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Devaluación, ¿y después?

En el arranque de una semana clave y con el blue a un paso de los $ 200, el debate sobre un salto en el tipo de cambio está instalado. ¿Serviría ese ajuste? ¿Con qué consecuencias? ¿Cuánto durarían los beneficios? ¿Lo puede evitar el Gobierno?

Hay un excesivo entusiasmo de algunos actores señalando que la única salida a la intransitable brecha cambiaria es tratar de reducirla en el menor tiempo posible. En criollo, el pedido es que se realice una devaluación del tipo de cambio oficial, hoy ubicado en 83 pesos. Por eso una de las frases más resonantes del fin de semana la lanzó el ministro de Economía, Martín Guzmán, que aseguró que el Gobierno no va a devaluar.

No hay dudas de que la distancia que hoy muestran los distintos tipos de cambio tensan la economía y más en la Argentina, que transitó en reiteradas oportunidades por ese sendero, y siempre derivó en crisis de distinta envergadura. Y se genera tensión porque más allá de lo que generalmente dicen -todos- los ministros de Economía de turno, la referencia del mercado negro del dólar termina influyendo en la economía real. En el precio de la licuadora, de las cubiertas del auto y finalmente en productos alimenticios. Porque hay una conducta de cobertura por parte de agentes económicos que intentan protegerse porque miran los libros de historia y observan que las brechas cambiarias se corrigen siempre subiendo el tipo de cambio oficial y no bajando el blue. Pero hay más conductas que empiezan a ganar cuerpo cuando la brecha se estira, como por ejemplo la de no perder stock. Ese otro grupo intenta no quedar descalzado entre el momento que vende y el que repone. Lo que quieren evitar es que en el medio de esos momentos, el dólar pegue un salto y lo que cobró por vender la mercadería no le alcance luego para reponerla. Entonces, por ese temor, busca entregar la menor cantidad de mercadería posible esperando que haya una corrección en los diferentes tipos de cambio antes, y no en el medio. La consecuencia que empieza a visualizarse de a poco es que hay productos que empiezan a faltar.

Sumado a todo esto, el ruido en el mercado cambiario y las fuertes restricciones están empezando a generar complicaciones en algunas importaciones. Lo dijo en el cierre de la semana pasada el presidente de la Cámara de Comercio Exterior de Córdoba, Marcelo Olmedo: “Hay dificultades y en el caso de Córdoba hay empresas que tienen sus instalaciones listas para comenzar a operar y no pueden hacerlo porque no llegan las máquinas”. Las complicaciones en las importaciones no sólo generan ese tipo de consecuencias, sino que también impactan sobre el nivel de actividad. Hay muchas cadenas productivas que dependen de insumos importados y que por lo tanto empiezan a desacelerar su nivel de elaboración. Eso termina reflejando menor actividad, recortes en horas de trabajo y finalmente también menos bienes producidos, muchos de ellos con destino al comercio exterior. Por lo tanto, frenar las importaciones por falta de dólares, en algunos casos bloquea el ingreso de dólares por la otra puerta. Esa es la famosa piedra en la puerta giratoria a la que hizo referencia el presidente Alberto Fernández durante la campaña, cuando criticó el cepo de Mauricio Macri.

Por lo tanto, el problema de corte financiero tiene en realidad un gigantesco impacto en la economía real. Y a ese escenario habría que sumarle lo siguiente: en la Argentina funcionan a la perfección muy pocas reglas de la economía mundial, pero una que se cumple a rajatabla es la que dice que “ante la escasez de un bien, si la demanda se mantiene o crece, su precio tiende a subir”. Ocurre en el dólar y también en la góndola, cuando algunos productos empiezan a ser escasos. Por lo tanto, esto es caldo de cultivo de una mayor inflación.

Sin embargo, sería un error grosero pensar que con el cúmulo de antecedentes nacionales en la materia, “corregir” el tipo de cambio sería la salida a todos los problemas.

Uno de los economistas liberales más lúcidos del país, el tucumano Ricardo Arriazu, lo advirtió la semana pasada en una conferencia que dio virtualmente. Allí destacó que “lo peor que puede hacer el Gobierno es devaluar”. Y agregó: “Una devaluación bien hecha se traslada a precios en un 90% en el transcurso de dos meses, y una devaluación mal hecha se traslada 110% a precios en semanas”.

Lo que menos debe intentar tener como resultado el Gobierno es un fogonazo inflacionario en los próximos meses. Y en ese punto empieza a tallar la realidad social de la Argentina. Con 50% de pobres y un porcentaje mayor si se toma a los menores de 15 años, un salto devaluatorio que termine impactando en los precios sólo agravaría una situación extremadamente delicada.

Por eso ayer, el economista Juan Carlos De Pablo, en línea con Arriazu, afirmó que “hacer una devaluación sin un plan sería la peor salida porque impulsaría todos los precios” y agravaría la situación.

La semana pasada comenzó con la versión de que el presidente le había puesto un plazo a Martín Guzmán para frenar el desajuste cambiario. Por eso esta semana será clave y se esperan más anuncios, que esta vez deberían ser parte de una integralidad que dé más pistas de lo que busca lograr el Gobierno en materia económica. Para generar más certezas y no más incertidumbre como ocurrió con los últimos anuncios de Pesce y Guzmán. Como siempre aconseja el politólogo especialista en comunicación de crisis, Mario Riorda, en momentos así los mensajes deben ser claros, simples y contundentes, deben generar certezas y alejar incertidumbres. Si no, suelen tener los efectos inversos.