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De oficios históricos Don Juan Velázquez, el alambrador levallense

Es un referente de una de las actividades más antiguas que existen. Comenzó cuando apenas tenía 24 años y ya lleva 52 años recorriendo los campos del sur de Córdoba y San Luis. Dice que nunca le faltó el trabajo y que aún no piensa en retirarse. "Hoy son pocos los que quieren aprender esto", reconoce. Mario, uno de sus hijos, continúa su legado

Mientras la tecnología avanza a pasos agigantados y los nuevos inventos parecen llegar para reemplazar viejas profesiones o modos de llevarlas a cabo, quedan aún oficios a los que nada los doblega. Son aquellos oficios que son parte de la historia propia de los pueblos, de sus trabajos, orígenes y costumbres. Y son esenciales para algunas actividades productivas que son el motor del país.

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Es el caso del oficio del alambrador, uno de los más antiguos que existen. Que requiere del esfuerzo humano, pero una precisión digna de la mejor maquinaria.

Unas cuantas herramientas -algunas que la tecnología sí sumó y hacen más liviano el trabajo-, pero que en su génesis sigue desarrollándose como antaño.

Don Juan Velázquez es oriundo de General Levalle y es de los pocos alambradores que quedan en la zona. Toda su vida se dedicó a esta actividad y conoce cada rincón de la región, cada reducto de campo y también de provincias vecinas.

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Con 52 años en este trabajo, se resiste a dejarlo y como excusa dice: “Me cuesta estar quieto en casa”.

Y con Juan se han formado y aprendido del oficio quienes hoy siguen esta actividad cuyo desarrollo es el campo. “Hoy está difícil encontrar gente que quiera aprender, trabajar de alambrador. Los más jóvenes vienen uno o dos días y después desaparecen”, asume con cierta desilusión don Juan.

Es que recuerda que él cuando apenas superaba los 17 años ya trabajaba en distintas actividades rurales, y al poco tiempo de casado y viviendo en el campo le surgió la oportunidad de dedicarse a la tarea de alambrado de campos. “Tendría unos 24 años cuando empecé. Antes iba a hacer campaña de siembra o cosecha a bolsa en los campos, hasta que me salió esta oportunidad”, dijo apelando a la memoria.

“Un primo de mi señora (Esther) me dijo que andaban buscando a alguien en Laboulaye y ahí fui. Aprendí el oficio y nunca más lo dejé”, recalca Juan. “Seguía trabajando en el campo y mi mujer cada vez que cobrábamos me compraba las herramientas para alambrar”.

“El oficio de alambrador no se va a terminar nunca. Es pesado, rústico, sacrificado pero si hay ganas de trabajar.... A mí nunca me faltó. Lástima que ahora es poca la gente que tiene ganas de aprender”. “El oficio de alambrador no se va a terminar nunca. Es pesado, rústico, sacrificado pero si hay ganas de trabajar.... A mí nunca me faltó. Lástima que ahora es poca la gente que tiene ganas de aprender”.

Así muy lentamente se hizo de los elementos básicos para desarrollar la tarea. En sus inicios recorría los campos de la zona en un carro tirado por dos caballos.

Sin descanso

Con los años pudo tener un Ford A, alguna chata, y hasta finalmente cumplir el sueño de llegar a adquirir algún vehículo cero kilómetro.

“Siempre he tenido muy buenos patrones y con los que trabajé mucho tiempo. Hay familias que conocí a los abuelos, hijos y hasta nietos”, destaca.

Es que en esta labor manual, más allá de las herramientas que se requieren, la precisión y el detallismo del trabajador son primordiales. Los alambres tendidos a la misma distancia y con el justo tensado; los esquineros perfectos, las varillas y las tranqueras.

La tarea requiere de mucho esfuerzo humano, pero con el tiempo el desarrollo e incorporación de maquinarias permitió aliviar en parte la actividad.

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“Al principio para hacer los esquineros a los postes había que moldearlos con el hacha. Para barrenar los postes (hacer los agujeros por donde pasar el alambre) era a puro golpe y con fuerza. Ahora con un taladro y con sierras el mismo trabajo se hace en pocos minutos”, subraya Juan. Y pozos para colocar los postes se hacían con pala. Hoy hay equipos especiales que en segundos ahuecan la tierra.

Así la incorporación de nueva maquinaria agiliza y alivia la tarea de alambrado. “Aun así no hay gente que quiera trabajar en esto. Cuesta conseguir. Yo siempre digo que no se crean que se empieza y enseguida se consigue todo. Es esfuerzo, yo recién en el 94 pude comprarme un taladro y otras máquinas”, insiste.

Leguas y más leguas

Pero don Juan ya tiene a quien dejarle su legado. Es a su hijo Mario, uno de sus cuatro varones, que sigue sus pasos y es quien heredó el oficio de alambrador.

“A mí nunca me faltó el trabajo en esto. Siempre hay que hacer corrales, ahora con los feedlots, hay mucho trabajo. Yo estoy más en la zona de San Luis y mi hijo Mario por acá por el sur de Córdoba”, destaca.

Los Velázquez son una familia tradicional de Levalle y su nombre resuena entre los alambradores más destacados de la zona y, por el otro lado, por la pasión por el fútbol. Es que todos los hijos de don Juan han practicado este deporte, algunos en equipos de la zona.

“Mario es alambrador y además tiene una escuelita de fútbol con unos 120 chicos entre Levalle y La Cautiva”, menciona Juan. Así comparten las dos pasiones familiares.

El orgullo de Juan es que con su trabajo pudo hacer que sus chicos estudiaran y tengan hoy cada uno su trabajo.

Fueron leguas y leguas de caminar a campo abierto, marcando corrales y trabajando con el sol pegando sobre los hombros o el frío insoportable del invierno que hasta conspiraba para estirar el alambre.

Maestro de trabajadores

Con 76 años a cuestas, Juan prefiere no hablar de esos sacrificios, sino de los logros. De haber transmitido a sus hijos la cultura del trabajo y verlos hoy a cada uno dedicados a su actividad. “Con mi mujer ahora disfrutamos de los 11 nietos. Pero yo no dejo de trabajar. Empieza la semana y me voy para San Luis, donde trabajo con una gente que hace años me contrata. Y como digo, nunca me faltó el trabajo”, recalca.

Don Velázquez es un referente de los alambradores en el sur provincial. “Cuando voy a algún negocio a encargar material, me dicen que la mayoría de los que ahora están en el alambrado estuvieron en algún momento conmigo y ahora son independientes”, remarca.

Y mientras espera y piensa cómo encarar una nueva semana de trabajo, disfruta de la familia.

Finalizando, don Velázquez sostiene que el oficio del alambrador no se va a acabar nunca. “Es rústico, pesado, sacrificado, pero si se tiene ganas de trabajar todo se logra”, finaliza.

El próximo 15 de marzo, se celebra el “Día del Alambrador”, en homenaje al día del nacimiento de Richard Blake Newton, quien puso el primer alambrado en la Argentina, en su campo de Chascomús.