En el juego de la perinola hay una de las caras con la inscripción “todos ponen” y otra, al lado, que dice “toma todo”. En la perinola de las retenciones que les toca jugar a los productores agropecuarios está claro cuál es la cara que deben cumplir a la hora de afrontar la política tributaria, y la contracara del Estado nacional que se queda con todo sin que vuelve nada de lo que recauda por esa vía.
Es particularmente notoria esa “suerte” en contextos como el actual en el que la ecuación económica del productor no es buena y en paralelo debe afrontar padecimientos climáticos extremos como granizo o sequía. En el sur provincial no fueron pocos los eventos que se dieron entre el cierre de 2024 y los primeros días de 2025 referidos a situaciones de pérdidas importantes en los lotes. Algunos productores pudieron resembrar, con lo que ello implica en materia de techo productivo y mayores costos para la campaña en un contexto de números en rojo. Pero otros directamente quedaron al margen del ciclo productivo. A todos, el Estado les viene cobrando las retenciones y se las cobrará en aquellos casos en los que puedan obtener algún nivel de producción.
Ahora bien, en esta perinola los roles parecen consolidados e inquebrantables. El que pone, pone siempre; y el que toma, toma siempre. Nunca el que pone recibe ni el que toma debe poner. Y es ahí que radica la expresión máxima de injusticia de este estado de cosas.
Cuando el que debe poner ya no tiene más, queda fuera de juego. Nunca el que está del otro lado del mostrador ofrece ayudas en momentos difíciles, a pesar de todo lo que recibió a lo largo de los años de quien atraviesa una coyuntura adversa y en ocasiones terminal. Entonces, el juego se vuelve perverso porque el que pone debe poner cuando le va bien y cuando le va mal. Aunque su ecuación esté en quiebra, la otra parte no se inmuta.
En los últimos días, un encuentro en el Club de Colonia del Río Seco, con productores que sufrieron pérdidas significativas en los cultivos y la infraestructura por las últimas tormentas, mostró lo desamparados que están quienes apuestan al trabajo y la producción a cielo abierto cuando un hecho desafortunado les ocurre. Apenas pueden aspirar a la declaración de una emergencia o de un desastre para que los distintos niveles del Estado le condonen parte de la carga tributaria y le ofrezcan algún tipo de financiamiento para intentar ponerse nuevamente de pie.
A pesar de todos los aportes constantes que realizan al Estado, a la hora de requerir una asistencia las opciones son casi nulas.
Allí también es importante instalar la discusión de los derechos de exportación porque si esos recursos quedaran en manos de quien corresponde, que es el productor que los genera, tendría otras posibilidades para enfrentar las vicisitudes típicas de la actividad agropecuaria. Pero no, cuando producen le esquilman hasta la última moneda y cuando necesita acompañamiento no hay ninguna puerta que se abra y esté a la altura de las circunstancias.
En este juego desigual, que se hace insostenible en coyunturas como las actuales, es que se necesita un golpe de timón en la política tributaria. No es posible que el Estado se siga financiando a partir del perjuicio de miles de productores de distintos puntos del país que por estas horas esperan que lleguen las lluvias y baje la temperatura para no seguir perdiendo kilos de producción en los lotes, una realidad que muchas veces se desconoce en las cómodas oficinas en donde se toman las decisiones de política para el sector agropecuario y donde la perinola siempre cae del mismo lado: toma todo.