Nosotros nunca dudamos de que este iba a ser el desenlace, pero igual resulta gratificante que haya llegado el momento en que se demuestra que teníamos razón:la firme estrategia negociadora del gobierno nacional rindió finalmente sus frutos, los amigos de Pfizer dejaron de exigir las condiciones inaceptables que lesionaban nuestra dignidad como pueblo y la soberanía nacional, y se allanaron a vendernos su famosa vacuna con el ínfimo requisito de que sacáramos del texto de la ley de vacunas las palabras que no les gustan y siempre dijeron que teníamos que sacar si queríamos comprarles las vacunas. Los hielos continentales, las reservas de litio del Noroeste y los acuíferos de los esteros del Iberá están a salvo, lejos del alcance de las garras del imperialismo, que se va a tener que conformar con que se las garpemos a precio de lista, tal como los otros ciento y pico de países menos afortunados que les vienen comprando desde hace meses.
Nunca dudamos, tampoco, de que el misterioso piquete que bloqueaba la operación se iba a levantar en el momento oportuno, justo cuando empezaron a llegar las vacunas de AstraZeneca de nuestro amigo Sigman que iban a empezar a llegar en febrero, justo cuando nuestro amigo Figueiras arrancó con la producción local de la Sputnik, justo cuando acabamos de cerrar un acuerdo por 24 millones de dosis con nuestros amigos chinos, como para dejar en claro que no es que estemos bajándonos los lienzos al calor de las urgencias coyunturales, para nada, si les damos lo que nos piden recién ahora será porque se nos canta y no porque cedamos ante los apremios de la escasez.
Nunca dudamos, tampoco, de que todo esto iba a estar rodeado del marco jurídico apropiado, a la altura de nuestros antecedentes en materia de prolijidad institucional. Ya lo dijo Vilma Ibarra, no casualmente la responsable de que el Gobierno no cometa chambonadas jurídicas. Esto es, no modificamos la ley en el Congreso porque en el Congreso son muy lerdos, y lo dejamos en claro no sólo negándonos a tratar cualquier cambio de la ley en... ¿cuánto?, ¿cinco, seis meses hará que estamos discutiendo esto?, sino con el rechazo en la Cámara de Diputados de un proyecto que proponía eliminar la palabra maldita horas antes nomás de hacerlo como corresponde, por decreto de necesidad y urgencia. Porque teníamos la extrema necesidad y urgencia de demostrar lo anterior, es decir, que no nos dejamos llevar por las necesidades y las urgencias de los apremios y hacemos las cosas cuando son necesarias pero no tanto y urgentes solamente un poquito pero menos que antes. Eso sí, a tiempo para incorporar este nuevo logro de la campaña de vacunación a los muchos que vamos a presentar como leit motiv de la campaña electoral, que orientar el voto en el sentido correcto es tan necesario y urgente como cuidar la salud del votante.
Nunca dudamos, tampoco, de que los visitadores médicos de Pfizer, tenaces buscadores del pelo en el huevo, iban a tratar de aprovechar políticamente la situación, algunos atribuyéndose el mérito de haber sido ellos los autores del logro a través de sus incansables presiones al Gobierno -porque si a hay alguien a quien Alberto quiere conformar a la hora de tomar alguna medida es a ellos-, otros quejándose por una supuesta demora porque... ¿cuánto?, ¿quince, veinte mil muertos hará que estamos discutiendo esto?, otros quejándose de tener que opinar a las apuradas porque los agarraron justo mientras están cerrando las listas para las próximas elecciones. Ese momento que tan bien acaba de definir Lilita Carrió como “la etapa más miserable de la vida política”, un océano de aguas turbias que ella se ofrece generosamente a navegar poniéndose a la cabeza de cualquier lista donde haga falta un factótum de la unidad y la concordia, aunque para ella “es un sacrificio volver”. Sí, volver, porque aunque usted acaso lo haya olvidado está en una de esas etapas de su carrera política en la que se ha ido para siempre de la lucha política. Pero si es por evitar la “lucha fratricida” de la que Lilita, ya avisó, no está dispuesta a participar, es como en la canción:“ahora que parece que para siempre no dura tanto”.
De todas formas, acaso esta oscuridad termine siendo el trasfondo ideal para que empiece a brillar una nueva estrella, que desde la perspectiva de los de la vereda de enfrente vendría a ser Facundo Manes. Claro, según la sugerencia de Lilita estaría entre los que “quieren llegar en helicóptero a la Casa Rosada”, lo que no estaría mal en tanto invierte la dirección del trayecto que normalmente se atribuye al uso del artefacto por parte de un presidente, pero es un demérito para quien cree que para llegar hay que ensuciarse un poco más con las miserabilidades conducentes. Nosotros en cambio pensamos que habría que darle la bienvenida, justamente cuando dicen que entre las secuelas del Covid-19 suelen aparecer problemas de memoria, dificultades para ejecutar tareas sencillas y una “niebla mental” capaz de confundir y desconcertar al que la padece y a quienes lo rodean, ¿qué mejor que poner al frente a un neurólogo? Más todavía cuando en realidad son todos síntomas que entre los políticos argentinos abundan desde mucho antes de que un cocinero del mercado de Wuhan pensara en la receta de la sopa de murciélago que se iba a tomar el paciente cero.
Mientras tanto, cebados por el éxito como visitadores médicos, los tipos también se ofrecen como agentes de viajes para los argentinos varados en los aeropuertos del mundo bajo la sospecha de que su regreso propagaría la infecciosa variante Delta. La campaña para enviar alimentos no perecederos a Miami que hemos visto circular por las redes sociales no estaría teniendo demasiado éxito, parece que entre los compatriotas que cumplieron con la recomendación de quedarse en casa despiertan menos empatía y solidaridad que los empresarios que se quedaron sin la concesión de la hidrovía. Tampoco habrán de merecer mayores contemplaciones a partir del DNU, y a pesar de que la mayoría podría regresar con la Pfizer, la Moderna o la Johnson & Johnson puestas. Solo empiezan a resultar más simpáticos cuando se piensa que los funcionarios que viajan no padecen las mismas restricciones para volver, pero bien mirado es perfectamente lógico: siendo los políticos como son, así de prudentes y cuidadosos en sus desplazamientos y en la manera de vincularse con los demás, no existe ninguna posibilidad de que nos traigan la variante Delta ni ninguna otra.
Como sea, da la impresión de que se cierra un ciclo en el enriquecedor debate sobre las vacunas. Quedará la parte inmortal, esa de que te magnetizan el brazo, te provocan autismo, te inoculan un chip con el cual después Bill Gates, George Soros, Hillary Clinton y su banda de satanistas pedófilos te manejan por control remoto, la de que es mejor agarrarse el virus y limpiarse los pulmones con dióxido de cloro, etc; a esa juiciosa línea argumental no le entran balas. Pero la de la selección de la vacuna como parte de la guerra fría que se terminó en 1989 ya es parte del pasado. Deja como legado la reconciliación de Alberto y Gregorio Dalbón, que de “patotero” judicial por sus estrategias para defender a Cristina pasó a ser el abogado ideal para demandar a Patricia Bullrich por la acusación de estar planeando pedir retornos. Y una hermosa canción de Ignacio Copani, de ironía tan sutil como la de su clásico “Cuánta mina que tengo”, que ahora debería actualizar con una modificación del estribillo para que en lugar de “Traigan la Pfizer” diga “Ahí tienen la Pfizer, p de m, la c de la l, y por qué no se la meten en el...”, que sin duda el resultado compensará los esfuerzos para hacer encajar el concepto dentro de la cuidadosa métrica del poema.