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Adiós 2020, hasta siempre

Por Manuel Adorni . Analista y consultor económico

Seguramente, habremos transitado uno de esos años que no podremos olvidar nunca. Pandemia, cuarentena, hisopado, confinamiento, coronavirus, contacto estrecho, distanciamiento social, barbijo y tantas otras palabras que quedarán grabadas a fuego en algún lugar de nuestras mentes, por siempre.

Para muchos, no será más que el resumen de un año en el que la salud estuvo por un momento suspendida y a prueba, casi en un jaque sin definición. Aunque para buena parte de los argentinos, este será un ciclo durante el que nada pudo ser, porque los sueños, las esperanzas en el futuro, las pequeñas empresas familiares compartidas durante toda una vida, los emprendimientos cargados de ganas y cada uno de esos proyectos únicos, quedaron reducidos a la nada misma, de repente, sin mediar aviso. Por aquel entonces, nos decían una y otra vez que estábamos obligados a elegir.

Esa decisión definiría si queríamos cuidar la salud o salvaguardar la economía. Es llamativo que si sólo nos remitiésemos a los resultados, con más de un millón y medio de infectados, más de cuarenta y dos mil muertos y miles y miles de personas aún intentando recuperarse, por un instante parecería que la elección en aquel tiempo fue, definitivamente, la de proteger el andar de la economía. Pero no, entre tanta falsa dicotomía hemos optado por la salud y con ello, olvidarnos de lo demás.

Hasta hemos osado advertir que un diez por ciento más de pobres no importaban demasiado. Sin embargo, la economía fue, sin duda, el gran enfermo de toda esta pandemia. Argentina ostenta la cuarentena más larga del mundo y con ella, una de las caídas económicas más estrepitosas que la historia le pueda hacer recordar a los más memoriosos. En un país atestado durante décadas de políticos tomando malas decisiones, por alguna extraña razón, hace algún tiempo atrás, preferimos frenar prácticamente toda la actividad económica, sin ningún tipo de reparo en las consecuencias que traería aparejada aquella decisión presidencial.

La actividad económica culminará con una caída cercana al 12%, lo que se traduce en haber logrado un país con 20 millones de pobres, 20% de desempleo real, 4 millones y medio de personas que no comen todos los días y 65 de cada 100 chicos menores de edad que viven en la pobreza, sin acceso a la educación, la salud o a malograr el acceso a alguna de las tantas necesidades básicas.

Si bien ésta es la foto del final de esta trágica fiesta, en el mientras tanto pasaron cosas que ameritan ser destacadas. Argentina es un país que lleva 10 años sin poder crecer. Los niveles de educación se derrumban a pedazos, la inseguridad se vuelve incontrolable, la inflación que no podemos controlar -desde hace 18 años- y un nivel de inversión -que apenas llega a cubrir las cuestiones más elementales, para que la actividad económica pueda seguir suspirando en su agonía-. A pesar de esto, este año hemos pasado por circunstancias que, en detrimento de nuestra sociedad, hacen dudar de que el problema realmente haya sido la pandemia: se han liberado miles de presos, hemos vivido intentos de expropiación (como fue el caso de Vicentín) y tomas de tierras en varias partes del país apañadas por un sistema que no respeta (y no le interesa demasiado hacerlo) la propiedad privada. Además, hemos priorizado la reapertura de casinos y bares antes que la vuelta a las clases presenciales, en una sociedad con necesidades educativas infinitas.

Como si no alcanzase nada, también hemos tratado de miserables a los empresarios (a quienes también hemos responsabilizado por la suba de precios), hemos permitido cortes de ruta por doquier y, como un acto de gran estupidez, hasta hemos destacado a Hugo Moyano como un gran sindicalista (sindicalista que se encargó en pleno confinamiento de bloquear las plantas de la firma insignia de la Argentina, esa Mercadolibre que resultó fundamental para que muchas pymes hayan evitado el peor desenlace en estos tiempos). Como pensamos en grande, sabíamos que esto podría traer algún que otro problema en el mercado de trabajo.

Por eso es que se nos ocurrió una idea fantástica: prohibir los despidos y aplicar castigos adicionales a los empleadores que pretendan desvincular personal. Increíble que en un país donde uno de cada tres trabajadores están trabajando en el mercado informal y donde las pymes (ya previo a la pandemia) estaban a punto de fundirse y cerrar sus puertas para siempre, hayamos pensado por un instante que, a través de un decreto, podíamos prometer la felicidad al trabajador. Incluso, nos burlábamos de los datos de empleo de Estados Unidos, jactándonos de ser únicos en la protección del trabajo.

Claro, aquellos inmorales del norte ya han recuperado todo el empleo perdido, cuando aquí aún estamos buscando la explicación del motivo de que todo haya salido mal. De lo más extraño que ha ocurrido en estos meses, creo que fue (como contraposición a los desastres en el sector privado) el festejo (incluso, con propaganda oficial) de la cantidad de planes sociales otorgados, planes que fueron pagos con la máquina de hacer billetes, acción que repercutirá en la inflación futura y que, más tarde o más temprano, nos hará un poco más pobres a todos, pero por sobre todo a aquellos que menos tienen.

Tampoco nos hemos dedicado a cumplir promesas de la campaña electoral: congelamos la movilidad jubilatoria, dando a los jubilados y pensionados aumentos por decreto, que lejos estuvieron de dignificar absolutamente a nadie. Aquella fantástica idea de implementar “el mismo día de asunción” un aumento del 20% a los jubilados, haciendo posible esto gracias a los intereses que se les pagaba a los vende patria que operaban la “timba financiera”, parece que no pudo ser factible, de hecho las Leliqs, los Pases y demás instrumentos del desorden monetario macrista, se han incrementado exponencialmente.

Sólo hubo dos promesas de campaña que se intentaron cumplir: la ley de interrupción voluntaria del embarazo y la reforma judicial. El fracaso fue rotundo y la frustración económica, la gran constante. El 2021 nos va a dar la bienvenida junto con grandes desafíos, muchos de ellos importantes y muchos otros, extremadamente urgentes. Debemos decidir si este año que comienza nos terminará de hundir en un populismo absurdo -pregonado por el ánimo electoralista- o si será el comienzo de un país distinto al que habitamos. Y dentro de las cuestiones que tienen que atenderse de inmediato, se encuentra -sin lugar a dudas- la urgente necesidad de creación de empleo. Este desafío debe, indefectiblemente, traer aparejadas las reformas que la Argentina espera desde hace medio siglo: la reforma laboral, una reforma impositiva, la revalorización de las instituciones y una gran reforma monetaria y fiscal, que terminen con dos décadas de inflación ininterrumpida. Y lo más importante: dejar de pensar que el Estado es el que nos salvará de las desgracias, cuando siempre ha sido éste el que nos ha puesto en ellas.

Por Manuel Adorni . Analista y consultor económico