Máximo Kirchner juega a las escondidas, envía mensajes enigmáticos a través de videos que muestran y esconden a la vez, que critican al FMI y apuntan a llamar la atención. En paralelo, sostiene el suspenso sobre qué hará La Cámpora. Esa tal vez sea la muestra más contundente de la edad política del heredero de Néstor y de Cristina y de su sentido de la responsabilidad en un momento tan crítico como el que vive el país.
En la Cámara de Diputados asumen que hasta último momento no se sabrá si finalmente se aprueba o no el acuerdo con el Fondo; es decir, hasta el día de la sesión se mantendrá la incertidumbre sobre si Argentina refinanciará su deuda de 44.000 millones de dólares con el FMI o si entrará en un default de consecuencias impredecibles. “Acá todos se mienten entre sí, es de locos”, graficó un representante opositor.
Máximo ya se pronunció públicamente: en una carta expresó que el acuerdo es incompatible con sus más profundas convicciones. ¿Pero esa postura es un mandato o apenas una decisión personal? La Cámpora difunde videítos que hacen presuponer que tiene una posición en común como agrupación pero ayer, por primera vez, se expresó el ministro del Interior, Wado de Pedro, aquel que desató la crisis política después de las Paso al renunciarle a Alberto por orden de Cristina, y dijo que el acuerdo con el FMI “es un principio de solución que evita una catástrofe en lo inmediato”.
Las declaraciones demuestran que en La Cámpora hay focos de sensatez. De Pedro parece haber asumido que es parte de un gobierno, que ese gobierno se enfrenta a la encrucijada de su propia supervivencia, y que está vulnerable y acorralado. Y que el ejercicio de gobernar se asocia a la desagradable pero inevitable acción de tragarse algunos sapos.
Lo que se sabe de Máximo es que está en contra del acuerdo. Pero no ha expresado cuál sería el plan B. Tal vez haya que buscar algunas pistas en sus voceros o intérpretes.
Desde que se “filtró” un audio en el que trataba al Presidente de energúmeno, la exdiputada Fernanda Vallejos se convirtió en la voz pública del sector más ácido del kirchnerismo. Exégeta de Máximo y Cristina, la economista tiene fijado un tuit en el que dice que la propuesta de quienes no quieren acordar con el Fondo es clara: “Argentina debe solicitar una Opinión Consultiva ante la Corte Internacional de Justicia de la Haya, en relación con las irregularidades en las que incurrió el FMI”. Vallejos además agrega un video en el que señala que el mismísimo Estados Unidos denunció judicialmente al banco suizo UBS por facilitar la fuga de capitales.
Vallejos omitió considerar que la situación financiera de Estados Unidos no es precisamente parecida a la de Argentina, que su decisión de avanzar contra un banco suizo no lo deja al borde del abismo y que tiene algún respaldo más para afrontar sus obligaciones mientras la confrontación judicial sigue su curso. El país del norte está considerado como la inversión más segura que puede existir entre todas las posibles; no tiene precisamente la misma reputación nuestro país.
¿Cómo afrontaría el mientras tanto Argentina? ¿Repudiaría la deuda y esperaría durante años una resolución, mientras el Banco Central no cuenta con reservas para soportar ni un día de corrida?
Cecilia Todesca, vicecanciller y economista, fue la voz con la que el oficialismo albertista respondió a los mensajes que envía La Cámpora. No sólo recordó que Néstor desembolsó 24 mil millones de dólares al FMI antes de pagarle 10.000 millones todos juntos para cancelar la deuda, sino que, atinadamente, contrapuso aquella realidad a la actual: “La verdad, ¿qué quisiéramos nosotros más que pagar? Pero no tenemos los 44 mil millones de dólares que pidió prestados el macrismo. No los tenemos y no nos lo va a regalar nadie”.
¿A alguien le gusta que venga el FMI cada tres meses y diga qué tiene que hacer el país? Salvo excepciones, la respuesta más habitual es no. Pero las reacciones ante una crisis están determinadas no sólo por la voluntad o el gusto sino fundamentalmente por las posibilidades. Y las posibilidades de Argentina están tan acotadas como las reservas del Banco Central.
