aunque ahora tienen una vida más atada a lo tradicional, el espíritu aventurero de los Carrasco sigue vivo a través de su agencia de viajes, Explo_rate. Desde la villa serrana, Silvina y Pablo han creado este emprendimiento en línea que refleja su visión del mundo y su experiencia como viajeros. “Queríamos que nuestra agencia fuera diferente, que ofreciera algo más que los destinos clásicos. Queríamos compartir con nuestros clientes esos lugares que descubrimos en nuestro viaje, esos rincones escondidos que solo conocés cuando te adentras en la ruta y escuchás a la gente local”, explica Pablo.
“Ofrecemos lugares como las playas de Baja California, las montañas de Oaxaca, o las selvas de Ecuador. Son destinos que tienen un encanto especial, que no están masificados y que permiten una conexión auténtica con la naturaleza y la cultura del lugar”, detalla Silvina.
La familia hoy está en pleno proceso de adaptación a una cotidianidad más estructurada, con compromisos más permanentes. “Nos costó al principio. Estábamos acostumbrados a vivir sin horarios, sin rutinas. Volver fue difícil, pero sabíamos que era lo mejor para los chicos”, admite Pablo.
No obstante, aunque ahora están asentados, no han renunciado a sus sueños de seguir explorando el mundo. “El viaje siempre será parte de nosotros. No hemos dejado proyectar nuevas aventuras, recorrer otros continentes y seguir aprendiendo y descubriendo”, cierra Silvina.
Silvina aseguró que vivir el Día de los Muertos en México fue una de las experiencias más impactantes e inolvidables del viaje.