Hay dos momentos clave en un gobierno, en los que es interesante observarlo porque demuestra de qué está hecho:cuando disfruta de una racha positiva porque expresa qué es capaz de hacer con el poder y cómo administrarlo, y cuando enfrenta una crisis, porque suele manifestar en esa instancia cuáles son sus capacidades reales y también sus límites.
La gestión de Milei enfrenta, si no una crisis, al menos un cuadro de complejidad. Que se ha visualizado principalmente en el terreno de la política.
Ha hilvanado, desde Davos o desde Libra, una serie de episodios que en vez de redituarle le han costado. El escándalo de la criptomoneda, del que casi 9 de cada 10 argentinos ha oído hablar y que repercutió y repercute en esa vidriera mundial de la que el Presidente está tan pendiente, afectó el flanco reputacional de Milei. Como prefirió abrazarse a la explicación no delictiva, declaró públicamente que pecó de ingenuo, que creyó en unos gringos adolescentes que le vendieron que Libra iba a impulsar a las pymes argentinas. ¿Pero no era un experto en economía, en crecimiento con o sin dinero? ¿No eran casi todos los economistas unos chantas que no la veían o no querían verla por ignorantes o ensobrados?Algo empezó a crujir en el relato, incluso para quienes lo creen.
El tipo de práctica política que ejercita Milei no es compatible con el cuestionamiento sino que necesita del convencimiento ciego de que el sacrificio actual se asienta y se justifica en un saber que tiene claro cuál es el camino. Como en la religión, si el relato tiene filtraciones la creencia se debilita.
Desde entonces, el líder libertario y sus colaboradores más cercanos cayeron en una deriva de errores que se generaron como consecuencia de un intento por salir a flote del error anterior. Para escapar de Libra, cayó en la nota con Jonatan Viale; para cambiar la agenda nombró a dos jueces de la Corte Suprema por decreto;para distraer la atención el presidente le pidió a Axel Kicillof que renunciara y que le permitiera a la Nación solucionar el flagelo de la inseguridad; después el asesor Santiago Caputo, mascando chicle como un Peaky Blinder, le palmeó la cara al diputado opositor Facundo Manes. Y siguen las firmas.
En ninguno de esos casos el gobierno pudo controlar, como había hecho hasta poco tiempo antes, la interpretación, el discurso o la narrativa, como se le quiera llamar. En todos fue de atrás. Incluso ante una tragedia como la de Bahía Blanca, el presidente apareció tarde y mal, después de ser cuestionado, y planteando primero una ayuda de 10 mil millones de pesos que después de su visita pasó a 200 mil millones.
En el episodio más reciente, el del operativo de seguridad durante la marcha del miércoles, cayó en la desmesura tal vez en un intento por reconstituir su imagen de autoridad. “Los buenos son los de azul”, dijo Milei en tono de campaña mientras las imágenes contradecían la versión oficial y mostraban cómo un oficial de Gendarmería le disparaba al fotógrafo Pablo Grillo de manera directa con un cartucho de gas lacrimógeno. Patricia Bullrich, inefable como siempre, insinuó que el hecho no era tan grave porque el fotógrafo era militante y, para peor, kirchnerista. Hasta a Luis Juez le pareció una barbaridad.
La represión fuera del Congreso se complementó con una serie de escenas que protagonizaron diputados libertarios o sus aliados. Golpes de puño, insultos, gestos obscenos, gritos, empujones. Ese cuadro también afecta la sostenibilidad del imaginario mileísta:¿o no prometía una cruzada civilizatoria, una batalla cultural, para acabar con las brutalidades de la política tradicional?Los cambios repentinos de opinión que se vieron en los últimos meses, diputados que terminaban votando en contra de proyectos que ellos mismos presentaron, ausencias llamativas, trompadas e insultos no parecen ser precisamente un salto de calidad.
Pero, en definitiva, la pregunta clave de este contexto es si el Presidente está saliendo afectado, si el encadenamiento de errores lo ha debilitado. Los encuestadores coinciden en que su imagen se resintió;algunos dicen que más, otros que menos. En los próximos días, una encuesta de alcance nacional señalará que, por primera vez desde diciembre de 2023, Milei tiene un 60 por ciento de rechazo contra un 40 por ciento de aprobación.
Hay una cuestión, en ese escenario, que es interesante y cuya respuesta puede ser intranquilizadora para el Gobierno. Las equivocaciones políticas desde el Foro de Davos en adelante son innegables, ¿pero si el costo que está pagando no tiene su origen en esos hechos sino en un plano en el que la gestión es supuestamente exitosa?¿Y si se trata en realidad de un desgaste motivado no tanto por la política, un territorio donde Milei nunca generó una expectativa especial como no fuera terminar con su indefinida “casta”, sino por la economía, por la pérdida de paciencia? El Presidente acumula 15 meses de gestión y si bien es verdad que ha reducido considerablemente la inflación, el nivel de vida de los argentinos no es necesariamente mejor; en extendidas franjas de la población, la situación empieza a parecer inmanejable. Hay sueldos formales que representan la mitad de la canasta de la pobreza.
El dato del 2,4 por ciento de inflación está lejos de ser alentador. Porque del otro lado, los salarios se mueven con lentitud, si es que se mueven. Junto con el dato del Indec, Luis Caputo, “el mejor ministro del mundo”, anunció una reducción de aranceles a la ropa para tratar de bajar los precios. En paralelo, la macro no parece estar tan ordenada como venía diciendo el gobierno hasta hace días:antes había tiempo de sobra para negociar con el FMI; ahora, el acuerdo, del que no se sabe nada, es de necesidad y urgencia ¿Cuál es la urgencia? ¿Que las reservas volvieron a ser negativas?
Milei necesita imperiosamente que la inflación mantenga su dinámica descendente. Ahora prometió que abril dará por debajo del 2%. Si no lo consigue, su principal activo electoral tambalea. Según una encuesta reciente, hoy La Libertad Avanza y sus aliados llegarían al 41% mientras que el peronismo kirchnerista alcanzaría el 31 o el 32. Todavía está a las puertas de un triunfo; otra vez, habría que ver cómo lo administra.
Aunque todavía hay distritos que son una incógnita: Ciudad de Buenos Aires es uno. Córdoba es otro:en la provincia, los números son favorables para Milei pero si Juan Schiaretti decidiera encabezar la lista de diputados hay sondeos que le adjudican hasta un 45 por ciento de intención de voto. Si así fuera, el exgobernador podría ganar. Y, como consecuencia, también Martín Llaryora.
Córdoba podría volver a aportar, para bien o para mal, un resultado clave.