Matías Fernández es un joven de Buenos Aires que se dedica al periodismo y al rap freestyle. Padece fibromatosis hialina juvenil, una complicada enfermedad de la piel que no le significa un impedimento para viajar con su música, para “bailar con las palabras”, como él asegura.
"Mi boca es mi arma; las palabras son mi mayor movimiento, bailo con ellas"
El freestyler Matías Fernández se refiere aquí a su vínculo con la música y a cómo el rap se da como "un grito de protesta de quienes no tienen voz". Asegura que su discapacidad no le fue una limitación para soñar en el arte
Para octubre está prevista la difusión en plataformas digitales de su último trabajo, “Quién es ese niño”, mientras que espera para el año que viene la publicación de un libro autobiográfico. Aquí se refiere a su vida con la música, al apoyo de su familia y amigos y al valor de ritmos musicales como el rap, que da voz a los que tienen mucho por gritar.
- ¿Cómo se dio tu acercamiento a la música?
- Empecé con mis amigos, improvisando. Comencé con la música conectando a través de la palabra; yo soy periodista, escribo, me gusta contar historias y en mi familia hay mucha música. Mi hermano es compositor, toca el piano; mi mamá es bailarina y coreógrafa, desde siempre escuché música. De chico escuchaba más reggaeton, iba a los boliches y escuchaba esos géneros, pero después me sirvieron de inspiración otras cosas como la película “8 millas”, de Eminem, y de pronto vi en la secundaria algunas batallas de rap, como la del argentino Dtoke contra el español Arkano, y me pareció fabuloso eso de ir a mil por hora con la cabeza. Que a uno se le ocurran 300 ideas por segundo y poder intercambiar ideas.
- ¿Cuánto te ayudó estar relacionado con las letras, con la palabra, desde el periodismo y la escritura?
- Sí, a mí me gusta mucho leer y escribir, contar historias, la trastienda de cada personaje. Trabajar sobre preguntas que puedan parecer sencillas, pero me fijo mucho en los detalles. Por mi cuerpo, soy una persona que no se mueve tanto pero que tiene los ojos abiertos y estoy todo el tiempo mirando. Desde la curiosidad busco contar una arista diferente de cada personaje. Con mis amigos comencé a escuchar rap de los 90, como a Tupac, al igual que el trap de España, y probé qué malabares podía hacer con la palabra. Así fue como salió, de pronto me di cuenta de que me gustaba hacerlo y empecé a mezclar la literatura y el periodismo con la música.
Cuenta que con tres productores amigos de la familia fueron trabajando sus letras y la composición musical de algunas obras que está pronto a estrenar este mes. “Estuvimos grabando en la casa de algunos amigos”, comentó.
- ¿Antes de la pandemia tuviste la posibilidad de competir en una batalla?
- Una vez participé de una batalla en el Centro Cultural Recoleta pero perdí. Yo había ido a rapear, y entiendo que en estas batallas se gana por contestarle al otro, mientras que yo fui a improvisar y no conseguí más votos que mi adversario. Fue una buena experiencia, pero me quedé con ganas. A mí no me gusta competir porque no me gusta atacar al otro o creerme superior, prefiero que se le dé un minuto y una base al rapero, que muestre su potencial, que saque sus palabras, su flow, sus variaciones y que después sí digan cuál estuvo más copado. En realidad, creo más en las juntadas de freestyle entre amigos, que es lo que siempre hice acá en mi casa con mis amigos.
- Una particularidad que tiene el rap es su compromiso social en sus letras, ¿lo vivís así?
- Hay algo genérico en el trap con temáticas que se repiten, como el sexo y las drogas, pero el rap es una actitud ante la vida, es un grito de protesta, es la voz de quienes vienen de clase media o baja, que encuentran el medio para expresarse. Uno puede rapear arriba de cualquier pista, con la mano golpear la mesa y rapear arriba de eso y es maravilloso. Con el rap intenté contar sobre cosas como un año que estuve internado en el hospital, te ayuda a armar imágenes, jugar con lo sensorial.
- Ante tu situación física, te has concentrado mucho en las palabras y en este mundo, no la has sentido como una limitante.
- Claro, todo lo contrario; las palabras son mi mayor movimiento, mi boca es mi arma y trato de bailar con las palabras y de trabajar con conceptos. Me gusta jugar y no encasillarme. Me gusta el humor negro y encararlo desde mi discapacidad, de la mirada de los otros en la calle, agarro cosas que escucho e intento volcarlas en mis letras.
- ¿Te costó entender esa posición respecto de tu situación?
- Nunca lo vi como una debilidad, mi enfermedad es lo que me tocó. Por eso decidí soltar el flow y ya está.
Apoyo de la familia
- ¿Cómo es el acompañamiento de tu mamá, Gabriela?
- Ella es un caño, está siempre acompañándome, estuvo en operaciones, está literalmente siempre, está atenta y me acompaña mucho. A veces improvisa conmigo, otras veces baila y yo rapeo mientras mi hermano toca el piano. Hacemos esa combinación.
- Respecto de tu discapacidad, ¿te sentís como referente, como un ejemplo para otros que puedan estar en tu situación?
- No me considero ejemplo de nada, ni de vida ni de superación, estoy en contra de todo discurso de ese tipo. A veces escucho que otros me dicen que soy un ejemplo, pero quizás después me conocen y pueden entenderme mejor desde lo musical o lo que tengo para hacer más de lo que soy físicamente. Me encantaría que me empiecen a reconocer por lo que hago musicalmente más que por todo lo que pasé por mi vida. No me siento una voz autorizada como para dar consejos, soy un pibe más como cualquiera.
En marzo de 2021 sale a la venta un libro autobiográfico, en el que recorre su historia y su experiencia de vida. “Nunca me había detenido a pensarme o mirarme al espejo y este libro es un poco eso, descubrirme a través de preguntas que me hice”, precisó.