La vía de la Justicia no tiene por qué estar vedada. Si el gobierno o un sector del oficialismo piensan que la gestión de Mauricio Macri cometió un delito no sólo en la toma de la deuda sino principalmente en su uso, entonces debe ir a fondo en los Tribunales. Pero, mientras tanto, el país tiene que encontrar una solución. Porque a la deuda no la toman los gobiernos sino los estados y el Estado argentino recibió los 44.000 millones de dólares aunque las intenciones del Fondo Monetario hayan sido políticas y hayan estado atravesadas por su sesgo ideológico.
En Argentina las extrañezas parecen naturalizadas. Sin embargo no deja de ser una excepcionalidad lo que está ocurriendo en el oficialismo. Porque, a diferencia de lo que ha pasado en la mayoría de las ocasiones en la historia reciente, el Gobierno tiene su oposición más tenaz dentro de sí mismo. El acuerdo está amenazado no tanto por su número legislativo insuficiente sino, más que nada, por sus resistencias internas.
El capítulo FMI está poniendo a prueba al oficialismo. Pero también a la oposición. Juntos por el Cambio vive una pelea tanto o más feroz que la del Frente de Todos y el martes quedó expuesta a flor de piel: ese día, cuando Alberto Fernández habló ante la Asamblea Legislativa, el Pro eligió la sobreactuación y la retirada escandalosa mientras sus socios se mantenían en sus bancas. El partido de Macri, el que más comprometido debería estar con la desactivación de la bomba que preparó, se hace el desentendido. Si se suman votos a favor del acuerdo en Juntos por el Cambio es más probable que surjan de la UCR, la Coalición Cívica y el GEN de Stolbizer, que les han reclamado responsabilidad a sus aliados, que del Pro.
En un sector del Frente de Todos, más precisamente en el kirchnerismo duro, hay especulación sobre el costo político que generará el acuerdo con el FMI y su consecuente ajuste. Esa misma especulación atraviesa a una porción de la oposición. Por ejemplo, mientras una parte de la UCR se inclina por votar a favor, Rodrigo de Loredo emitió una serie de tuits muy críticos.
Esos actores parecen habitar en la indiferencia con respecto a lo que ocurre. Si el país entra en default, ¿cuál será el escenario posterior?¿Y si contribuyen a detonar un artefacto con una onda expansiva inmanejable? Hay situaciones, como la de 2001, en las que la magnitud del desastre no sólo noquea al oficialismo sino a la oposición. Entonces, la crisis política se vuelve sistémica.
Por lo bajo, los diputados de la oposición sostienen que de alguna manera la cordura se impondrá y que el acuerdo será aprobado. Tal vez estén sobreestimando la posibilidad de la racionalidad.
La incertidumbre que predomina por estas horas en el Congreso ha provocado que se atemperen algunas posturas. Por ejemplo, la del schiarettismo. Ni bien se conoció el acuerdo, el bloque de Córdoba Federal anunció que se abstendría a la hora de la votación.
Sin embargo, en las últimas horas, el diputado Carlos Gutiérrez, jefe del schiarettismo en la Cámara Baja, declaró públicamente que si en la sesión ven que la aprobación peligra, entonces votarán a favor. Un cambio que introdujo el Gobierno ayuda a una potencial suma de votos: se desdobló en el proyecto el acuerdo en sí mismo de las medidas económicas concretas, con lo cual liberaría a la oposición de pagar el costo político por decisiones impopulares.
El oficialismo cordobés está abiertamente enfrentado al kirchnerismo pero tampoco aspira a aparecer ante la sociedad como copartícipe de un default.
Hay ahí una razón política. Pero, también, existe una justificación funcional. El default con un organismo internacional sería catastrófico para la administración nacional pero también para la provincial. Córdoba tiene deuda y está tomada en un 88,5% en dólares.
La revisión de su estrategia es también un mecanismo de autodefensa.