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La capacidad de jugar, un "escudo protector" para niños y niñas durante la segunda ola de COVID

La capacidad de jugar permite a los chicos y las chicas elaborar y simbolizar la pandemia, según el estudio sobre el efecto en la salud mental de niños, niñas, adolescentes, presentado ayer por equipos de Unicef Argentina

El equipo de investigación, con representantes de salud, educación, miembros de instituciones académicas y de la sociedad civil de todo el país, alertó que, en los últimos meses, con la prolongación de la pandemia, se empieza a percibir un “creciente agotamiento de esta capacidad de adaptación”.

La Representante de UNICEF Argentina, Luisa Brumana, abrió la jornada en la que participaron Sandra Tirado, Secretaria de Acceso a la Salud del Ministerio de Salud de la Nación, Silvia Bentolila, integrante del equipo regional de respuesta frente a emergencias sanitarias de la OPS/OMS y al psicoanalista especialista en Salud Mental Comunitaria, Daniel Korinfield, quienes comentaron los principales hallazgos del estudio. Los especialistas señalaron que las niñas y los niños de entre 3 y 12 años desplegaron una gran capacidad lúdica y creativa en el último año. A través del juego, encontraron formas de expresión y de comunicación para hacer frente al confinamiento y el distanciamiento social de sus vínculos afectivos.

“Los chicos y las chicas encontraron en el juego una manera para hacer frente al malestar provocado por la pandemia y de proteger su salud mental, pero a medida que la situación se extiende en el tiempo y se complejiza, con la aparición de nuevas cepas y el incremento de casos, necesitan nuevas herramientas para procesar todo lo que ocurre a su alrededor”, afirmó Olga Izasa, Representante Adjunta de UNICEF Argentina. “El acompañamiento de padres, madres, personas adultas de referencia es fundamental para explicar, contener y ayudar a procesar la angustia y la incertidumbre que genera esta segunda ola de COVID”, agregó.

https://twitter.com/UNICEFargentina/status/1397550489278074882

Entre los 3 y los 12 años la presencia de adultos responsables en los juegos cobra especial significación, ya que cumplen una función vital para afrontar las afectaciones que desencadenan restricciones a la circulación, como la anunciadas la semana pasada. Los chicos y las chicas juegan a ser “doctor o doctora”, a perseguir al “virus zombie” o encontrar científicos que crean vacunas: se involucran como agentes de cambio del mundo que los rodea y de esta manera, elaboran sus emociones.

La investigación también evidencia la necesidad de recuperar los espacios de intimidad que se pierden durante el confinamiento: la construcción de “casitas” o “carpas” de juego, permiten recuperar cierta autonomía dentro del hogar. En este contexto, el déficit habitacional cobra especial relevancia: en el 39% de los hogares relevados para el estudio, los niños y las niñas no tenía lugar para jugar en sus casas.

Si bien el juego funcionó como “escudo protector” de la salud mental de niñas y niños, poco antes de cumplirse el primer año de pandemia en el país ya se empezaban observar signos de agotamiento. El estudio de UNICEF alerta que entre los chicos y las chicas de 3 a 12 años se observan estados de mayor irritabilidad, mal humor, enojo, fastidio e intolerancia. En algunos casos, se manifestaron cambios o trastornos en la alimentación y/o el sueño.

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Entre las y los adolescentes el impacto es mayor. La falta de intercambio con sus pares y referentes adultos fuera del hogar se expresa en altibajos emocionales, desgano, enojo, irritabilidad, angustia y resignación: la mitad de los encuestados refirió sentirse triste y un tercio manifestó sentimientos de soledad durante todo el período. Estas emociones, en especial en quienes están cercanos a la finalización del ciclo secundario, aparecen ligadas a la incertidumbre respecto al futuro. En los sectores populares, la angustia se puede vincular también con las privaciones materiales que sufren y que se profundizaron con la pandemia.

El estudio de UNICEF incluye recomendaciones para las familias. En primer lugar, sugiere escuchar las preocupaciones y malestares que tanto niñas, niños como adolescentes pueden tener ante la pandemia. Respetar sus opiniones y emociones, favorecer la expresión de sus pensamientos y hacerlos participes en la toma de decisiones. Es importante promover espacios lúdicos o artísticos, donde tengan posibilidades de expresarse, sobre todo en momentos en que las actividades fuera del hogar sufren restricciones.

Muchas de las emociones que expresan los chicos y las chicas son manifestaciones esperables, que requieren acompañamiento de los adultos y no constituyen patologías en sí mismas. No obstante, se aconseja estar atentos a las manifestaciones recurrentes de desgano y apatía, que requieren de la consulta en los servicios de salud mental.

FAMILIA, ESCUELA, CUIDADOS Y PROYECCIÓN FUTURO

El estudio de UNICEF analizó, a partir de las producciones de las niñas y los niños (audios, videos, dibujos, narraciones) y los grupos focales con adolescentes, el impacto de la pandemia en su salud mental en cuatro dimensiones: familia, escuela, cuidado y proyección de futuro.

Familia. Entre las niñas y los niños de 3 a 12 años, la valoración positiva durante el aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO) se vinculó a la sensación de protección de parte de los adultos referentes. El lugar de la madre es central en el proceso de cuidado y genera sobrecarga de las tareas domésticas sobre las mujeres. Entre las y los adolescentes el ASPO aumentó los conflictos intergeneracionales: la falta de espacios de intimidad en el ámbito familiar genera malestar y dificulta la construcción de autonomía. Las preocupaciones por la economía familiar, también se traducen en mayor tensión y conflictos.

Escuela. Para las niñas, niños, y adolescentes de todos los sectores sociales, la suspensión de las clases presenciales tiene un gran impacto emocional. El regreso a la escuela disminuye emociones como la angustia y la soledad, el enojo, la irritabilidad, la tristeza, los cambios en el sueño y alimentación que se presentan en periodos de aislamiento social. La educación a través de plataformas virtuales genera cierto agobio por la cantidad de tareas que no comprenden o no pueden realizar solas y solos y condicionalidades por la falta de dispositivos o de acceso a Internet.

Cuidado. Entre las niñas y niños entre los 6 y los 12 años la preocupación prioritaria es cuidar a madres, padres, familiares, amigas, amigos, vecinos y vecinas. Los chicos y las chicas conocen las medidas de cuidado y promueven su implementación. Entre las y los adolescentes se expresó malestar por ser considerados como “propagadores de los contagios”. Los jóvenes se reivindican como un grupo que conoce e implementa las medidas de protección y que cuida de las poblaciones con mayor riesgo. Reclaman mayor participación y protagonismo en los protocolos de cuidados escolares. La estigmatización, junto a la percepción de no ser tenidos en cuenta, no favorece la construcción de ciudadanía.

Futuro. Para las y los niños de 3 a 12 años la vuelta a la presencialidad escolar era la expectativa de futuro más importante durante el ASPO. También anhelaban volver a los espacios públicos, e irse de vacaciones o viaje para ver a sus familiares. A partir del DISPO comenzaron a proyectar una vuelta a una “nueva normalidad”. En tanto para las y los adolescentes, las restricciones están ligadas a las pérdidas de proyectos futuros. La vacuna aparece como un horizonte alentador y expresan optimismo y esperanza al respecto.