Es indudable que uno de los mayores cambios que se han verificado en la sociedad en los últimos años se verifica en la toma de posición respecto de la problemática de la violencia de género, que de ser un fenómeno a veces silenciado y otras naturalizado como parte de una vida familiar agitada o de una relación conflictiva es hoy señalado de manera casi unánime, al menos en el discurso público, como un tipo de comportamiento aberrante que aparte de cualquier análisis teórico sobre su naturaleza y sus ramificaciones debe ser perseguido y sancionado sin contemplaciones, tanto penal como moralmente. Sin embargo, declaraciones como la del exfutbolista Marcelo Delgado sobre la situación del jugador de Boca Juniors Sebastián Villa: “Somos grandes, a todos nos han pasado alguna vez estas cosas y a veces hay que tomarlo con mucha tranquilidad”, demuestran lo extenso que es todavía el camino que hay que transitar hacia una toma de conciencia del nivel que sería deseable.
Delgado, integrante del Consejo de Fútbol de Boca, se pronunció de este modo cuando le consultaron si Villa iba a volver a jugar oficialmente, ya que por el momento se desempeña sólo en partidos amistosos de entrenamiento. Esto es así porque meses atrás, al abrírsele una causa por violencia de género luego de la denuncia judicial y periodística de su expareja, Daniela Cortés, la dirigencia del club y su cuerpo técnico dispusieron su apartamiento, una decisión que podría ser revertida, según versiones que comenzaron a circular luego de que la mujer comentara que no tenía inconveniente en que prosiguiera su carrera.
La eventualidad de un regreso sin esperar una definición sobre el procesamiento y eventual juicio del futbolista colombiano tiene, sin duda, elementos a favor. Si la exclusión del plantel pareció pertinente y oportuna, sobre todo en un ámbito caracterizado como baluarte del machismo como es el del fútbol, para demostrar que una conducta tan reprobable no será ignorada ni mucho menos apañada. Pero podría argumentarse que la sanción es apresurada en tanto no exista una condena firme, e incluso si existiera, cabría preguntarse si corresponde quitarle a una persona el derecho de trabajar, cuando la actividad no tiene relación allguna con el delito del que ha sido acusado.
Sin embargo, no es el respaldo implícito al regreso de Villa a la competencia oficial lo que se reprocha a Delgado, sino su elección de términos, que describe la conducta del jugador como algo más o menos normal que podría pasarle a cualquiera, con lo cual sugiere a su vez que son excesivos no sólo el castigo provisorio, sino el escándalo generado por el tema. Es, de alguna manera, la comprobación de que la idea de que los tiempos han cambiado no está instalada de manera tan sólida y generalizada como debería, y muchos de los prejuicios de origen ancestral que están detrás de la justificación y el encubrimiento de la violencia de género subsisten en la actualidad, aunque hayan perdido consenso y capacidad de daño.
Es preciso seguir combatiendo la naturalización y la minimización de comportamientos inequívocamente destructivos, la tendencia a maquillar y distorsionar su naturaleza perversa que, salvando las distancias, recientemente motivó que en un caso resonante, a víctima y victimario se les dispensara un servicio fúnebre conjunto. Vuelva o no a jugar rápidamente Villa, debe quedar en claro que no le “pasó” nada ajeno a su propia responsabilidad, y que debe responder por ello aun cuando su víctima lo haya perdonado.